Los Leonardos más polémicos a través de sus copias
El Prado dedica una muestra al taller vinciano que reúne la versión de la «Mona Lisa» y el «Salvator Mundi» de sus pupilos
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Hace una década, los conservadores de la pinacoteca madrileña retiraron la veladura negra del siglo XVIII que ocultaba el fondo de la «Mona Lisa» que conservaban en las salas de la colección. Salió a la luz un paisaje de extraordinaria semejanza al original del Louvre y un secreto fascinante que había permanecido oculto hasta entonces y que cambió la percepción de la obra. Al cotejar el paisaje de los dos óleos, el de París y el de Madrid, resultaba evidente que era el mismo. Los especialistas concluyeron que ambas telas fueron ejecutadas al mismo tiempo, pero por talentos distintos. Diez años después de aquel descubrimiento, el Prado ha dedicado una exposición al taller del autor de «La última cena» y prueba que las correcciones, enmiendas y arrepentimientos que el maestro introdujo en su obra más célebre también se introdujeron en la que ejecutaba el discípulo situado justo a su lado.
Dos telas, dos artistas
Estas dos telas fueron realizadas una al lado de otra, al mismo tiempo, con igual propósito, pero con fines distintos. Uno obedecía a un encargo privado de Francesco del Giocondo, un rico empresario florentino implicado en el tráfico de esclavos, como cuenta Catherine Fletcher en «La belleza y el terror» (Taurus), y el otro era la vía más oportuna para que adquiriera dotes y conocimiento uno de sus pupilos.
Las diferencias proceden de un hecho significativo: Leonardo da Vinci siguió retocando su pintura hasta el final de sus días, cuando el copista y su aprendiz ya no convivía con él y el destino había separado a ambas pinturas.
Estos alumbramientos también han ayudado a que comprendiéramos mejor cuál era la mentalidad que predominaba en el taller de Leonardo y cuáles eran las reglas y propósitos de su pedagogía. El genio florentino, de inmensas preocupaciones intelectuales, inculcaba en sus seguidores la necesidad de mirar con atención el objeto que iban a retratar, su ubicación en el espacio y cómo interactuaba con la luz del entorno. Para él lo principal no era imitar la manera que descansaba en su talento, sino en una composición adecuada y equilibrada, prestando atención a las transiciones para que la pintura pareciera naturaleza pura y nunca se percibiera la mano humana.
Una teoría que se ve precisamente en «Leonardo y la copia de Mona Lisa», la nueva exposición de la pinacoteca madrileña, que ha reunido varias copias de los alumnos de Leonardo, que se dedicaban a copiar sus prototipos y temas. Entre los cuadros reunidos sobresalen copias de los dos lienzos son los más controvertidos, atractivos y polémicos del artista de Florencia: la citada «Mona Lisa» del Prado, un óleo autorizado y supervisado por Da Vinci, y un «Salvator Mundi» de idéntica tipología y costuras parecidas al célebre «Salvator Mundi» que se ha atribuido al genio florentino y que es origen y fin de mil polémicas. Este último presenta evidentes diferencias, como el color de la prenda de Cristo (en el del Prado es rojo, en el atribuido a Leonardo, azul) y la atmósfera que envuelve a la figura (en uno es directo y en el de Leonardo Da Vinci, conserva una extraña luz a su alrededor). Pero existe un aliciente más. Tanto la «Mona Lisa» como el «Salvator Mundi» y la «Santa Ana» expuestos ahora en Madrid proceden de la misma mano. Pero, ¿quién es ese misterioso artista? Existen muchas especulaciones alrededor de ese nombre y todo son conjeturas. Nadie ha puesto todavía un nombre.