Francisco, en África

«¡Basta de enriquecerse con dinero ensangrentado!»

El Papa recrudece su tono al escuchar a los «esclavos» congoleños

Doble y enérgica condena papal para acabar con «la violencia inhumana» y contra quienes «manejan los hilos» para «depredar, flagelar y desestabilizar» a República Democrática del Congo en su segunda jornada de peregrinación por el país africano.

Por la mañana, eucaristía con más de un millón de personas. Una cifra por encima de lo que una Jornada Mundial de la Juventud en cualquier país de Occidente, el macroevento global de la Iglesia católica por excelencia. Por encima de cualquier previsión inicial, Francisco congregó a una multitud desbordante en número y fervor en la explanada del aeropuerto congoleño de N’dolo, en Kinshasa.

Por la tarde, encuentro más reducido en la nunciatura con un grupo de víctimas de la violencia que sufre el este del país, un avispero tal que ha sido imposible que Jorge Mario Bergolio se pudiera desplazar, a pesar de su empeño personal.

Misioneros de paz

«Estamos llamados a ser misioneros de paz, y esto nos dará paz», encomendó en su homilía matutina a cuantos le escuchaban en el aeródromo congoleño. Allí celebró una misa en rito zaireño, una adaptación del rito romano ordinario que cuenta con el visto bueno de Roma desde hace más de tres décadas dentro del plan de inculturación del Evangelio a las comunidades católicas más jóvenes. Sus problemas de rodilla le impidieron oficiar la eucaristía, que no presidirla, pero sí pronunció una homilía que dio continuidad al primer mensaje que lanzó nada más aterrizar en República Democrática del Congo.

Si tras aterrizar lanzó su primer grito contra la colonización económica, en la misa se adentró en la fractura que ha desatado entre los congoleños esta explotación exterior a la que se suman las diferencias étnicas internas ancestrales. No en vano, la mitad de ellos se confiesa católico.

A ellos les lanzó un encargo directo: «Los cristianos estamos llamados a colaborar con todos, a romper el ciclo de la violencia, a desmantelar las tramas del odio». Es más, se dirigió directamente a quienes de una manera u otra respaldan a las guerrillas: «Que sea el momento oportuno para ti, que en este país te dices cristiano, pero cometes actos de violencia; a ti el Señor te dice: ‘Deja las armas, abraza la misericordia’». A la par, también les invitó a superar «las diferencias étnicas, regionales, sociales, religiosas y culturales» para considerar a los demás como verdaderos «hermanos y hermanas, miembros de la misma comunidad humana».

En paralelo, los animó a trabajar por la reconciliación bebiendo de tres fuentes: el perdón, la comunidad y la misión. «¡Cuánto bien nos hace limpiar nuestros corazones de la ira, de los remordimientos, de todo resentimiento y envidia!», recomendó a su feligresía, como reflejo del perdón que regala Jesús para «sanar nuestros corazones».

Durante su cita con los damnificados por los grupos armados a los que pudo escuchar en primera persona. A Francisco se le vio especialmente impactado ante el testimonio que ofreció una joven, Bijoux Mukumbi Kamala. Con heridas más que abiertas todavía, relató cómo los milicianos la convirtieron en una esclava sexual: «El comandante me quería a mí. Me violó como un animal. Fue un sufrimiento atroz. Me quedé prácticamente como su mujer. Me violaba varias veces al día, cuando quería, durante horas».

Francisco fue rotundo ante esta y otras voces que se alzaron ante él: «Nos quedamos impresionados. Y no hay palabras, solo llorar, permaneciendo en silencio». A partir de ahí, y tras ofrecerles «la caricia de Dios» como consuelo, el pontífice argentino denunció la pasividad de la comunidad internacional ante «hermanos y hermanas, hijos de la misma humanidad» que «son tomados como rehenes por la arbitrariedad del más fuerte, por el que posee las armas más potentes, armas que siguen circulando».

Enlazando con el clamor que se ha convertido en el eje de esta primera etapa del viaje pastoral que también le llevará a Sudán del Sur, condenó «la guerra desatada por una insaciable avidez de materias primas y de dinero, que alimenta una economía armada, la cual exige inestabilidad y corrupción». «¡Qué escándalo y qué hipocresía!», exclamó Francisco, sabedor de que «la gente es agredida y asesinada, mientras los negocios que causan violencia y muerte siguen prosperando». En este punto, su tono fue todavía más beligerante: «¡Basta! ¡Basta de enriquecerse a costa de los más débiles, basta de enriquecerse con recursos y dinero manchado de sangre!».