Corea del Norte
El museo de Corea del Norte donde los malos somos nosotros
El complejo sistema de propaganda norcoreano encuentra su máxima expresión en el Museo de la masacre de Sinchon
Entre el 26 y el 29 de agosto de 1950, el 7º Regimiento de Caballería de los Estados Unidos, en colaboración con su fuerza aérea, asesinaron a 163 personas en la aldea de Nogeun-ri, 160 kilómetros al sureste de Seúl. Es conocida como la masacre de No Gun Ri. Las víctimas fueron civiles surcoreanos (hombres, mujeres, niños) perdidos en un contexto en que la inteligencia estadounidense sospechaba que varios espías norcoreanos se habían infiltrado entre ellos. Y ante la duda, los yanquis abrieron fuego.
Esta masacre fue una de las muchas que se dieron a lo largo de la Guerra de Corea y ocurre con algunas que señalan directamente a los norteamericanos, en otras a los coreanos y en varias, pese a todo, no se ha reconocido todavía ningún culpable concreto. En este conflicto durísimo podemos encontrar la masacre de No Gun Ri pero también la masacre de Tunam, la masacre de Gwangju o la masacre del cerro 303, todas ellas perpetradas por uno y otro lado y con una ligera capa de bruma difuminando cuanto las rodea. Aunque la masacre más conocida quizá sea la ocurrida en Sinchon.
Una propaganda interminable
La propaganda en Corea del Norte bombardea a diario a sus ciudadanos. No tiene descansos. Los retratos de sus líderes coronan las casas, los negocios, las escuelas; las estatuas de sus líderes dominan las calles, las plazas, los parques; las banderas ondean coloreadas de sangre y cielo en lo alto de cada edificio representativo. Las canciones populares alabando los dones de Kim Jong-un y sus antepasados se escuchan como un eco insoportable en las aulas de los niños y los centros culturales. Desde que Kim Il-sung (abuelo del actual líder) se consolidara en 1948 como líder supremo de Corea del Norte, la libertad de sus ciudadanos se ha relegado a un tercer plano, sepultada no solo por las represiones violentas, sino, y sobre todo, por el peso enorme de la propaganda que se cuela en sus oídos y atranca sus ideas.
No parece necesario malgastar tiempo y recursos en perseguir y ejecutar a los disidentes si la población está bien educada y no existen disidentes que perseguir. Y los testimonios están allí para demostrarlo: según varios desertores de Corea del Norte, las famosas imágenes en las que podemos observar al pueblo norcoreano llorando con cierto histerismo por la muerte de sus líderes no son falsas, son completamente reales. Según estos mismos desertores, aquí nadie se siente obligado a llorar por el líder. Al contrario, aúllan y lloran y se llevan las manos a la cara de buena gana, destrozados en el corazón, y cada una de sus lágrimas es todo lo sincera que puede escupir una mente moldeada y dirigida por los deseos de ese líder. La propaganda de Corea del Norte es su mejor herramienta para mantener el orden en su sociedad, mucho más útil que cualquier tipo de represión. Y resulta escalofriantemente efectiva.
Pero la propaganda es a su vez el mayor enemigo de Corea del Norte. Los medios de comunicación internacionales no pierden una oportunidad para vilipendiar al régimen y señalar una a una las carencias de la nación más aislada del planeta. El hambre, la limpieza de cerebros, la anulación de libertades, el culto al líder, el peligro nuclear... Pero al igual que ocurre con la propaganda norcoreana, en la propaganda extranjera no todo tiene que ser cierto, podríamos decir que dentro de la definición de cualquier propaganda entra un pellizco de fantasía para tocarnos el corazón. Un ejemplo lo encontramos en la noticia que circuló hace escasos años, cuando se dijo que Kim Jong-un ejecutó a su propio tío lanzándolo de comer a los perros, y que el joven líder había observado el proceso al completo con un sadismo que rozaba el de un villano de James Bond. Pero la realidad es que, mientras es cierto que el tío Kim Jong-un fue detenido, juzgado sin garantías y ajusticiado (todo esto en menos de cuatro días), el asunto de los perros descuartizándolo fue en realidad invención de un bloguero chino. Nunca hubo perros.
