El Prado moderniza su colección del siglo XIX con la pintura social
La pinacoteca reordena las quince salas dedicadas a este periodo, concede más peso a las mujeres en el nuevo recorrido y aumenta de 170 a 275 las obras expuestas, exhibiendo en sus espacios a 57 maestros que jamás antes habían estado representados
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El Museo del Prado ha rebajado la importancia de la pintura española historicista del siglo XIX y ha resaltado la social en la nueva reordenación de las salas dedicadas a este periodo. Una apuesta que intenta dejar atrás esa visión más oscurantista y pesimista de nuestro pasado que arrojaban obras como «Los fusilamientos de Torrijos», de Gustavo Giblert; «Doña Juana la Loca ante el sepulcro de su esposo, Felipe el Hermoso», de Francisco Pradilla, o «Episodio de Trafalgar», de Francisco Sans Cabot. Unas piezas que apelaban siempre a la injusticia, la demencia o la derrota que en tantas ocasiones han marcado el devenir de nuestro país y que en su momento impidió afrontar el futuro con un horizonte más optimista. Con la reapertura de estos espacios, que abarcan quince salas, las mismas que ya había antes de la pandemia, la pinacoteca da la vuelta en su totalidad a la imagen y el concepto del arte comprendido en esta época. De las 170 obras que había en el montaje anterior se ha pasado a la exposición de 275, y de los 130 maestros que se exhiben, 57 jamás habían estado representados. Además, de ellos, 37 son extranjeros y, lo más relevante, 13 son mujeres, lo que aumenta de manera notable la presencia de artistas femeninas en la colección general.
No son las únicas novedades de este recorrido. También se han incluido por primera vez artistas filipinos, el único país asiático con tradición pictórica occidental. Están representados a través de los dos retratos de Estaban Villanueva y un óleo de grandes proporciones de Juan Luna que evoca la muerte de Cleopatra. También se ha querido subrayar que el Prado no es solo un museo de pintura, sino que tiene un carácter artístico más amplio. Por esta razón se han incluido tres medallas, que no se habían expuesto más que en el momento de su adquisición, dos estampas y cuarenta miniaturas, un campo que siempre ha estado relegado y en el que sobresalieron algunas pintoras notables, como es el caso de «La amabilidad», una aguada sobre marfil de Marcela de Valencia que se ha comprado este mismo mes de abril y que ahora puede contemplarse. Y se ha hecho hincapié en la escultura a través de 27 estatuas de claro énfasis romántico. Es el caso de ese «Dante pensativo» de Jerónimo Suñol o «Eclosión» de Miguel Blay.
Más modernidad
De las pinturas, un total de 203, hay que comentar que 67 no se habían enseñado con anterioridad y que 17 de ellas han ingresado en el Prado entre 2019 y 2021. Pero quizá lo más sobresaliente es la decidida apuesta por una pintura de corte social, aupada por la llegada del naturalismo, y que era la que predominaba y estaba en más sintonía con la estética y los gustos del público al final del siglo XIX, pero que, sin embargo, durante años se había relegado a un segundo plano de manera incomprensible.
Las escenas de carácter histórico siempre habían gozado de un peso quizá excesivo que ahora se ha tratado de enmendar de una manera oportuna y acertada. Estas salas dan una visión más articulada de España con el contexto europeo y las agitaciones, preocupaciones y manifestaciones que estaban emergiendo en el resto del continente. En «invitadas», la exposición que el Prado mantuvo hasta marzo de este mismo año, ya adelantaba esta intención de dar a esta corriente un mayor despliegue. No sin razón. Estos cuadros tienen una deliberada modernidad, no solo por la comunión que tenemos con esa manera de pintar, cuyo latido aún percibimos, sino por lo temas que reflejan. Un ejemplo sobresaliente es «Una sala del hospital durante la visita del médico en jefe», una extraordinaria pintura de Luis Jiménez que fue premiada en París en su momento; o «Una huelga de obreros en Vizcaya», de Vicente Cutanda y Toraya, con un marco muy apropiado para la tela, que posee una enorme viveza y aún retiene una extraña vigencia, quizá porque el asunto de aborda es una escena todavía común para la retina del hombre del siglo XXI. A su lado, vibran dos cuadros formidables, «La esclava», de Fabrés y Costa, una escena del sur donde se vende a una mujer o «La bestia humana», una denuncia con tintes muy decimonónicos, pero actual, de la prostitución. Y no hay que dejar atrás un lienzo de enorme dureza como es «¡Aún dicen que el pescado es caro!», de Joaquín Sorolla, donde se retrata la muerte de un pescador durante una jornada de faena.
Como ha recalcado Miguel Falomir, director del Museo del Prado, en esta revisión se ha conjugado otro tipo de ideas que antes no se habían tenido en cuenta. Durante el siglo XIX no hubo un solo estilo, como muchos creen, sino varios, y todos convivieron entre sí o se dieron el relevo. Para derogar esta concepción errónea se ha quiero incluir las distintas tendencias y visiones pictóricas, y cómo era la relación que existía entre ellas. Una prueba evidente es el «careo» entre «Los mamelucos» y «Los fusilamientos» de Goya, que aluden a la invasión francesa, y que están ya concebidos con una pintura fresca, original y moderna, con «La muerte de Viriato», de José de Madrazo, que habla de la conquista romana de Hispania, un óleo contagiado por el Neoclasicismo internacional que predominaba en la época y que, en su momento, gustaría más que la del genio de Fuendetodos.
Pero no todo son novedades. También se ha mantenido un ámbito dedicado a Fortuny, un artista de enorme importancia, en el que puede verse el «San Andrés» de José de Ribera y la copia que él hizo después de esta pintura, que tanta influencia tendría en su trayectoria posterior, y se ha respetado la presencia indudable que tuvieron artistas como Federico Madrazo, Martín Rico, Eduardo Rosales o Sorolla.