Erupción

La olla a presión de Cumbre Vieja acaba con Todoque

La nueva colada del volcán de La Palma destruye lo que quedaba del barrio más afectado por la erupción –que ya se ha cebado con 525 hectáreas–, mientras los vecinos buscan consuelo en la iglesia de San Isidro

Entra en la sacristía. Va vestida de domingo. Como un pincel. Nadie se imagina. Ni tienen porqué. Sus manos castigadas por la artrosis portan un par de flores silvestres. Para poner a los pies de la Virgen. Lo poco que le queda, lo mucho que da. Como la viuda del Evangelio. Clava su mirada en la del padre Alberto Hernández. «Esta noche mi hijo lo ha perdido todo». Se hace el silencio. Otro de tantos que el cura palmero viene sosteniendo desde hace tres semanas. En realidad, el silencio ha dejado de existir en Los Llanos de Aridane. Porque el rugido del volcán no solo no da tregua, sino que explota todavía con más inquina. La noche ha sido insoportable. Una olla a presión insufrible para la prole de Todoque.

El Cumbre Vieja ha hecho desaparecer la casa y los terrenos de todos. Pero ella se mantiene firme. Tanto, que el sacerdote hace el intento de acercarse, pero le detiene. «No hace falta, estoy bien» le dice la anciana. Fortaleza verbal que no cuadra con los ojos humedecidos. Quizá no quiere apesadumbrar a un párroco aparentemente infatigable. Quizá las canas hacen sobrellevar un presente aciago con futuro indeterminado. Quizá la fe, que se revela como uno de los pocos consuelos en la frontera con el infierno. Sí, porque en el cruce de la plaza de la iglesia de San Isidro se encuentra la línea roja que separa el duelo de la lava. Dos policías nacionales, un tenderete y una señal de prohibido marcan el límite de acceso de los vecinos. A partir de ahí, manda una colada que devora a capricho.

El volcán se ha comido lo poco que quedaba. No es un figura retórica. La nueva colada que se creó tras el derrumbe del sábado en la parte norte del volcán ha destruido las pocas edificaciones que resistían en el barrio. Y sumando. O restando. La lava ya se ha cebado con 525 hectáreas, ha obligado a evacuar a 6.000 personas y ha tumbado un total de 1.281 edificaciones, además de unos 40 kilómetros de vías.

El director técnico del Plan de Emergencia Volcánica de Canarias (Pevolca), Miguel Ángel Morcuende, agradeció en rueda de prensa «el civismo» de los habitantes del Valle de Aridane, que están muy cerca del volcán y sometidos diariamente a ruidos y explosiones. Es un ambiente «bastante poco aceptable» para la calidad de vida habitual en esta comarca de La Palma, subrayó.

La portavoz científica del Pevolca, María José Blanco, indicó que la cantidad de magma arrojada varía entre los 39,6 millones de metros cúbicos, según un cálculo del Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan) a partir de la emisión de dióxido de azufre, y los 60 millones de metros cúbicos que estima un programa de satélite. En el día de mañana la vertiente este de La Palma será la más afectada por la caída de cenizas.

El volcán emite 4.522 toneladas diarias de dióxido de azufre y 1.958 de dióxido de carbono, aunque los científicos aseguran que no representa riesgo alguno ni para residentes ni para visitantes de la isla.

Mientras, se pisa ceniza, se respira ceniza, se viste ceniza. Hasta la puerta del templo. El padre Alberto la mantiene a raya en la entrada. Pero no puede echar el ruido del interior. Arranca la misa de diez. La eucaristía de los desahuciados. Son medio centenar de fieles. Algo menos de lo habitual. El cansancio aprieta. Más aún después de que los estruendos no dejaran descansar a casi nadie. Haciendo constante el dolor por lo perdido. A Ana se le quiebra la voz cada vez que echa la vista 15 días atrás. Solo le quedan flashes en la memoria. Es lo único que pueden recuperar ella, sus dos hijos y sus padres. Su casa no existe, ni su acera, ni nada. Vivían a unos metros del templo de San Pío X, el del campanario que todos vieron derrumbarse, pero que era «su» campanario. El que llamaba a fiestas de guardar, a muertos, a bodas… «Lo único que nos queda es mantener nuestra misa de diez y a nuestra comunidad», cuenta Ana sobre una de las pocas seguridades a las que aferrarse, ahora que han tenido que echar mano de un pisito que tenía en El Paso y otro que han alquilado para sus padres.

«Si la gente me ve tranquilo, ellos se quedan tranquilos. Es tiempo de escuchar, escuchar y escuchar», apunta el padre Alberto sobre ese proceso de acompañamiento personal y espiritual.

«Ustedes nos han enseñado un testimonio vivo: se quieren a pesar de lo que están pasando. Sigan compartiendo lo poco o lo mucho que tienen. Quiéranse más», les intenta animar durante la homilía el padre Ángel, presidente y fundador de Mensajeros de la Paz, que ha echado el resto para financiar a unas veinte familias de Todoque, algunas presentes en la iglesia. «Sobran las palabras», apunta el sacerdote, que se limita a invocar a la Virgen de las Nieves y aparca la alocución que había preparado minuciosamente en el ferry ante el panorama que se ha encontrado: «Gracias por dar este ejemplo al mundo, gracias por dejarme estar aquí».