Violencia obstétrica
El parto que la Sanidad vasca robó a Nahia
Le decían que estaba loca, que su hijo se encontraba bien y que «eso era lo importante. Todavía padece estrés postraumático. Su lucha ha llegado hasta la ONU, donde ha sido reconocida como víctima de violencia obstétrica
Nahia todavía tiene pesadillas con su parto. Aún entra en pánico con determinados olores y situaciones que le evocan aquel fatídico día en el que la buena noticia del nacimiento de su primer hijo se convirtió en un absoluto viacrucis. Ha pasado más de una década de aquello, pero para esta vasca de 36 años parece que fue ayer si no fuera porque su hijo, de 10 años, da buena cuenta del paso del tiempo.
Nahia Alkorta fue víctima de violencia obstétrica. Ni ella era consciente de serlo hasta que después de varios meses pudo comprender que lo que vivió en su parto en un hospital público de Donostia, dependiente del Servicio Vasco de Salud, fue este tipo de violencia que , en ocasiones, se comete contra la mujer durante el parto. Comenzó entonces una lucha infatigable para conseguir que reconocieran el maltrato o y su caso llegó hasta el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de la ONU que, finalmente falló a su favor y emitió un dictamen que a día de hoy España sigue sin cumplir.
La violencia obstétrica, según un estudio publicado en la editorial de revistas científicas MDPI, afecta a muchas más mujeres de las que pudiéramos pensar. A través de este análisis realizado en España entre enero de 2018 y junio de 201,9 con una muestra de 17.541 féminas, se reveló que el 38,3% percibió haber sufrido violencia obstétrica, el 44,4% sitió que se había sometido a procedimientos innecesarios y/o dolorosos, de los cuales, al 83,4% no se les solicitó el consentimiento informado. «España parece tener un grave problema de salud pública y de respeto a los derechos humanos en la violencia obstétrica. Ofrecer información a las mujeres y solicitar su consentimiento informado apenas se practica en el sistema sanitario», apunta dicho informe.
Por este motivo, Nahia ha decidido hacer pública su caso ya que «la lectura de historias similares a la mía cuando no era capaz de comprender lo que me ocurrió fue clave para mi recuperación. Por desgracia mi historia es muy similar a la de otras muchas mujeres y creo que puede servir tanto a las mujeres como al cambio y la erradicación de esta manera de atendernos. Tras el largo proceso judicial y el dictamen de la ONU quise contarlo para que no quede en papel mojado», explica a LA RAZÓN. De hecho, su libro «Mi parto robado» (Arpa) ha tenido una gran acogida, ya que es de los primeros que ponen negro sobre blanco en este asunto.
Para ella, lo más traumático de su parto fue «la sensación de pérdida de autonomía que iba creciendo a medida que las horas pasaban. Ver cómo no se me informaba de las opciones sino que se me imponían. El cambio de criterio para la inducción que, tras decirme que tenía 24 horas, se convirtieron en 12 porque no les venía bien que el parto fuera de noche o esperar a la mañana siguiente», relata. También recuerda «la amenaza de que si no accedía a lo que los sanitarios me decían le iba a pasar algo al bebé por mi culpa». «La maniobra de Hamilton fue muy dolorosa y sin avisar... Después llegó la imposición de una cesárea que no era necesaria, con la certeza de que yo y el bebé estábamos bien y el parto no estaba estancado. Pero, sobre todo, fue terrible el trato verbal violento y la indiferencia en la cesárea. La separación del bebé y no saber si estaba vivo».
Después de aquello Nahia no volvió a ser la misma y aunque se quedó más tarde embarazada en dos ocasiones, no consiguió borrar de su mente el traumático parto. Sufrió (y de hecho aún lo padece) un fuerte estrés postraumático, depresión y aislamiento: «Aún persiste un punto de miedo ante las citas médicas, de vez en cuando vuelvo a tener pesadillas con el parto y hay ciertas voces y olores que hacen que me bloquee unos segundos. Depende un poco del momento emocional en el que me encuentre y va relacionado a los avances del proceso judicial. Espero que llegue un día en el que apenas ocurra, pero dudo que sea antes de que pueda cerrar definitivamente esa carpeta».
