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El Prado reivindica el arte americano y la cultura de las dos orillas

La pinacoteca inaugura «Tornaviaje», una ambiciosa muestra que resalta el valor del arte hecho en América desde la conquista hasta 1800
Alberto R. RoldánLa Razón

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La revisión del pasado, el auge de las posturas indigenistas, la peligrosa consolidación de la corrección política y ese incontrolado viento iconoclasta que apea de sus peanas a diversas figuras históricas son tendencias y movimientos que han coincidido con una anhelaba reivindicación del Prado que se había pospuesto demasiado. La pinacoteca traía en el macuto de las tareas pendientes realzar el papel de las mujeres en la pintura, objetivo que ha cumplido con diversas iniciativas expositivas y concediendo un mayor relieve a su papel en las colecciones, y, también, vindicar el arte de origen americano de la Edad Moderna y la influencia que tuvo en España. «Siempre hemos compartido la idea de que eran los cuadros de Murillo y Zurbarán los que iban al Nuevo Continente, pero pocos conocen la cantidad ingente de piezas que venían desde allí. La realidad es que se conservan más obras provenientes de América que al revés y que importábamos más piezas americanas que de Flandes o Italia», comenta Miguel Falomir, director de la institución madrileña.
«Tornaviaje» es una de las muestras más ambiciosas del museo en esta temporada. Ha reunido 107 obras, 95 de las cuales se conservan en espacios religiosos, sobre todo iglesias y monasterios, y en el ámbito privado. Proceden de 25 provincias españolas, así que se puede subrayar que todo el país está representado en estas salas. Para su exhibición se han restaurado 27 de ellas, lo que eleva de manera sustancial el coste de esta iniciativa y ha supuesto una ayuda de cuantía difícil de redondear para los propietarios actuales, muchos de los cuales carecen de fuerza económica suficiente para afrontar una inversión de este porte.
Todo para enseñar en público la deuda pendiente que manteníamos en España con los creadores novohispanos que trabajaban en la orilla contraria del Atlántico. «Queremos reivindicar la áurea estética de estas obras que, en un momento del pasado, se decidió que carecían de valor y solo conservaban una importancia testimonial, centrada en el punto de vista histórico, su valor antropológico o científico. Pero no es cierto. De hecho, algunas estuvieron en el Real Alcázar de Madrid y nadie consideraba que tuvieran un rango inferior al resto de los cuadros», resalta Falomir, señalando una de las grandes joyas del recorrido y un paradigma de las relaciones entre España y América: «El biombo de estrado (historia de la Conquista de Tenochtitlan)», datado en 1692-96, una cuidada pintura, dividida en tres paneles y dibujada por ambas caras, que refleja la fusión entre la cultura española y la mexica. En uno de los lados se aprecian episodios de la conquista de México y, en el contrario, un mapa de esta urbe en el siglo XVII con las estructuras importadas de Europa. «España apenas representó este suceso de su historia. Sí hay obras que aluden a las luchas contra los musulmanes, los holandeses y los alemanes, pero no a lo que hicimos en América. Solo doscientos años después aparecen estas representaciones y casi siempre hechas en América, impulsadas por las élites de los criollos. La pieza, destinada a los gobernadores, es casi una reivindicación. Cuenta de dónde vienen, que son herederos de los aztecas, y lo hacen de una forma respetuosa, nada peyorativa, y, a la vez, sin que suponga ningún detrimento para el anterior legado; reflejan la grandeza de una ciudad que era más grande que Madrid y que glosa todo lo que aportaron los españoles».
Esta conjunción es uno de los puntos de apoyo de «Tornaviaje». Como subraya Falomir, una de las pretensiones de la exposición es eliminar prejuicios vigentes, barrer malentendidos enclavijados en la conciencia y ayudar a superar torpes desconocimientos que no contribuyen a nada para acercar comunidades. El recorrido, dividido en dos grandes zonas, una que alude a la Plaza Mayor, punto de reunión de las gentes, y otra al altar, lugar común de las singulares espiritualidades de entonces, aglutina temas como la sociedad, la religión y el estatus.
Técnicas insólitas
Con «Tornaviaje», pues, el Prado reivindica el arte virreinal y lo pone en valor a escala internacional. Y puede que esta sea la primera entrega de un proyecto de mayor envergadura orientado en este sentido. Existe un motivo claro: todas estas obras están presentes en el día a día de miles de españoles, aunque ellos lo ignoren. Este conjunto de cuadros y tallas, realizados en técnicas y materiales inéditos en España(como el enconchado, influencia de Oriente, o las plumas) entraban por los puestos de Cádiz y Sevilla, y después se dispersaban por la variada geografía hispana en ese aleatorio devenir que aguarda a los objetos, incluso los más relevantes. La mayoría de ellos acabaron en iglesias y son, todavía hoy, venerados por los creyentes. «Algunas de estas esculturas o cuadros los descolgamos cuando les estaban rezando en ese preciso momento. De hecho, hemos tenido mucho cuidado para que la exposición no coincidiera con la Semana Santa debido a que son imágenes vivas de devoción hoy en muchos pueblos y lugares. Ahí están, por ejemplo, los Cristos de caña, como los que podemos ver aquí. Venían de América y no estaban hechos de madera. De haber sido así, habrían pesado 40 kilos. De esta manera, apenas son 7 y resultan más fáciles de levantar».

El lienzo más cotizado del momento

«Los tres mulatos de Esmeraldas» (en la foto), de Andrés Sánchez Galque, es uno de los grandes cuadros de «Tornaviaje» y uno de los más solicitados a nivel internacional en este momento. Retrata a un padre y sus dos hijos. El padre era un esclavo negro que al llegar a costas americanas saltó del barco y escapó. Se casó con la hija de un jefe indio y se convirtió en un caudillo. Más adelante pactaría con los reyes de España. Fue inmortalizado en esta tela con ropas europeas.