Opinión

Sin trampa ni cartón

En sus primeros discursos y homilías León XIV ya ha dado muchas pautas sobre cómo piensa

Antonio Pelayo
Antonio PelayoLa RazónLa Razón

No han pasado aún diez días desde su elección y ya podemos hacernos una idea de cómo es, qué piensa y qué programas tiene en su cabeza para gobernar la Iglesia universal y ofrecer al mundo su colaboración fraterna. Robert Francis Prevost, hoy León XIV, es un hombre sin trampa ni cartón, un religioso que ha transcurrido su vida en muy diversos ambientes, sea en su natal Norteamérica, en su amado Perú, viajando por todo el mundo como superior general de los agustinos, ejerciendo como Prefecto del Dicasterio para los Obispos en la Curia Romana y ahora como Sucesor de Pedro. Una yuxtaposición de situaciones vitales muy diversas pero que él ha vivido con la misma intensidad, con absoluta transparencia, aceptando lo que Dios le pedía en cada circunstancia.

Desde el 8 de mayo tiene en sus manos las riendas de una Iglesia presidida por Francisco al que, sin duda alguna, se debe en buena parte que los cardenales no hayan dudado en elegirle con una mayoría abrumadora de votos. Fue el Papa argentino quien le obligó a venir a Roma a ocupar un cargo en el que habían puesto su mirada y sus deseos otros muchos con currículos más prestigiosos, pero Bergoglio sabía lo que quería y, me atrevo a asegurar, al darle la oportunidad de conocer desde dentro los mecanismos del gobierno de la Iglesia le preparaba para ser su sucesor.

En sus primeros discursos y homilías –a la espera de la que pronuncie hoy en la misa de inicio del ministerio papal–, ya ha dado muchas pautas sobre cómo piensa y en su discurso inicial –que no fue improvisado sino preparado a conciencia– habló de «una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que siempre busca la paz, que busca siempre la caridad, que busca siempre estar cerca especialmente a los que sufren». Y en el discurso que dirigió a las iglesias orientales afirmó que «la Iglesia no se cansará nunca de repetir que se callen las armas, que la guerra no es inevitable, las armas pueden y deben callar».