Testimonio
Qué hice cuando me hackearon Netflix sin ser un experto informático
Los fraudes con la plataforma de pago por visión son más frecuentes de lo que parece
Menuda sorpresa la mía al percatarme de un movimiento de 7,99 euros en mi cuenta del banco en concepto de ‘Netflix’. No me cuadraba el movimiento porque comparto suscripción con mi compañera de piso y es su tarjeta la que está asociada a la plataforma de pago por visión. Lo primero que pensé es que se trata de un cobro atrasado, pero me resultaba algo extraño porque hace más de cuatro años que no tengo mis datos ligados a Netflix, así que no tardo en caer en la cuenta de que he sufrido phishing: alguien ha robado mis números secretos para suscribirse al gran videoclub digital a mi costa.
Por supuesto, me faltaron manos para coger mi teléfono móvil y bloquear al instante la tarjeta de crédito a través de la aplicación de mi banco. Segundos más tarde llamé por teléfono a la entidad, y después de tenerme en espera más de 10 minutos con los nervios a flor de piel, se me sugirió que me pusiera en contacto con Netflix para cancelar la suscripción y solicitar el reembolso. Se lavaron un poco las manos, porque la Ley de Servicios de Pagoindica claramente que, en caso de fraude y tras poner una denuncia, el banco debe devolver el importe total de la operación no autorizada, sin que el cliente tenga responsabilidad alguna.
Pero ahí fui yo, el cliente que intenta no dar problemas, a solucionar mi propia estafa. Pensaba que contactar con una empresa cuya sede se localiza en California sería bastante complicado, pero lo cierto es que mi experiencia a la hora de resolver este embrollo con Netflix fue muy positiva. En su aplicación para móviles, solo hay que pulsar en ‘ayuda’ para dirigirse a una ventana desde la que se puede llamar directamente a un número de atención al cliente. La llamada es gratuita porque se realiza a través de la conexión a Internet del dispositivo.
La solución de Netflix
Me atendió una mujer amable que entendió el caso al instante. Le expliqué que yo ya tengo una cuenta de Netflix, pero que el pago está vinculado al banco de mi compañera de piso; y que alguien ha usado mi tarjeta de crédito para una nueva suscrición. Evidentemente, y por razones de seguridad, no puedo compartir con la operadora el número o la fecha de caducidad de la tarjeta (realmente me daba igual, porque ya estaba cancelada), así que me pasa por una locución de seguridad para comprobar que, efectivamente, soy el titular de la misma.
La mujer al teléfono me explica que la suscripción se había hecho solo unas pocas horas atrás. Tuve suerte de darme cuenta en ese momento, porque a saber qué más compras hubiera realizado mi estafador particular si le hubiera dado algo más de tiempo. Lo primero que se hizo desde Netflix fue cerrar la sesión de esa cuenta fraudulenta en todos los dispositivos para posteriormente cancelar la suscripción. La persona que usó mis datos empleó su propio correo electrónico a la hora de registrarse, un correo que no se me pudo facilitar por razones de seguridad y protección de datos. Es por esto que la operadora me pidió una nueva dirección, para que el caco digital no pudiera volver iniciar sesión y reactivar la suscripción con mi tarjeta.
Finalmente, la cuenta quedó inoperativa para el individuo en cuestión: Netflix canceló la suscripción, cambió su dirección de correo electrónico por una mía y, con ella, la contraseña. Mi estafador particular apenas pudo disfrutar de unos pocos capítulos de su serie favorita a mi costa. Llegados a este punto, solo me interesaba saber si recuperaría mi dinero. Eran ‘solo’ 7,99 euros, pero es mi dinero. La operadora lo daba por sentado cuando le pregunté. “Por supuesto, en estos casos, Netflix hace una devolución íntegra del importe de la suscripción, aunque el reembolso puede tardar hasta 30 días”, me asegura.
Mi historia de phishing ha tenido un final más o menos feliz, aunque me he quedado sin tarjeta por unos días, hasta que la nueva llegue a mi banco. Recuperaré el dinero tarde o temprano, pero he aprendido que, para la próxima (ojalá nunca haya una próxima), es la entidad bancaria quien debe asumir el importe de la estafa sin exigir responsabilidad alguna a su cliente, siempre que la tarjeta física no haya sido robada, es decir, que se trate de un duplicado o un uso no autorizado.
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