Trece años sin Corín Tellado, la gran dama de la novela rosa
Nacida en Viavélez, Asturias, la autora logró algo insólito en las letras españolas: vivir de la literatura y sobrevivir al paso del tiempo
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Parecía eterna. Más allá de las modas. Lejana como un mito incombustible. A ratos antipática. Siempre a la defensiva. Reconocida como una de las escritoras vivas más trabajadoras y leídas del mundo hispano, pero apenas considerada, como ya es costumbre en España, si exceptuamos algunas palabras de Mario Vargas Llosa, tildándola de «fenómeno sociocultural», y de Cabrera Infante -corrector de pruebas en la revista «Vanidades», donde comenzó a publicar novelas cortas en 1951- y que le dedicó un capítulo en su libro «O», donde reconocía que gracias a esas lecturas aprendió a escribir. Y es que la novela rosa no ha tenido nunca buena prensa. Ni siquiera ha cosechado esos quince minutos de fama del tebeo y las ilustraciones populares, convertidas por artistas como Lichtenstein en obras de arte serio. Sea como fuere, Corín Tellado (nacida en Viavélez, Asturias, el 25 de abril de 1927), logró algo insólito en las letras españolas: vivir de la literatura y sobrevivir al paso del tiempo, de las modas, de los cambios sociales y políticos, escribiendo el mismo tipo de novela de kiosco durante medio siglo.
El 11 de abril de 2009, hace ahora trece años y con 81 recién cumplidos, la escritora fallecía en su casa de Gijón. Sus restos mortales fueron incinerados y el funeral tuvo lugar en la Iglesia de la Inmaculada de Gijón. Su primera obra, «Atrevida apuesta», la publicó en 1946 en la Editorial Bruguera, y, tras cuatro mil títulos, llegó a vender cuatrocientos millones de ejemplares, a los que habría que sumar aquellas que se cambiaban a diario en las paradas de pipas y tebeos a cambio de unos reales. Durante el franquismo, Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía fueron los dos autores de quiosco más leídos e intercambiados de España. También fue ella la primera escritora sentimental en triunfar con las fotonovelas, a partir de 1966 («Corín Ilustrada»), con tiradas de 175.000 ejemplares quincenales, eclosión que culminaría con el éxito de «Lucecita», de la cubana Delia Fiallo. En los años 70 vendió numerosos derechos para el cine y televisión y en 2000 editó su primera novela online en Internet.
Como curiosidad, en 1978 y con el pseudónimo de Ada Miller publicó una serie de novelas pornográficas en la colección «Especial Venus». Ninguna de sus coetáneas, Carmen de Ícaza y sus elegantes novelas de amor y lujo, G. Sautier Casaseca, el rey del folletín radiofónico, y el inefable Rafael Pérez y Pérez, quizá el novelista rosa más popular español durante los años 30, le han sobrevivido en el imaginario popular. Su equivalente, con todas las cautelas, es, sin duda, Bárbara Cartland. Pero Corín Tellado era otra cosa, más berroqueña y para nada almibarada, una mujer ajena a la tarta rosa, el encaje y las camas en forma de corazón que decoran la vida de este tipo de escritoras, especializadas en novelas históricas, amores tórridos, lances de capa y espada y plantaciones lejanas.
Conflicto de clases
Lo suyo estaba más cerca de la cotidianeidad, las preocupaciones corrientes de la mujer de extracción media, conflicto de clases sociales en clave romántica, duelos imposibles entre secretarias enamoradas de sus jefes, pasiones desgarradoras, mansiones de lujo y el previsible final que el género sentimental impone con el triunfo del amor. Del mismo modo que Elena Francis, el fenómeno radiofónico más longevo de las ondas, sus novelas conseguían la identificación de las lectoras con una cambiante problemática femenina, en el momento histórico en el que la mujer accedía de pleno al mercado laboral. Corín Tellado conocía la situación de las jóvenes como ella. Se separó de su marido en 1962, con dos hijos pequeños, y al poco consiguió un contrato con Bruguera de 150.000 pesetas al mes. Ese saber adaptarse a las circunstancias del momento, a los cambios sociales de España desde la inmediata posguerra y el desarrollismo a la transición democrática es la clave de su continuado éxito editorial, triunfo internacional y permanencia como la favorita de un género hecho para soñar despierta. Esta frase: «No soy mujer de sueños, ni he tenido oportunidad para soñar», define a la autora a la perfección.