Enfermedades reumatológicas
La artritis reumatoide no es una enfermedad de ancianos
Es una patología dolorosa, incapacitante y con una importante afectación psicológica
Abrir un bote con una tapa de rosca supone para María José un esfuerzo tremendamente doloroso. Debido a las manifestaciones de su artritis reumatoide, también debe evitar realizar deportes de contacto físico o renunciar a trabajos que impliquen un movimiento repetitivo de las articulaciones, especialmente de las manos. «Las limitaciones comenzaron antes del diagnóstico y eran constantes en mi día a día, tanto en el aseo personal (peinarme, lavarme los dientes, secarse tras la ducha…) como a la hora de vestirme o conducir. No podía hacer nada por mí misma. Llegué al punto de que no podía ni salir a la calle debido al dolor, a la rigidez, al cansancio y la falta de movilidad», asegura.
Y es que, la artritis reumatoide es una enfermedad inflamatoria crónica de naturaleza autoinmune que suele afectar a las articulaciones provocando dolor, rigidez, hinchazón, calor y enrojecimiento de las mismas. La enfermedad cursa con períodos de calma que se alternan con otros de exacerbación o brotes. Estos últimos son episodios de inflamación totalmente impredecibles que afectan a una o más articulaciones durante semanas o meses y que hacen que el dolor se intensifique, aunque este suele estar presente todos los días. Esta enfermedad no solo afecta a nuestros huesos, músculos y articulaciones. Tiene una naturaleza sistémica y también puede dañar órganos como el corazón, los pulmones, los riñones o los ojos, entre otros.
Además de estas afectaciones físicas, vivir con una enfermedad crónica que te obliga a renunciar a cumplir tus metas laborales o personales debido al dolor o a declinar las propuestas de planes en compañía de tus seres queridos debido al cansancio también tiene un importante impacto a nivel psicológico. Y es que, incluso para realizar pequeños movimientos de la vida ordinaria como utilizar cubiertos con los que generar presión al cortar o acercarse a mostradores elevados que obliguen a elevar los brazos suponen una dificultad para estas personas. Precisamente, María José la define como una enfermedad «dolorosa, incapacitante y con una afectación psicológica a nivel emocional». De hecho, las personas con artritis reumatoide pueden experimentar ansiedad, a razón de, alrededor, el 20 por ciento, según un estudio publicado en el British Journal of General Practice. Ese mismo estudio también reporta una tasa de depresión del 39 por ciento. Por ello, tal y como recomienda María José tras convivir nueve años con esta enfermedad, trabajar la salud mental es muy importante. «Para poder entender y convivir con la enfermedad, he trabajado mi salud mental. He aprendido a estar emocionalmente preparada para escuchar e interpretar las señales de cansancio, rigidez o dolor que me envía mi cuerpo», insiste.
Estos avances los ha conseguido gracias a sus esfuerzos personales o al apoyo asociativo. Así, reclama a la Administración ayudas para mejorar la situación del colectivo: «Sería importante que tengan en cuenta las enfermedades orgánicas para el baremo de solicitud de la discapacidad e incapacidad. Al mismo tiempo, hace falta más inversión en investigación, más apoyo sanitario en rehabilitación y salud mental, e invertir en campañas de información a los ciudadanos».
Falta de empatía social
Un aspecto que impide sobrellevar el impacto emocional de la artritis reumatoide es la falta de empatía social. De hecho, algunos pacientes con edades comprendidas entre los 30 y 50 años se avergüenzan de mostrar públicamente sus limitaciones diarias. «He percibido poca empatía. La mayoría de las personas consideran que es una enfermedad producida por la edad y con poca importancia. Por ello, muchos jóvenes con artritis reumatoide nos sentimos aislados e incomprendidos en determinados momentos de nuestras vidas», lamenta María José. Ella debutó a los 32 años. Su caso corrobora que esta enfermedad, aunque lo habitual es que aparezca entre los 40 y 55 años, puede aparecer a edades tempranas de la vida. «Debemos desterrar la idea de que las enfermedades reumáticas son solo problemas de personas mayores. La gente joven también puede verse afectada. Incluso, se dan diagnósticos en niños. Las artritis idiopáticas juveniles afectan a 1 de cada 1000 niños», explica Marcos Paulino, jefe de Servicio de Reumatología del Hospital General de Ciudad Real.
Diagnóstico precoz
A pesar de todas estas afectaciones y de que la artritis reumatoide no tiene cura, los expertos aseguran que la enfermedad puede llegar a ser «prácticamente invisible». La clave es realizar un diagnóstico precoz. «Si el paciente llega al reumatólogo al inicio de su enfermedad, existe una especia de ventana de oportunidad. En ese momento, si el profesional sanitario actúa con el suficiente vigor y acierto, puede modificar la evolución de la enfermedad haciéndola menos agresiva, generando un curso más benigno que generará menos secuelas futuras», asegura el doctor.
Sin embargo, existen obstáculos que impiden llegar de forma temprana al diagnóstico. Uno de ellos es la sobrecarga asistencial en la Atención primaria y hospitalaria. «La falta de médicos, en muchas regiones, origina un colapso en la atención con la consiguiente demora e incremento de las listas de espera. Tener una buena comunicación con los centros de salud, a la hora de identificar pacientes potencialmente graves, que puedan ser remitidos lo más rápidamente posible, es básico para paliar este problema. En medicina se necesita tiempo para hacer bien las cosas», indica el doctor Paulino.
El diagnóstico precoz permite establecer un tratamiento adecuado que modifique el curso natural de la enfermedad. Los pacientes tienen un innovador arsenal terapéutico a su disposición: «La aparición de las terapias biológicas y las denominadas pequeñas moléculas han sido dos hitos importantes a nivel farmacológico. Los primeros son fármacos desarrollados con técnicas de ingeniería genética dirigidos a bloquear, a nivel extracelular, proteínas proinflamatorias específicas claves en el desarrollo y perpetuación de la Artritis Reumatoide. Más recientemente, han llegado las denominadas pequeñas moléculas, medicamentos de síntesis química, diseñados para interrumpir los procesos intracelulares que llevan a la activación proinflamatoria de las células del sistema inmune», indica el experto. Aún así, un porcentaje de pacientes no responde a ningún tratamiento.
Estos medicamentos han mejorado la calidad de vida de los pacientes. No obstante, y como subraya María José Artero, la solución al problema no es exclusivamente científica. La humanización es clave para resolver otros retos: «Ponerse en la piel de las personas con enfermedades reumáticas es una capacidad muy necesaria para facilitar la inclusión», concluye.
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