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Liz Taylor, diez años sin la gata más caliente de Hollywood

Mañana se cumple una década desde que murió la estrella del cine, a los 79 años

Elizabeth Taylor fotografiada por Richard Avedon
Elizabeth Taylor fotografiada por Richard AvedonRichard AvedonRichard Avedon

Cuando se piensa en Liz Taylor es inevitable hablar de sus ojos color violeta, la perla Peregrina que casi pierde en un jolgorio, sus siete matrimonios más uno, las relaciones tempestuosas con su marido Richard Burton y el grado de alcoholemia en sangre en ambos púgiles. Queda su faceta de actriz en su segundo plano, no porque fuera una desdeñable, al contrario, algunas de sus interpretaciones fueron espectaculares, sino porque hizo de su vida un circo de tres pistas cuando la jet set la formaban un puñado de millonarios descontrolados que iban de discoteca en discoteca, hasta acabar en los 80 en el reservado del Studio 54 consumiendo coca y botellas de whisky para bajar el subidón y más coca para mantenerlo en un ciclo ininterrumpido que la llevó a la tumba –mañana se cumplen 10 años– más tarde de lo previsible: a los 79 años. Cuenta Luis Gasca, director del Festival de San Sebastián en sus años dorados, que charlando con Richard Burton de Taylor le dijo que las broncas que mantuvieron a lo largo de su agitada vida fueron mayúsculas. En su villa de Puerto Vallarta, la Casa Kimberly, que Burton le regaló a Taylor por su 32 cumpleaños, mantuvieron peleas épicas y reconciliaciones sexuales que Burton bautizó como «una salsa agridulce mezclada con chile picante».

Por esa mansión pasó el casting completo de «La noche de la iguana» (1964) y presenciaron peleas y reconciliaciones por cualquier tropezón de Burton, controlado por la inquisitiva mirada violeta de Taylor. En realidad, Liz Taylor tenía los ojos azul oscuro, pero lucían violáceos por los focos, con una particularidad biológica: estaban rodeados por dos filas de pestañas por la mutación en el gen FOXC2, razón por la que sufrió un grave problema cardíaco congestivo a lo largo de su vida.

Ambos eclipsaron lo que se suponía iba ser un rodaje explosivo pese a la presencia de Deborah Kerr y su marido Peter Viertel, ex amante de Ava Gardner, Sue Lyon y su celoso novio, Burton y su amante Liz. Cuenta John Huston en sus memorias «A libro abierto» que, temiéndose lo peor, «antes de empezar a filmar compré cinco pistolas doradas, que entregué a Elizabeth, Richard, Ava, Deborah y Sue. Cada pistola venía con cuatro balas de oro, grabadas con el nombre de cada uno de los otros».

Por entonces la atención se centraba en el romance de Taylor, que todavía seguía casada con Eddie Fisher, y Burton. Su ex marido, Michael Wilding, era el agente de Prensa de Burton y se encargaba de amansar «la tensión en la jungla» y controlar a la Prensa que merodeaba en la playa de Mismaloya a la espera de que explotara el rodaje. Lo más extraordinario que ocurrió fue que Gigi, el perro de Tennessee Williams, cogió una insolación.