Día de la lucha de los Trastornos de la Conducta Alimentaria

Hasta tres meses tarda el sistema sanitario en derivar a los adolescentes con Trastornos de la Conducta Alimentaria a salud mental

Los casos de TCA aumentaron a raíz de la pandemia y se mantienen en niveles muy altos, sin embargo no se ha dotado de mayores recursos al sistema sanitario, que en los casos leves o moderados sigue sin capacidad para establecer una periodicidad de vistas inferior al mes

El mayor uso de las redes sociales durante el confinamiento sería uno de los factores que explicaría el aumento de casos de TCA, así como el crecimiento del número de personas menores de 12 años que lo padecen
El mayor uso de las redes sociales durante el confinamiento sería uno de los factores que explicaría el aumento de casos de TCA, así como el crecimiento del número de personas menores de 12 años que lo padecenlarazonfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@42e06ab2

Durante los primeros meses de la pandemia, con el confinamiento, no solo se agravaron muchos casos de trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y se produjeron numerosas recaídas de personas ya tratadas, sino que además se registró un incremento significativo de nuevos casos, algo que empezó a notarse en las diferentes unidades y servicios de atención en verano de 2021.

Así, por ejemplo, en los centros de salud mental infantojuvenil de Cataluña el incremento de las atenciones relacionadas con los TCA fue del 25%, mientras que en la unidad especializada de Sant Joan de Déu las primeras visitas urgentes han aumentado un 50%, las hospitalizaciones han alcanzado un pico máximo de incremento del 60% y el aumento de las hospitalización parcial ha sido del 33%. Ahora, más de dos años y medio después del inicio de la pandemia , el panorama no es mucho mejor

“Esto se está prolongando pese a la normalización de la situación”, asegura al respecto Eduardo Serrano, doctor en psicología y coordinador de la Unidad de Trastornos de la Alimentación de Sant Joan de Déu, quien enumera diversos factores como posibles causas de este incremento, todos ellos asociados al confinamiento de la población y las posteriores medidas restrictivas.

Por un lado, la situación eliminó los factores de protección para los adolescentes, como son el colegio o las actividades de ocio y extraescolares, y generó un aislamiento de esta población en un momento vital en el que el contacto con los iguales es clave. Por otro lado, durante el confinamiento se hizo mucho hincapié en la importancia de seguir una alimentación saludable y tratar de hacer ejercicio físico y, paralelamente, hubo un incremento muy importante del uso de las redes sociales, que fomentan las comparaciones con los cánones de belleza que éstas establecen.

Todo ello, unido a los consecuencias que una alerta sanitaria de tales características puede tener para la salud mental de cualquier individuo, como la aparición de angustia, depresión o ansiedad, hizo que se generara la tormenta perfecta para que acabaran cristalizándose muchos casos de trastornos de la conducta alimentaria. “Algunos adolescentes afrontaron de manera desadaptativa el estresor del confinamiento y lo regularon a través de la comida”, indica Serrano para a continuación recordar que “el hecho de que estos adolescentes tuvieran que comer a diario en compañía de la familia u otras personas de su entrono también hizo florecer casos que habían permanecido ocultos o encubiertos hasta el confinamiento, cuando salieron a la luz”.

El riesgo de las redes

En cualquier caso, el perfil de la personas que sufren esto trastornos durante la adolescencia no ha cambiado mucho en cuanto al género, ya que en su mayoría son chicas (90%), y el trastorno, que en la gran parte de los casos consiste en la anorexia nerviosa, pero sí que se ha evidenciado un aumento de los casos que se inician en la etapa prepuberal, el cual se concretaría entre el 15% y el 20%. Sara Bujalance, directora de la Asociación catalana contra la Anorexia y la Bulimia, destaca que “la franja de mayor riesgo en lo relativo a desarrollar un TCA es la de los 12 a los 21 años, sin embargo estamos viendo casos de niñas menores de 12 años y eso es un factor de mal pronóstico”. Al respecto, Serrano comenta que “el Covid trajo un aumento exponencial del uso de las redes sociales, que cada vez se hace a edades más tempranas”, lo cual podría explicar este aumento de los casos que se diagnostican antes de la pubertad.

