Alimentación

La dieta de los políticos

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Hace quince años, cuando comencé a colaborar en este magnífico suplemento que anda de aniversario, era una enamorada de la gastronomía, pero no tanto de la nutrición. Desconocía que aquella famosa frase de Hipócrates «que tu medicina sea tu alimento y el alimento tu medicina» escondía la mejor recomendación posible para una vida plena. Más allá del puro placer que nos proporciona la comida, comer bien, de manera saludable, es la mejor manera de alejar la enfermedad de la carne y el espíritu. «An Apple a day, keeps the doctor away», dice el refrán británico, y la realidad es que no solo las manzanas sino casi todas las frutas y verduras aseguran que nuestro estado físico sea mejor y que tengamos que ponernos lo más tarde posible en las tan admiradas como temidas manos de los galenos. Somos lo que comemos, tanto en el sentido en el que lo indicó Lucrecio, que aludía a la calidad de los alimentos y a sus efectos en nuestro organismo, como en el que lo reiteró siglos más tarde Feuerbach, quien tirándole un dardo a la iglesia de su época quiso dejar claro que sin comida, no sólo no podemos alimentar el cuerpo, sino tampoco el alma.

Casi mil entrevistas después a toda suerte de expertos respecto a asuntos relacionados con la nutrición, no solo he descubierto que comer bien nos hace sentirnos mejor, sino también que, como señalaba Virginia Woolf en Una habitación propia, «uno no puede pensar bien, ni amar bien, ni dormir bien, si no ha comido bien».

Como siempre he creído que quienes ni duermen bien, ni aman bien ni piensan bien suelen hacer mucho daño a los demás, he llegado a la conclusión de que nuestros políticos deberían comer mejor... ¿O acaso no creen ustedes que si Mariano Rajoy consumiera más antioxidantes y vitamina C, a través de cítricos y frutos rojos tendría más energía para responder con mayor celeridad a las demandas de la sociedad? ¿O que a Albert Rivera le vendrían bien probar las infusiones de melisa, tila y azahar para relajarse y controlar sus urgencias? ¿O que a Quim Torra le salvaría de ser tan malencarado y faltón incluir un par de kiwis en el desayuno para combatir el estreñimiento?

No se trata de obligar a nuestros políticos a que pasen por Master Chef, pero teniendo en cuenta eso de que «mens sana in corpore sano», ¿no deberíamos vigilarles la dieta para evitar que sus mentes –demasiadas veces perversas– no acaben dañando las nuestras?