Cerebro

La psicología explica por qué los fines de semana parecen cada vez más cortos

Según algunos conspiranoicos, nos roban el tiempo, pero en realidad no hay motivo para pensar tal cosa y la psicología sabe bastante bien qué está ocurriendo

Detalle de la maquinaria del reloj de la Real Casa de Correos de Madrid. EFE/Kiko Huesca
Detalle de la maquinaria del reloj de la Real Casa de Correos de Madrid. EFE/Kiko HuescaKiko HuescaAgencia EFE

Hace poco se dio a conocer un nuevo tipo de conspiranoico, uno que me gustaría decir que no podíamos imaginar que existiera, pero por desgracia estos locos años 20 nos han acostumbrado a todo. Nos han vuelto casi insensibles al absurdo y, aunque no debamos deshumanizar a quienes piensan estos sinsentidos, a veces se hace difícil tomarles en serio. Hablamos de un grupo que, aunque ha sido llamado popularmente “negacionistas del tiempo”, no encajan del todo con esos términos. No niegan la existencia del tiempo (como sí hacen otros desde hace años, valga la ironía), sino que inventan conspiraciones para justificar que su percepción del tiempo haya cambiado a lo largo de la vida. Así que vayamos paso por paso y pensemos como ellos.

Todos hemos vivido aquellos veranos eternos, cuando éramos niños y septiembre parecía el futuro lejano. Ahora, sin embargo, los años pasan como suspiros, y en menos que canta un gallo volvemos a estar haciendo la declaración de la renta. Los días corren como si duraran la mitad de horas que cuando éramos jóvenes y las horas se nos escapan entre los dedos. ¿Qué está pasando? La mayoría de nosotros asumimos que son cosas de la edad, una de esos caprichos de nuestra percepción, que transforman el consistente mundo exterior en un puñado de sensaciones relativas unas respecto a otras. Algo tendrá que ver con cosas como que, por ejemplo, un mismo color (una misma longitud de onda) nos parezca más verde o más azul en función de con qué lo combinemos. Esas relaciones son clave y, tal vez, algo tengan que ver. Sin embargo, otros deciden lanzarse a especular y, en lugar de perderse en disquisiciones psicológicas, deciden apostarlo todo a la conspiración.

Cronos nos roba

En las conspiraciones suele haber una constante y es que siempre hay un culpable, una persona o entidad que cargan sobre sus hombros toda la responsabilidad de nuestros males, ya sea de forma directa o indirecta, por hacer, deshacer o simplemente por ocultar la realidad. En este caso, por lo tanto, si el tiempo parece pasar cada vez más rápido, parece lógico llegar a la paranoica conclusión de que nos están robando tiempo.

Esto ha llevado a más de uno a sospechar que, tras los días aparentemente más escuetos, se esconde el plan gubernamental de acelerar progresivamente nuestros relojes para que creamos estar en una época en la que, en realidad, no estamos. ¿Qué ganan con todo esto? No parece estar claro, pero la culpa ya ha sido atribuida y ahí se queda. En algunos casos, conspiranoicos más sofisticados han llegado a sugerir que les motiva la ocultación y que, acelerando nuestros relojes de forma progresiva, se compensa la horripilante realidad: la Tierra se dirige hacia un agujero negro y, a medida que nos acercamos, el tiempo se acelera.

Interstellar ha hecho mucho bien, pero también mucho mal. Y no hace falta entrar a debatir si los gobiernos podrían ponerse de acuerdo para ocultarnos algo de tal calibre (y que no se filtrara), pero sí podemos discutir que la descomunal gravedad de un agujero negro tuviera tal efecto sobre nosotros. Gracias a la relatividad sabemos que, efectivamente, un objeto con suficiente masa altera la geometría del espacio-tiempo y, por lo tanto, puede afectar a la velocidad a la que pasa el tiempo de un objeto en su campo gravitatorio respecto a otro externo. En cambio, hay dos problemas: que a más gravedad más lento pasa el tiempo y, sobre todo, que eso no afecta a nuestra percepción del mismo, podríamos vernos “ralentizados” por la cercanía de un agujero negro respecto a nuestro primo, habitante de la galaxia de al lado, pero nosotros sentiríamos el tiempo fluir con total normalidad, es más, creeríamos que es nuestro primo quien vive apresurado. Ahora bien, por suerte la psicología tiene respuestas mucho más cabales que todo esto.

La verdadera explicación

Puede parecer atrevido, pero buscar respuestas a un fenómeno de nuestra percepción acudiendo a la psicología en lugar de a la física o a las conspiraciones siempre nos ha dado buenos resultados, no parece recomendable romper ahora la costumbre. Si en lugar de fantasear con explicaciones peregrinas sacadas de la ciencia ficción más Pulp hubiéramos buceado en algún libro sobre psicofísica, posiblemente hubiéramos dado con una respuesta tan elegante como matemática y, sobre todo, intuitiva. Porque para nuestra fortuna, hace tiempo que la física y la matemática se han puesto al servicio de la psicología en ramas como las que estudian la percepción de estímulos, y así es como llegamos a la famosa Ley de Weber-Fechner.

