Turismo

El lugar que inventó el turismo en Canarias: playas volcánicas, jardín botánico y clima de eterna primavera

La crónica de este lugar arranca mucho antes del boom de sol y playa

Puerto de la Cruz, Tenerife
El lugar que inventó el turismo en Canarias: playas volcánicas jardín botánico y clima de eterna primaveraBarcelo.com

Puerto de la Cruz es el lugar desde el que nació la idea misma de viajar a Canarias. A finales del siglo XIX, cuando Europa buscaba climas benignos para curas y reposo, esta ciudad se convirtió en laboratorio de un modelo turístico que luego imitarían el resto de islas. Hoy, entre su muelle histórico, sus playas de origen volcánico y su red de jardines, el municipio sigue contando la primera gran historia del turismo en el archipiélago.

La crónica arranca mucho antes del boom del sol y playa. La Bahía de Martiánez y el muelle pesquero atrajeron a comerciantes y navegantes, pero fueron los visitantes en busca de salud quienes fijaron a Puerto de la Cruz en el mapa europeo. Llegaban atraídos por un clima suave, estable y luminoso, y por el abrigo vegetal del Valle de La Orotava. Aquellas estancias alumbraron una incipiente industria de servicios, con casas de huéspedes, paseos ajardinados, balnearios y una primera hotelería de gran formato que marcaría época y prestigio.

Ese legado se reconoce aún al caminar por el casco antiguo. La Plaza del Charco late como foro urbano desde el que parten calles de balcones de tea. La Casa de la Real Aduana recuerda el peso comercial del puerto y el vínculo atlántico que trajo viajeros, mercancías e ideas. El Castillo de San Felipe, erigido para mirar al mar con vocación defensiva, es hoy un escenario cultural que subraya la relación íntima de la ciudad con su litoral.

El verde fue, y sigue siendo, parte del reclamo. El Jardín Botánico, nacido en el siglo XVIII para aclimatar especies exóticas, convirtió a Puerto de la Cruz en aula a cielo abierto y en paseo botánico para visitantes curiosos. Ya en la ladera, el Parque Taoro escalona miradores, senderos y terrazas que sintetizan la estética decimonónica de retiro y paseo, ese mismo escenario que sedujo a viajeros británicos y centroeuropeos.

El salto al turismo moderno llegó con una idea radical, que era abrazar el océano como parte del ocio urbano. César Manrique lo entendió y lo dibujó en el Lago Martiánez, un complejo de piscinas de agua de mar y un gran lago central que integró lava, escultura y paisaje en un solo escenario. Ese gesto selló la transición desde el turismo de salud al turismo de experiencia, y consolidó a Puerto de la Cruz como destino pionero también en diseño y cultura del baño.

El mar sigue siendo protagonista. Playa Jardín, reordenada con jardines y paseos para templar el alisio, y la coqueta San Telmo, encajada junto al paseo marítimo, muestran el carácter volcánico de la costa norte, con arenas negras que contrastan con el verde de las palmeras. Desde el Mirador de La Paz, en lo alto de los acantilados de Martiánez, la ciudad se entiende de un vistazo.

Que Puerto de la Cruz fuera el origen no es casualidad. Conectividad marítima, tejido comercial, clima constante y una temprana inversión en espacios públicos crearon el ecosistema perfecto para que el turismo naciera aquí y se profesionalizara antes que en ningún otro punto del archipiélago. Ese ADN pionero se percibe en la forma de recibir al visitante, en la apuesta por la rehabilitación del patrimonio y en la programación cultural que hoy llena plazas y salas a lo largo del año.

Como base de operaciones, el municipio mantiene su ventaja estratégica. En minutos, el viajero salta de la ciudad al paisaje protegido del Valle de La Orotava; en menos de una hora, alcanza el Parque Nacional del Teide, donde el relato geológico completa el humano. La combinación de clima, historia y accesibilidad explica por qué, más de un siglo después, esta ciudad norteña sigue funcionando como un destino de “eterna temporada”.