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Música

Crítica de clásica

Experimento metalingüístico

La soprano Manon Chauvin y Mónica Campillo, con el clarinete
La soprano Manon Chauvin y Mónica Campillo, con el clarineteMichelle Mateos StudioFundación El Instante

Obra: Monodrama operístico de «Un tiempo enorme». Director: Jorge Fernández Guerra. Soprano: Manon Chauvin. Clarinete: Mónica Campillo. Fundación El Instante, Madrid. 22-III-2021.

Aplausos para la benemérita Fundación el Instante, creada por José María Sicilia y dirigida por la dinámica Cristina Pons, adalid de tantas aventuras culturales, que ha abierto sus puertas, instaladas físicamente en unas antiguas cocheras, para dar cabida a esta interesante e inteligente propuesta de Jorge Fernández Guerra, compositor inquieto, pensador empedernido y organizador de eventos envueltos siempre en el aire de lo nuevo, de lo problemático, de lo sorprendente.

Sorprendente es sin duda, y novedosa, esta enjundiosa composición definida como monodrama operístico, calificativo que no creemos se ajuste a lo que hemos podido ver y escuchar. Lo definiríamos como monólogo, si se quiere musical; y literario. En él no hay drama ni acción propiamente dichos, sino un deambular de su único personaje de aquí para allá, tanto en lo puramente físico como en lo conceptual, marcados y subrayados todos sus movimientos en uno y en otro sentido por la voz de un omnipresente clarinete, que puntea, impulsa y resalta a lo largo de una partitura cambiante, agilísima, poblada de saltos interválicos, en un discurso atonal y entrecortado, salpicado de inquietantes y penetrantes evoluciones, a las que se entregó con su pericia habitual la virtuosa Mónica Campillo.

La voz, clara, plateada, de soprano lírico-ligera, más aquello que esto, de Manon Chauvin, en diálogo continuo con el instrumento de madera, bien en paralelo, bien en ágiles contrapuntos, a lo largo de un recitativo ocasionalmente melódico, acompañado de vez en cuando de rápidas vocalizaciones, moviéndose en una gama interválica relativamente cómoda, con aisladas escaladas al agudo, es la portadora de las múltiples reflexiones y pensamientos que constituyen el mensaje que nos quiere traer el compositor y que, hay que reconocerlo, envuelto en la constante melopea, da mucho que pensar.

Y nos va proporcionando pistas en la exposición de un texto en el que se ventilan ideas, propuestas, pensamientos, dichos, definiciones y sobre todo dudas en torno al lenguaje, su (s) significado (s) y su valor. Ya Fernández Guerra nos puso en antecedentes en su previa presentación y nos confesó la admiración que siente por pensador, filósofo y dramaturgo Samuel Beckett, en algunos de cuyos textos se basa el guión de la obra interpretada, “El innombrable”, por ejemplo. El monólogo discurre pues sobre esa falsilla, aderezado con pensamientos emanados de la filosofía de Rousseau, con lo que se conforma un todo que nos plantea constantes interrogaciones y, fundamentalmente, nos enfrenta a la duda permanente en relación con la palabra y su empleo. En una vertiente visitada en tiempos por Chomsky. Una búsqueda en la que no hemos de cejar y que queda claramente consignada en la expresión “Hay que seguir”, con la que se cierra la obra.

A lo largo del “experimento” metaliterario la voz va exponiendo pensamientos, máximas, interrogantes: “Si me callara, ¿qué pasaría?”; “Todo no es silencio, hay que ver también la clase de silencio que se guarda”… Lo que se recita y lo que se canta, lo que se toca, no guardan aparentemente una relación con la manera en la que se dice, se canta y se toca; al menos no se puede detectar con claridad. Pero también puede ser el resultado al que quiere llegar el compositor en esta “acción lingüística” de algo menos de una hora de duración. Una hora en la que se nos hace pensar aun a costa de tener la sensación de que se deambula en exceso y de que el mensaje musical es demasiado parvo.

Para finalizar viene bien recordar estas dos máximas de Beckett: “Cada palabra es como una innecesaria mancha en el silencio y en la nada” y “La palabra es todo lo que tenemos”.