“Las flores del mal”: el provocativo poemario censurado por inmoral que escandalizó a Francia
Este depositario de los placeres escrito por Baudelaire, destapó los complejos del puritanismo del XIX y marcó las bases de un nuevo paradigma artístico
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Su aspecto sombrío y demoníaco, heredado de las tragedias de la gran ciudad del XIX, de las heridas del hombre moderno, de los tentáculos sifilíticos que acabarían posteriormente con su vida y de una insatisfacción radical y dolorosísima cuyo grosor era tan fino como la lluvia y tan embriagador como el opio, se contraponía deliberadamente al torrente de luz y belleza sublimada que presentaba su ingenio. El sufrimiento es para Charles Baudelaire, –ese mesías del simbolismo francés, ese buscador infatigable de paraísos artificiales, ese bohemio de nocturnas y errantes costumbres– el aspecto más efectivo y afectivo de la lucidez y, al contrario de lo que cualquier manual de autoayuda firmado por un Santandreu de guardarropía aconsejaría, la imposibilidad para ser feliz es una bendición del cielo a la que aferrarse para crear cualquier cosa.
Pero el poeta maldito también se entregó con fruición a los placeres mundanos, a la etimología del dandismo y al subrayado desacomplejado del disfrute por el disfrute, convirtiendo así «Las flores del mal» en su obra más totalizante, más representativa y también más escandalosa y corrupta. En 1842 su destino se cruza con dos figuras extremadamente relevantes para entender la configuración del mencionado poemario, tanto en términos de amistad inspiracional y tutela profesional como en clave de descubrimiento sexual y emocional: Théophile Gautier, a quien dedica fervientemente el libro («al poeta impecable, al perfecto mago de las letras francesas, a mi muy querido y muy venerado maestro y amigo Theóphile Gautier, con los sentimientos de las más profunda humildad dedico estas flores malsanas») y Jeanne Duval, la mulata del Teatro de la Porte Saint Antoine trasladada a la categoría de ninfa ardiente y tenebrosa y causa y efecto involuntario de la mayoría de sus versos.
Suspenso en decencia
Con más de la mitad de la cuantiosa herencia legada por su padre dilapidada en apenas dos años y habiendo publicado ya algunos poemas de la obra en diversos periódicos sin haber obtenido por ello ningún tipo de censura, el autor manda el manuscrito de «Las flores del mal» –que inicialmente se iba a haber llamado «Las lesbianas» o «Los limbos»– a su fiel amigo y editor Auguste Poulet-Malassis y el 25 de junio de 1857 sale a la venta. Tan solo un mes después de la publicación, Baudelaire es perseguido por «ofensa a la moral pública y a las buenas costumbres», obligado a suprimir seis poemas del volumen («El leteo», «Lesbos» o el erótico y estimulante «Las alhajas», entre ellos) y condenado a doscientos francos de multa. “Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias”, llegaría a espetar sardónico y venenoso tras las acusaciones.
El vituperio puritano, sin embargo, alienta el espíritu de este lírico visionario y propicia la creación de otras dos ediciones más con las rectificaciones impuestas pero con el añadido de treinta y cinco nuevas composiciones. Entristece pensar que la tercera y definitiva edición y el levantamiento de la censura sobre algunos poemas llegaran muy tardíamente, lo suficiente como para que el cuerpo de Baudelaire estuviera ya debajo de la tierra. Dibujando probablemente, ese “rayo macabro”, ese “escalofrío nuevo” con el que Víctor Hugo definió su aportación al cielo del arte.