Viajes
Miedo y asco en Chiang Mai
La famosa ciudad tailandesa de los 300 templos ha sufrido grandes cambios en las últimas décadas
Si tuviese que elegir el animal que mejor encaja con la descripción de una ciudad, sin importar en qué rincón del mundo, no dudaría en escoger el camaleón. Las ciudades son inmensos camaleones, suben su altura y la bajan en función de los caprichos de los humanos, ensanchan las calles, vuelven a estrecharlas en pro de las aceras; son marrones y luego blancas y luego grises y luego transparentes por el cristal. Pero, al contrario de como hacen los camaleones, una ciudad no cambia su aspecto para esconderse de los depredadores. Nada de eso. Parece llamarlos a gritos. Se decora presumida y aumenta su bullicio, hasta convertirse en la reina de la selva, o hasta derrotar a la selva definitivamente.
El pacto de Chiang Mai
Segundo cuarto del siglo XVIII. La ciudad birmana de Chiang Mai ha sido conquistada por el rey tailandés Taksin y sus habitantes la abandonan presurosos, impulsados por el terror de una posible masacre. Las calles crujen vacías. Los cestos vacíos se arrastran por las aceras a saltos entrecortados, empujadas por soplidos de viento perezoso. Chiang Mai se mira a sí misma para percatarse de que no ha conseguido mimetizarse con el entorno, ha fracasado, y ahora los humanos han huido hacia ciudades más atractivas que ella. Entre las esquinas de silencio se murmura un juramento, que es precisamente el de no volver a cometer este error. Entrega su alma en un pacto para hacer lo que sea necesario, sin importar el precio, y conseguir volver a sentir en su piedra el delicioso bullicio que hace de una ciudad un ente vivo.
Se esfuerza por conseguirlo. Mantiene limpios los templos de su casco histórico y permite que se levanten otros nuevos, se encoge levemente para permitir al frescor de la selva acercarse a ella, impregnando su clima con la temperatura ideal. Paso a paso vuelven a rellenarse sus edificios de comerciantes y piadosos y una, dos, tres voces se dejan escuchar en el mercado. Tras quince años de abandono comienza a recuperar su vigor perdido, el pacto ha funcionado, pero ella sabe el precio, que sería hacer todo lo que esté en su mano para mantener el poder como capital de provincia y centro cultural del norte de Tailandia.
Chiang Mai durante el día
Cientos de templos se reúnen en la ciudad - dicen que rondan los 300 -, algunos construidos tan allá como el siglo XIV, y no cuesta esfuerzo reconocer que estamos hablando de uno de los complejos templarios más hermosos de Asia. Brillan las pagodas hasta cegar al propio sol, se percibe la sensación de que los detalles fueron cincelados con el mismo cuidado con que una hoja se deposita sobre el suelo. Cada detalle implica pasión, aunque sea una pasión comedida. El Wat Phra Singh (siendo Wat la palabra tailandesa para designar a los templos) se trata de un ejemplo exquisito de la arquitectura en el norte del país; la piedra del Wat Chedi Luang parece sacada, una a una, del lado oculto del mundo de los sueños; coloreado de blanco, el Wat Suan Dok recibe el sobrenombre de campo de las flores.
Chiang Mai se reagrupó sobre sí misma para dar cobijo al lado más espiritual del país. Sus templos suponen pequeños refugios de meditación y un destino indispensable para los amantes de la cultura budista, enmarcados por largos kilómetros de selva. Incluso es posible encontrar estos templos en la selva, están escondidos, precedidos por largas escaleras que suben esta o aquella montaña, como ocurre con el Wat Phra That Doi Suthep, custodiado por leones.
En un mundo globalizado y profundamente influido por las peregrinaciones hippies al Sudeste Asiático durante la década de los 80, resulta complicado encontrar un pedazo de calma en estos templos destinados a la meditación. El pacto de la ciudad comienza a hacer efecto cuando nos encontramos con esta paradoja, sazonada de turistas en cada esquina libre. Lo que fue un centro espiritual es ahora algo parecido a un parque temático de la espiritualidad, se confunden los conceptos en este complejo entramado de ritos y costumbres, barajándose el aroma de los inciensos con la crema de protección que supuran los extraños. La escena resulta desoladora, al comprender que la ciudad se vendió hace muchos años. Los fieles de la religión budista rezan apresurados frente a un altar, mientras un puñado de ingleses se codean entre ellos y exclaman risotadas. Parece ser que, con la muerte de Dios, murió también el respeto por cualquier dios, y una visión equivocada de los templos, puramente física donde su importancia radica en aquello que los ojos no son capaces de dilucidar, resulta en este grotesco espectáculo.
Chiang Mai durante la noche
Ocurre con cualquier adicción. Terminamos por mezclar nuevas sustancias, con mayores dosis cada una, hasta perder casi toda la esencia que nos conforma. Basta un paseo nocturno por la ciudad de Chiang Mai para comprobarlo. Coincide con las horas en que los monjes, aturdidos por el ruido de las horas diurnas, corren a esconderse en los templos hasta la mañana siguiente.
En Loi Kroh Road, los bares de copas se alternan con extraños locales iluminados, de los cuales asoman un puñado de chicas que dedican las horas a canturrear piropos a los turistas. Ofrecen masajes a quien quiera pagarlos. Una vez accedes a ser tratado, te ofrecen un amplio abanico de servicios rozando - o manoseando, directamente - las fantasías sexuales que los turistas, por lo general procedentes de países occidentales, puedan desear. Te gritan, “¡eh, chico guapo, ven aquí!”, y alternan las llamadas con risitas coquetonas. Saliendo a las calles más alejadas del centro histórico, el pacto de Chiang Mai se vuelve todavía más tenebroso, oscureciéndose a medida que la noche se espesa, en lo que termina por convertirse en una ciudad patrullada por prostitutas dispuestas a cumplir cualquier deseo.
Cualquier cosa, se dice la ciudad enloquecida, cualquier cosa por mantener a los humanos dentro de mis muros. Una vez salí de mi hostal para fumarme un cigarrillo, serían las dos de la mañana, cuando un transexual que fácilmente me sacaba cuatro cabezas se me incitó con una voz más grave que la de Darth Vader. Pero supe que lo lamentable no era en exclusiva esta reproducción barata de Sodoma y Gomorra, no es asunto mío juzgar temas tan tristes como la prostitución en masa.
Rompe el corazón y las ideas descubrir un centro de pureza manchado de este fango espeso, semejante a un albatros empapado del petróleo. Entristece descubrir que, tomando un poco de aquí y otro poco de allá, alimentada por los pecados de occidente y la necesidad del Sudeste Asiático, el alma en venta de Chiang Mai desaparece cada día un poco más. Abandona su carcasa de camaleón para transformarse en un pez abisal, atrayendo a los turistas con una lucecita que oculta su feo cuerpo.
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