Y es que, tras la fuerte parálisis física y emocional que la invadió tras dar a luz a su primer hijo decidió emprender un proceso judicial para que aquello no quedara impune. Tras varios reveses en la Justicia española, decidió acudir a la ONU. «Yo no tengo ninguna necesidad de culpar ni de que se señale ni al hospital en el que ocurrió ni a los profesionales en concreto. Si fuera yo la única a la que esto le pasara, hablaríamos de mala praxis y de profesionales concretos... Esta violencia y manera de atender es generalizada como señalan los organismos internacionales. Mi relato pueden firmarlo muchas mujeres, por lo que la solución pasa por una reflexión profunda de la atención gineco-obstétrica», asevera.
También es consciente de que existen corrientes de pensamiento negacionistas sobre este tipo de agresión contra la mujer. Muchas veces, al igual que le ocurrió a ella, «nos tachan de locas. Pero no lo somos, somos víctimas de este tipo de violencia». «Creo que es muy difícil y duro tener que plantearte si la manera en la que trabajas y te han enseñado es correcta o puede suponer una vivencia de violencia para las personas que atiendes. Las condiciones laborales y logísticas no están diseñadas poniendo a la paciente o la usuaria en el centro, por lo que requiere un proceso duro de replanteamiento. Creo que se unen tanto el desinterés como el desconocimiento de los efectos de estas experiencias. Por suerte, hay sociedades médicas que ya están centradas en esa reflexión», apunta.
La situación en España, según reconoce Nahia, no es muy alentadora, ya que «desgraciadamente el reconocimiento institucional está muy lejos de la realidad de las mujeres». De hecho, es uno de los temas que se quedaron fuera de la reforma de la ley de salud reproductiva «y algunas sociedades médicas como la SEGO siguen negando su existencia. Algunas comunidades, sin embargo, ya la recogen en sus normativas. En Valencia se está trabajando en profundidad y está recogida como violencia machista en la ley de Igualdad de País Vasco. En Cataluña también hay reconocimiento de esta violencia y pasos firmes para su erradicación. La ley de autonomía de paciente y la Estrategia de Atención al Parto Normal deberían aplicarse en todos los centros, y con ello estaríamos en una situación muy favorable».
Los incumplimientos
La incomprensión ha sido una constante en el caso de Nahia, algo que ha jugado en contra de su recuperación, por eso ella insiste en la necesidad de contarlo y hacerlo público. Pero en medio de esta frustración, en junio del año pasado llegó el dictamen de la ONU sobre su caso. Al leerlo no podía creerlo. Por fin había algo de luz en este largo proceso.
Nahia, junto con otras dos mujeres víctimas de violencia obstétrica, son las únicas españolas a las que la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) ha dado la razón. Son las primeras, pero, quizá, no serán las últimas. Las recomendaciones del Comité al Estado español fueron, en relación con Nahia, proporcionarle una reparación apropiada, incluida una indemnización financiera adecuada a los daños de salud física y psicológica sufridos. Y, en general, asegurar los derechos de la mujer a una maternidad sin riesgo y el acceso de todas las mujeres a una atención obstétrica adecuada, realizar estudios sobre la violencia obstétrica y proporcionar capacitación profesional adecuada a los trabajadores obstétricos.
«Desgraciadamente el periodo voluntario de cumplimiento se ha agotado y nos hemos visto obligadas a reclamar el cumplimiento en distintas instancias alargando aún más estos procesos. El comité señala la discriminación tanto en nuestros partos como en los posteriores procesos judiciales. A mí nadie me va a devolver mi parto, solo quiero que esto no le ocurra a nadie más», lamenta.
Y es que, según ella, todavía hay muchas mujeres que desconocen haber sido víctimas de este tipo de violencia ya que «normalizamos el trato deshumanizado, la falta de consentimiento informado y el uso de prácticas desaconsejadas por distintas razones. Es una situación de máxima vulnerabilidad y somos las mayores interesadas en que nuestros bebés estén bien por lo que no cuestionamos lo que ha ocurrido. Son muchas las que tras escucharnos se dan cuenta de que a ellas también les pasaron cosas similares». Seguro que su historia convertida en libro será de gran ayuda para todas las mujeres.
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