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Rodolfo Valentino y Ramón Novarro, la leyenda del dildo asesino

Resulta paradójico que los dos grandes machos del cine mudo fueran gays y que el final del segundo le llegase con un juguete sexual del primero
La Razón
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Es una paradoja, o no, que lo dos grandes machos de las historia del cine mudo fueran gays. Tanto Rodolfo Valentino como Ramón Novarro encarnaron la fantasía del «latin lover» que enamoraban a las mujeres de todo el mundo con sus miradas lascivas y sus encantadores modales, un tanto afeminados, pero adecuados para el tipo de personajes que encarnaron en el cine: la hombría del rudo hombre de acción de Novarro en su papel de Ben-Hur, y el romántico galán andrógino que representó Valentino en los inicios del cine mudo. En Hollywood se sabía que Novarro era homosexual y Valentino era tildado por la prensa de forma despectiva como «pink powder puff» (la polvera) y «el vampiresa» («he-vamp») por su amaneramiento y porque sus dos matrimonios de conveniencia fueron con dos reconocidas lesbianas: Jean Acker y Natacha Rambova.
Entre artistas, se sabía que cuando fueron compañeros de piso Valentino y George Raft mantenía una relación sexual. Mae West, que «chequeó» a George Raft dijo: «Raft tiene un buen equipamiento y sabe cómo usarlo, pero sospecho que prefería a Valentino antes que a mí». En sus días de «gigolós-dancers», contaba Raft, que en el club nocturno de Texas Guinan «Rudy y yo ejecutábamos a menudo bailes eróticos desnudos. Y nos excitábamos. Pero no se equivoquen. Yo era el activo y él, el pasivo».
Dos amores y una medida
Cuando Ramón Novarro, hijo de españoles emigrados a Méjico, apellidado Samaniego, fue contratado de extra en «Los 4 jinetes del Apocalipsis» (1921) quedó perdidamente enamorado del «amante supremo». Un amor que fue correspondido por Valentino años después. Como recuerdo de aquel tórrido amor viril quedó el dildo «art dèco» de antracita de su pene de tamaño natural (ten-inch: 25,4 cm) que Valentino le regaló a Novarro para que lo tuviera siempre presente y a mano en la mesita de noche. Para «The Great Lover» fue «una relación sexual apasionada pero sin amor, y para Novarro fue el gran amor de su vida, «como dos barcos que se cruzan en la noche», confesó años después.
Valentino murió joven, mientras que Novarro siguió su carrera hasta 1968 en papeles secundarios de series televisivas como «El gran Chaparral», y fue asesinado por dos chaperos, los hermanos Paul y Tom Ferguson, para robarle 5.000 dólares que escondía detrás de un cuadro, según un soplo facilitado por otros chulos. Al no encontrarlos, se enfurecieron y lo molieron a palos, llevándose 20 dólares de botín. En un espejo del dormitorio uno de los chaperos escribió: «Us girls are better than the fagits(sic)»; traducido: «Las chicas son mejores que los mariconos (sic)».
Brutal asesinato
Mientras Paul buscaba el dinero y destrozaba la casa, Tom se desnudó y junto a Novarro, también desnudo, comenzó a excitarlo para sonsacarlo. Pese a las quejas del actor de 69 años de que no tenía ese dinero, lo molió a palos con un bastón destrozándole cara, cabeza y genitales, hasta que su hermano impidió que lo matara. Sangrando e inconsciente, ducharon a Novarro para que se espabilara y lo arrastraron hasta la cama, donde lo dejaron ahogándose. En el informe policial, la causa de la muerte fue por «ahogo causado por aspiración de sangre debido a múltiples heridas en la cara, nariz, y boca».
Al descubrir que había sido un crimen sexual, la policía de Hollywood orientó su investigación hacia Larry Ortega, un chapero que trabajaba en una casa de masajes, que les condujo hasta su cuñado Paul Ferguson, también chapero. Aunque en el atestado policial se afirma que Ramón Novarro murió ahogado por su sangre al depositarlo en la cama boca arriba, la crónica negra, iniciada por «Hollywood Babylon» (1975) de Kenneth Anger, afirmaba que Ramón Novarro murió rematado por el falo art-dèco que le había regalado Valentino, un dildo que le metieron hasta la garganta. Lo asesinaron la noche del 30 de octubre de 1968, a los 69 años. Por entonces, aquel amor juvenil había quedado reducido al recuerdo de aquel famoso «spaghetti» en forma de falo inerte.