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Cine

“Madres paralelas”, la Agenda 2030 de Almodóvar

No tengo muy claro todavía si lo que he visto yo hoy es “Madres paralelas”, la última película de Almodóvar o “Madres Paralelas”, un publirreportaje de la Agenda 2030. Pero vaya, sea como sea, yo les cuento. Empezaré por reseñar que la sala a media asta se componía en su mayoría por señoras mayores, excepto un señor también mayor y yo, que he salvado por los pelos y con dificultad el hacer pleno senil. Comprendería luego, ya lo adelanto, que es este, el de las señoras mayores, el público objetivo del cineasta hoy en día: solo ellas salen satisfechas consigo mismas porque no se escandalizan por aquello que ya no escandaliza a nadie, pero sí lo hacía la última vez que fueron al cine, hará unos cuarenta años. Con sesión doble, acomodador y paredes enmoquetadas. Y porque han sorbido moquetes en la última escena, con frasecita de Galeano incluida -a robocop gracias que no ha puesto una de Jorge Bucay-, y eso empodera y eleva moralmente una barbaridad.

El mayor defecto de la película es también su mayor virtud y eso es, en sí mismo, un logro. Es tal el empeño de la cinta por dejar claro cuál es el lado bueno, primero, y que el director se encuentra indudablemente en él, después, que ha conseguido no dejar ni una sola causa por sobar, simplificar e instrumentalizar. Sin rubor alguno, sin vergüenza torera. Incluso se permite pasarse por el arco el principio del arma de Chéjov, tan decoroso, y nos mete a un transexual en la historia sin venir a cuento y sin aportar nada a la trama, más que la frasecita “es la primera vez que salgo en la portada de una revista femenina”. Chúpate esa, heteropatriarcado estructural. Tampoco es que aporte mucho la relación bisexual de las protas, hay que decirlo, más allá de un momento sicalíptico que le sirve luego para que la jovencita se encele. Y para dejar claro que el género es una elección y que fluye, y que donde dije Diego digo digo, y mañana digo Rodrigo, y aquí no ha pasado nada. Que no lo pasa, disculpen el vayapordelantismo.

Pero no he venido yo aquí a reescribirle el guión a Pedro -Peeeeedrooooooo- sino a constatar un hecho: que “Madres Paralelas” es un catálogo de pretendidas bonhomías. Tengo que señalar, eso sí, que el epígrafe “abuso a las mujeres, solo sí es sí, yo te creo hermana” se le ha escapado un poquito de xenofobia, que se lo perdonamos por ser de izquierda (“todos los artistas son de izquierdas”). Interpretamos como recurso artístico, claro, que los violadores sean un poquito racializados. A ver cómo hacemos sospechar a Penélope Cruz de que la niña no es suya si ambos padres son tíos heterosexuales random, que es lo que nos gustaría. Bueno, pues metemos un poquito de marrón latino, no negro subsahariano que eso es inaceptable, y arreglado. Podemos sacrificar un pelín de ideología a favor de la credibilidad. Esto te lo llega a hacer un cineasta de derechas (spoiler: no hay) y de la etiqueta de fascista no le salva ni un Mussolini revivido matando opositores a su lado con sus propias manos.

Yo he echado de menos, por apuntar algo, un poquito de defensa del cambio climático y algo de racialización buena. También el colectivo de acondroplásicos me ha parecido desatendido y aunque la muerte súbita ha estado bien, un trastorno del espectro autista no habría sobrado.

“Madres Paralelas” no me ha gustado, concluyo, por la misma razón por la que no me gustan los cuentos con moraleja: porque estoy hasta el gorro de moralejas. Yo ahora ya solo quiero que me cuenten historias y que me las cuenten bien. Que no sea todo un macguffin brutalista para meterme la ideología hasta el esófago como antaño Mary Poppins nos metía con un poco de azúcar esa píldora que os dan. Por dios, que hasta hay un momento en que Penélope Cruz está haciendo tortilla con una camiseta que pone “We Should All be Feminists” (”todos deberíamos ser feministas”). Hasta un “no atropellen ancianitas” me habría parecido mejor. Pero si son fans del hijo de Superman y aun no han visto la última de James Bond, les gustará. Háganme caso.

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