Lugar de culto

El pueblo medieval más bonito de Cataluña que enamoró a Picasso, según National Geographic

El artista visitó en dos ocasiones una localidad en la que trabajó y vivió

Una de las imágenes de Pablo Picasso captadas por Lucien Clergue.
Una de las imágenes de Pablo Picasso captadas por Lucien Clerguelarazon

Este año se conmemoran cincuenta de la muerte de Pablo Picasso y son numerosas, tal vez demasiadas, las exposiciones que tratan de aproximarnos al mundo del gran artista malagueño. Pero la estela picassiana no está solamente en los muchos cuadros, dibujos, grabados, cerámicas y esculturas que dejó. También puede encontrarse en los lugares en los que estuvo y trabajó. Ese es el caso de una localidad situada en la provincia de Tarragona y que fue decisiva no solo en la formación del pintor sino en la suya como hombre. Se trata de Horta de Sant Joan, bautizada por Picasso como Horta de Ebro donde estuvo en dos ocasiones, dos momentos muy distintos en su carrera.

Empecemos por el principio y ese principio es el verano de 1898 cuando acude a Horta de Sant Joan invitado por Manuel Pallarés, uno de sus grandes amigos en la bohemia barcelonesa. Ambos se habían conocido en el primer día de clase del curso 1895-96 en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona. Entre los dos hubo una intensa amistad que se prolongó durante 70 años. Pallarés dejó unas memorias, increíblemente todavía inéditas, que se conservan en la Fundació Palau de Caldes d'Estrac donde se guarda el legado de Josep Palau i Fabre, poeta y uno de los grandes expertos internacionales picassianos. Gracias a este documento podemos conocer detalles de los días en Horta de Sant de Joan, de donde era originaria la familia Pallarés. Dejemos que sea el amigo y confidente quien nos cuente cómo fue una estancia que se prolongó hasta febrero de 1899.

"Pablo pronto se impresionó de todo. Unas veces le daba por pintar algún rincón o calle del pueblo, como también hacía yo, y otras veces lo hacía en el campo". Es en el campo donde realizaron paseos, a veces a lomos de algún animal, pero siempre llevando consigo sus telas y sus pinturas, incluso con peligro para la vida del malagueño. Un día "antes de llegar al buen camino me volví para mirar a Pablo, y vi que en vez de andar erguido lo hacía andando, arrastrándose por el suelo, y al momento, no sé lo que pasaría, que empezó a rodar por la pendiente, él con su caja; al darme cuenta, dejé yo mi caja y corrí a cogerlo casi al borde de la pendiente, al final de la cual hay un estrecho de dos metros más o menos, por donde pasa un caudal de agua de gran profundidad (...). Si yo no hubiese llegado a tiempo, la caída de Pablo era segura". Los dos jóvenes vivieron esas semanas en plena naturaleza sorteando lluvias, vientos y fríos, durmiendo en cuevas, pero sin olvidar la obsesión por la pintura. Picasso trabajaba sin parar, al igual que Pallarés, aunque en alguna ocasión los bastidores sirvieron como leña para el fuego. Una de las experiencias más duras fue su asistencia a la autopsia que le practicaron a una joven y a su abuelo fulminados por un rayo, pensando inocentemente en tomar apuntes anatómicos. Pero el visionado de la operación, con un serrucho abriendo la cabeza de la chica, les obligó a retirarse con prontitud.

Buena parte de los numerosísimos dibujos que realizó el jovencísimo Pablo Picasso se encuentran en el museo barcelonés que lleva su nombre.

Diez años después de aquella visita, Picasso ya era un nombre consagrado que estaba revolucionando el arte del siglo XX gracias a su mirada cubista. Allí volvió acompañado de Fernande Olivier, su pareja de entonces, entre mayo y agosto de 1909. De ese momento son numerosos óleos que convierten el paisaje de Horta de Sant Joan, además de su arquitectura y la misma Fernande en composiciones cubistas.

En la actualidad Horta tiene un centro dedicado al estudio de los pasos picassianos por sus tierras, además de la exhibición de reproducciones de lo mucho y bueno que pintó allí.