Edith Cavell, la enfermera (y espía) que fue ejecutada por salvar vidas
Durante la Primera Guerra Mundial, la británica se dedicó a tratar y ayudar a escapar a numerosos soldados, fueran aliados o enemigos, por lo que fue condenada por los alemanes
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Se convirtió en un mito, fue considerada una heroína, tenía un gran corazón, pero, ante todo, fue una gran profesional. En una época de guerra, de bandos separados y sangrientas luchas, la última esperanza para preservar algunas vidas reside en los sanitarios. Estos profesionales, en momentos de necesidad y caos, no responden a ideas políticas, sino al firme desempeño de la medicina, independientemente de en qué bando batalle el soldado en cuestión. Y este era el lema de Edith Cavell, una enfermera que salvó bastantes vidas pero que, precisamente por eso, por hacer bien su trabajo, murió ejecutada. La británica dedicó su vida a salvar a los soldados heridos en el frente de la Primera Guerra Mundial, demostrando una gran heroicidad y una compasión sin límites, pues curó tanto a aliados como a enemigos. Esto, y aún ante la petición de otros países neutrales, como España, de que se conmutara la pena, hizo que los alemanes decidieran fusilarla un 12 de octubre de 1915.
Nacida en Swardestone un 4 de diciembre de 1865, Cavell creció en el seno de una familia religiosa: su padre era pastor anglicano y siempre educó a sus cuatro hijos en la convicción de ayudar a los más necesitados. Así, Cavell se educó en una atención constante hacia el marginado, trabajando en hospitales, como institutriz u ofreciendo su ayuda a quien lo pedía. Estudió enfermería en el Hospital de Londres, y fue entonces cuando consolidó su espíritu solidario, que se materializó aún más durante su dirección de la Escuela belga de Enfermeras Graduadas, en 1907, y la creación de “L’infermière”, revista especializada, en 1914.
Según historiadores británicos, Cavell estaba visitando a su familia en Norwich (Inglaterra) cuando estalló la Gran Guerra. Sin dudarlo, se trasladó a Bruselas, donde pretendía tratar a las víctimas de la guerra, independientemente de su bando o nacionalidad. “No puedo parar mientras haya vidas que salvar”, dijo, y esto le costó la vida. Fue reclutada por el MI6 británico y se involucró en una red de espionaje, donde ayudó a cerca de 200 soldados a huir de las fuerzas alemanas. Cuando el mando alemán dio la orden de que “todos los heridos peligrosos o sospechosos” fueran trasladados del hospital donde estaban, Cavell organizó una red de escape, con el objetivo de ayudarles a escapar hacia Holanda.
Pero Cavell no lo hizo por los bandos, sino por las vidas. Trató tanto a heridos aliados como a enemigos, así como no se cortaba a la hora de opinar sobre la ocupación alemana. Esto hizo que la inteligencia alemana la espiara y, por tanto, descubriera la red de evasión de los enfermos, así como las casas seguras en las que la enfermera trataba y escondía a los soldados. La arrestaron un 3 de agosto de 1915, acusada de coser mensajes en el forro de los uniformes y de informar a los británicos de las posiciones alemanas, y la encerraron en la prisión de Saint Gilles.
Nunca negó su participación en estas fugas, por lo que su juicio se celebró el 7 y 8 de octubre de 1915: fue declarada culpable y condenada a muerte. De nada servía que hubiera salvado cientos de vidas de manera desinteresada, cosa que indignó a los países aliados y a los neutrales durante la guerra. De hecho, el asesor de la embajada norteamericana, Hugh Gibson, llegó a contactar con el gobernador alemán de Bélgica para que le perdonara la vida. Varios fueron los países que advertían a Alemania del desprestigio mundial que conllevaría tal ejecución. No obstante, hizo oídos sordos y decidió acabar con todo.
“El patriotismo no es suficiente y no debo tener odio ni amargura hacia nadie. He visto la muerte tan a menudo que no es algo extraño ni temeroso para mi”. Esas fueron sus últimas palabras, ante un capellán, la noche antes de su fusilamiento: el 11 de octubre de 1915. Tenía 49 años, y su asesinato obtuvo tanta repercusión en la opinión pública que incluso el escritor Sir Arthur Conan Doyle lo rechazó: “Todo el mundo debe sentir asco y repulsión hacia esta acción barbárica del ejército alemán al asesinar a este gran y glorioso espécimen de ser humano”.
Con el tiempo, también hubo arrepentimiento. Tras la muerte de Cavell, un alto mando alemán reconoció que su ejecución “fue uno de nuestros mayores errores. No pudimos concebir una acción más impopular”. Ahora, su historia, ya convertida en mito, continúa siendo ejemplo a seguir de quienes buscan la valentía y la solidaridad y, ante todo, de aquellos sanitarios que trabajan en zonas de riesgo, sangre y guerra.