Desde su formulación inicial en 1960, la ley ha cambiado un poco, pero dice algo parecido a lo que sigue: “Si un estímulo crece en progresión geométrica, la percepción evolucionará en progresión aritmética”. Desgranemos esto. Podríamos traducirlo diciendo que, es fácil diferenciar cuándo nos iluminan con una o con dos linternas (ya no por los puntos de luz, sino por la cantidad de luz emitida), a fin de cuentas, la intensidad se duplica. Sin embargo, es casi imposible distinguir si nos apuntan con 2000 o 2001 linternas. A medida que el estímulo se hace más intenso, necesitaremos cambios mucho mayores para percibirlos. Esto, matemáticamente se representa como una función exponencial (una progresión geométrica) que se curva hacia arriba, haciendo que cada vez requiera estímulos más grandes para percibir un mismo cambio en nuestros sentidos (una gráfica que crece bien recta, en progresión aritmética, vamos).

Esto podría estar detrás de nuestra percepción alterada del paso del tiempo, porque, como decía antes, la respuesta es intuitiva, solo que la hemos formulado de manera muy rigurosa. La versión fácil de sospechar es que, cuando somos pequeños, nuestros recuerdos son escasos, hemos vivido poco y un nuevo día supone una proporción enorme de todo aquello, un verano es proporcionalmente a nuestros años vividos como sería todo un año de nuestra cincuentena. Cada vez necesitamos periodos de tiempo más largos para sentir que ha pasado la misma cantidad. Es una respuesta elegante que encaja muy bien con lo que hemos experimentado, pero no puede ser que la percepción del tiempo sea tan sencilla, han de existir otros jugadores en este partido.

El factor “diversión”

Efectivamente, nuestro sentido del paso del tiempo es complejísimo y apenas sabemos sobre su funcionamiento. Sabemos que hay neuronas que funcionan casi como si fueran segunderos, pero, sobre todo, lo que sí sabemos es que el tiempo vuela cuando te diviertes. Más allá del dicho popular, tenemos estudios que revelan el mecanismo oculto tras esa injusta aceleración temporal que hace fugaz a la diversión e infinitas a las esperas.

La clave podría estar en la dopamina. Solo con esa información ya deberíamos tomar la explicación con cautela porque, aunque parece contar con suficiente evidencia, esa sustancia es fácil de malinterpretar y confundir causas con consecuencias (la pistola no dispara porque esté humeante, está humeante porque ha disparado). En cualquier caso, los investigadores tomaron a un grupo de ratones y les sometieron a una sencilla tarea. Debían tocar con la nariz el panel que emitiera un sonido más largo de los dos que tuvieran frente a ellos.

El truco estaba en que, mientras tanto, los investigadores empezaron a estimular e inhibir las estructuras cerebrales encargadas de producir dopamina, para ver cómo afectaba a la percepción temporal del ratón y, por lo tanto, a su capacidad para distinguir el sonido más largo. Tal y como esperaban, estas oscilaciones de la dopamina se correlacionaron con alteraciones en su toma de decisiones así que, aunque no podemos saber cómo experimentó el tiempo el ratón, parece plausible asumir que a más dopamina más infraestimaba el tiempo y a menos dopamina más erróneamente largo lo percibía.

Esto podría explicar por qué esos veranos de la infancia, aburridos en el pueblo, sin los amigos y viendo pasar los días, eran más largos que los de nuestra madurez, donde atiborramos los días de obligaciones, viajes y actividades para no pensar demasiado. Y, como ya hemos dicho, esto no lo explica todo, porque en realidad estamos ante algo que se ve afectado por muchos más factores, pero esa constelación de “espejismos” de la percepción parecen, desde luego, muchísimo más probables que la existencia de una conspiración mundial para robarnos el tiempo.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Con la cantidad de astrónomos profesionales y aficionados que hay, sería muy improbable que nos estuviéramos acercando a un agujero negro y que ninguno de ellos se hubiera dado cuenta. No hay conspiración lo suficientemente grande como para silenciar a todas las personas que se compran un telescopio y lo apuntan al cielo nocturno. Un agujero negro tan cercano como el que proponen estos conspiranoicos, tendría otra serie de efectos visibles, donde veríamos curvarse la luz de algunas estrellas, creyendo que han cambiado su ubicación, por no hablar del resto de efectos (menos sutiles) que podríamos experimentar.

REFERENCIAS (MLA):