Madrid, manojo de ninfas
Madrid se ha convertido en una, si no la única, de las excepciones en el panorama lírico mundial: mientras en la Zarzuela se representa «La del manojo de rosas», el Real ofrece «Rusalka»
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Madrid se ha convertido en una, si no la única, de las excepciones en el panorama lírico mundial. Mientras en el Teatro de la Zarzuela se representa «La del manojo de rosas», el Real ofrece «Rusalka». En un lado, una producción emblemática del teatro, firmada por Emilio Sagi, en su trigésimo aniversario, y del otro, una nueva diseñada por Christof Loy. Ambas con excelentes direcciones musicales.
La primera se ha representado varias veces en la calle Jovellanos, siempre con enorme éxito, y fue una pena que se frustrase su exportación al City Center neoyorquino en 1995, cuando estaba preparada para competir con los musicales de Broadway. Dos de los intérpretes protagonistas de hace treinta años vuelven ahora: Carlos Álvarez y Milagros Martín, aunque el papel que ella abordó entonces lo canta Ruth Iniesta. En el segundo reparto, Gabriel Bermúdez y Raquel Lojendio. Un auténtico lujo. Álvarez no posee ya la presencia física que precisa el personaje y la voz resulta demasiado oscura, pero da toda una lección de canto e interpretación. Está en plena forma y matiza mucho mejor que en el pasado. Desgraciadamente, quienes estuvimos en el teatro hace treinta años echamos de menos en la hora final de recoger los aplausos a Pepa Ojanguren, recientemente fallecida. El pasado jueves se retransmitió en vivo, con excelente calidad, a través de la web del teatro y ya se alcanzaron las veinticinco mil visitas, todo un récord que se verá aumentado con las posteriores visitas en youtube.
En la Plaza de Oriente se representó «Rusalka», en coproducción con la Staatsoper de Dresde, el Teatro Comunal de Bolonia, el Liceu y el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia. Es curioso que nunca se haya ofrecido en el Real desde su reinauguración. Una producción de gran calidad, aunque sin alcanzar el nivel de «Capriccio», según la crítica de Arturo Reverter. El día 25 también se podrá ver en «streaming».
Pero, en ambos casos, lo curioso y hasta sorprendente es la evolución que en ambos teatros se ha verificado en los desarrollos escénicos. Apenas hace un par de meses que se llegaron a pintar recuadros en el suelo del escenario del Real –«La Traviata»– para que los artistas mantuviesen las distancias de seguridad. Incluso Giancarlo del Monaco hubo de inventarse un pañuelo ensangrentado para narrar la pérdida de la virginidad de Salud en «La vida breve» de la Zarzuela. Ahora siguen las mascarillas en coro y figurantes, pero los artistas principales se achuchan. La ópera y la zarzuela han vuelto a ser ópera y zarzuela. Y se ha conseguido, toquemos madera, sin efectos secundarios contraproducentes, lo que quiere decir que los riesgos se han medido y resuelto bien. Queda por solucionar el asunto del foso, con plantillas que no son aún las que deberían ser.
Si la situación se mantiene, Madrid habrá dado una lección al mundo lírico, en la práctica totalmente lleno de cancelaciones, de cómo afrontar la desesperante situación. Y, quizá, nuestro mundo musical pueda empezar a ver la luz. Esperemos que sea así.