El demonio americano
La práctica totalidad de la propaganda norcoreana se dirige contra tres enemigos: Estados Unidos, Japón y Corea del Sur. Son las tres potencias que rodean este minúsculo y empobrecido país, aquellos que pueden hacer tambalear el régimen y, quizá, algún día, derrumbarlo definitivamente. Es de la opinión de sus dirigentes que Estados Unidos pretende conquistar la península de Corea para saciar sus intereses imperialistas e influir más fácilmente en China, mientras Japón (también imperialista) y Corea del Sur se tratan de aliados incondicionales de este Gran Satán que son los estadounidenses.
El norcoreano vive con un miedo permanente metido en el cuerpo, inyectado a diario por la propaganda. Cualquier día, el maquiavélico presidente yanqui puede apretar el botón de la muerte y lanzar sus bombas nucleares para arrasar Corea del Norte. El lector debe entender que, de la misma manera que nosotros podemos temer un ataque terrorista o un terremoto o que Pablo Iglesias gane unas elecciones, allí tienen un tipo de miedo diferente, miedo al americano. La propaganda inculca este temor y el arsenal nuclear de Corea del Norte parece el único escudo que les queda para mantener intacta su “libertad” frente al imperialismo.
Si quieres conocer más a fondo los tipos de propaganda que se relacionan con Corea del Norte, merece la pena ver el documental The Propaganda Game, dirigido por Álvaro Longoria y disponible en Amazon Prime.
El museo de la masacre de Sinchon
Una vez comprendemos la importancia de la propaganda y el miedo a los Estados Unidos en Corea del Norte, podemos visitar con la actitud adecuada el museo de la masacre de Sinchon. La masacre de Sinchon: según el gobierno norcoreano, alrededor de 30.000 personas fueron asesinadas a sangre fría en la provincia de Hwanghae del Sur, entre el 17 de octubre y el 7 de diciembre de 1950. Señalan directamente a los estadounidenses como perpetradores de la masacre. Los estadounidenses, por otro lado, evitan hacer un recuento de las víctimas y culpan de este suceso a cristianos coreanos que regresaron a la región y se tomaron a justicia por su mano, eso sí, ante los ojos impasibles de los soldados aliados que estuvieron presentes durante la masacre.
Que Sinchon experimentó una masacre terrible no lo niega nadie. Cuántos murieron y quienes fueron sus autores, ese es un asunto que compete directamente a la propaganda de uno y otro bando, a nadie más. Y desde el lado norcoreano se mantienen firmes en su postura, gracias a este museo que visitan 300.000 locales y cerca de 20.000 extranjeros cada año. Está ubicado en la Plaza del Juramento de la Venganza y aquí podrían encontrarse todo tipo de barbaridades representadas de una forma tan explícita, tan desagradable a los ojos, que es habitual que los visitantes salgan del museo con el cuerpo encubierto de dudas y malestar físico.
Aparecen expuestas figuras de cera donde soldados estadounidenses amputan los pechos a mujeres maniatadas o introducen clavos a martillazos en los cráneos de víctimas norcoreanas, todo ello con mucha sangre dibujada, mientras los militares extranjeros ríen de malicia y de placer. En determinadas salas, el efecto de la barbarie se amplía utilizando audios de niños chillando y llorando. Los cuadros que se muestran a lo largo del museo representan todo tipo de atrocidades que los estadounidenses parecen disfrutar. Torturas, fotografías de cuerpos descompuestos, mechones de cabello de las víctimas y prendas de ropa, la vocecita de uno de los supervivientes de la masacre que habla del miedo que sintió entonces y la rabia que experimenta ahora. Este es el tipo de visita que un colegial norcoreano realiza con su escuela, quizás a la manera de los niños polacos cuando van de visita a Auschwitz.
Al término de su visita, los norcoreanos caminan muy ordenados y muy cabreados (al fin y al cabo, acaban de ver una serie de imágenes espeluznantes donde los malos, los estadounidenses, torturaban y asesinaban a sus compatriotas mientras reían a carcajadas) a una zona del museo al aire libre, conocida como “el lugar de las promesas de venganza”. Entre los murales de sus paredes se leen frases como: “¡Golpeemos con martillos de hierro a los americanos asesinos!” En este lugar los norcoreanos entonan sus canciones de venganza, levantan el puño unas cuantas veces, y, con la sangre a punto de ebullición y agradecidos por la protección que les concede su líder contra los enemigos, regresan a casa. Una casa gris, coloreada por la bandera de rojo y cielo. Están muy lejos de nuestro propio hogar, a miles de kilómetros de España. Solo es una pena que ellos están incluso más lejos de nosotros, muy asustados, siempre expectantes por que llegue el día en que los estadounidenses vuelvan a hacerles daño.
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