Y es que, en la mayoría de los casos, la puerta de entrada de los Trastornos de la Conducta Alimentaria es la insatisfacción corporal, que surge a partir de la comparación entre cómo se ve el individuo y los cánones de belleza, la cual creció con el confinamiento, entre otras cosas por la imagen corporal y estética que se difunde en redes sociales. “Cuanto más uso de las redes sociales hay, más riesgo existe de desarrollar un TCA, por eso, el profesional debe incorporar este factor en la evaluación de los casos”, señala Serrano.

Por su parte, Bujalance comenta que “existe una presión social relacionada con el cuerpo que está muy presente en las redes sociales y los adolescentes son los más vulnerable, porque no tienen aún capacidad de discriminar y, además, son los que hacen un mayor consumo de internet, de manera que están más expuestos a esta presión”

Resistencia al tratamiento

Pero como indica el coordinador de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria de Sant Joan de Déu, desde el confinamiento, no solo se ha detectado un aumento de los casos, sino que además se ha visto una mayor gravedad de los mismos, muchas veces por otros problemas asociados al propio trastorno de alimentación como pensamiento suicida o autolesiones, así como más recaídas. Al respecto, comenta que “la resistencia al tratamiento es un síntoma característico al inicio del proceso, porque el paciente no tiene conciencia del problema y, en consecuencia, no quiere dejar lo que está haciendo o no quiere mejorar”.

En este sentido, el objetivo de la terapia es hacer que éste gane conciencia y establecer una alianza terapéutica para que el paciente gane conciencia y tenga voluntad de cambio, pero el problema es que “muchas veces, la motivación para abordar el trastorno es externa, más que interna del propio paciente, como, por ejemplo, el no poder acudir a la escuela o tener que dejar las extraescolares, lo cual dificulta el abordaje de mismo y tratamiento y hace que haya recaídas”.

Así las cosas, el tiempo medio de tratamiento está entre los 3 o 4 años y en un 70% de los casos los síntomas remiten, mientras que en el 20% o 30% restante, el trastorno se cronifica. Para favorecer la recuperación de la persona que sufre un TCA “es clave una detección precoz, un inicio temprano del tratamiento especializado y la involucración de la familia”, señala Serrano, quien , en este contexto, advierte que “los casos más graves son atendidos en las unidades especializadas, mientras que los leves o moderados, en los centros de salud mental infantojuvenil, donde, ante el incremento de casos, el aumento de la gravedad de los mismos y una mayor frecuencia de las recaídas, sería necesario reforzar estos servicios dentro del sistema público catalán de salud para garantizar el acceso a la atención de todas las personas con TCA, así como la periodicidad de las visitas”.

Al respecto, Bujalance señala que, “si bien cuando hay un riesgo grave, la atención es inmediata, por lo general, el tiempo que transcurre desde que la persona con TCA llega al CAP y es derivada a salud mental es de entre dos y tres meses, cuando los ideal sería que no fuera más allá del mes”. Además, “desde esa primera visita en salud mental hasta la siguiente, pasa como mínimo un mes y eso no debería producirse”. “Hasta que la persona no está mal, no hay recursos adaptados”, denuncia, razón por la cual, desde la asociación reclaman más recursos, tanto económicos como humanos, para que la capacidad de atención del sistema sanitario público mejore y es que, como indica Bujalance, “antes de la pandemia, los recursos eran ya reducidos, de manera que ahora, cuando hay muchos más casos, éstos resultan insuficientes”,

Trabajar desde la prevención

También es determinante hacer hincapié en la prevención, tanto desde las escuelas, como en los centros de salud y en casa, pero, ¿qué pueden hacer las familias para tratar de evitar que su hijo o hija sufra un trastorno de alimentación? Para Serrano existen algunas claves, como el potenciar la autoestima de los niños y adolescentes al margen de lo que se refiere a su apariencia física; trabajar el tema de que todos los cuerpos son válidos y promover hábitos de alimentación saludables, poniendo siempre el foco en la salud y no en la estética y predicando siempre con el ejemplo; realizar al menos una comida diaria en familia, ya que éste es un factor de protección que reduce el riesgo de desarrollar TCA; establecer canales de comunicación con el niño o el adolescente, que estén abiertos a hablar sin juzgar; y desarrollar sentido crítico, especialmente hacia aquellos contenidos publicados en las redes sociales.

Además, Bujalance hace hincapié en la importancia de formar a todos aquellos profesionales que están en contacto y trabajan con los niños y adolescentes para que puedan fomentar factores de protección y prevención y tengan también la capacidad de identificar las señales que alertan acerca de un TCA y, de esta manera, se pueda detectar y actuar de forma precoz.