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Higiene
Para muchos, la ducha diaria es tan imprescindible como el desayuno. Es una costumbre que asociamos con limpieza, bienestar y frescura. Sin embargo, al llegar a la tercera edad, mantener esa rutina sin cambios podría no ser lo más beneficioso para la salud de la piel. Los dermatólogos lo advierten: no se trata de abandonar la higiene, sino de adaptarla a las nuevas necesidades del cuerpo.
A partir de los 65 años, la piel comienza a experimentar cambios profundos. Se vuelve más fina, seca y frágil. La producción de sebo (la grasa natural que protege la epidermis) disminuye considerablemente, lo que debilita su función como barrera frente a agresiones externas. En este contexto, una limpieza excesiva, especialmente con agua caliente o productos agresivos, puede hacer más mal que bien: irritaciones, grietas, infecciones y pérdida de la flora cutánea beneficiosa son algunas de las consecuencias más comunes.
Los expertos insisten en la importancia de modificar ciertos hábitos. En lugar de ducharse a diario, recomiendan una frecuencia de entre dos y tres veces por semana, siempre con agua tibia y durante un periodo breve (no más de tres o cuatro minutos). Además, es fundamental utilizar jabones suaves, sin perfumes ni tensioactivos agresivos que no alteren el equilibrio natural de la piel.
Pero reducir las duchas no implica descuidar la higiene personal. Se aconseja realizar limpiezas localizadas a diario, sobre todo en zonas como las axilas, la entrepierna, los pies o el rostro. Estos cuidados específicos ayudan a mantener la frescura y la higiene sin someter a la piel a un desgaste innecesario.
El momento posterior al baño también requiere atención. El secado debe ser delicado, sin frotar, y siempre acompañado de una buena hidratación con cremas emolientes, preferentemente sin alcohol ni fragancias. De esta forma, se refuerza la barrera cutánea y se previene la sequedad extrema, uno de los problemas más comunes en la piel madura.
No obstante, no hay una regla universal. La frecuencia ideal de ducha también dependerá del nivel de actividad física, el clima, el estado de salud general y el grado de autonomía de cada persona mayor. Por ejemplo, quienes realizan ejercicio con regularidad o viven en zonas cálidas y húmedas pueden necesitar asearse con más frecuencia.
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