Vidas extraordinarias
Gracia Nasí: la mujer que salvó a miles de judíos en la Europa inquisitorial
Usó su inmensa fortuna para proteger a miles de judíos que eran perseguidos por la Inquisición y se convirtió en una de las mujeres más poderosas del Renacimiento
En pleno siglo XVI, la Inquisición estaba tan presente en Europa, una mujer movía hilos invisibles desde las cámaras de comercio hasta las cortes de los monarcas. Era Gracia Nasí, conocida también como Doña Gracia Mendes, una judía conversa que se convirtió en una de las banqueras más influyentes de su tiempo y que usó sus recursos para salvar a miles de correligionarios perseguidos, desafiando a reyes, papas y toda la maquinaria del poder.
Nació en Lisboa en el año 1510, con el nombre hebreo de Hana Nasí. Era hija de una familia de judíos conversos, sefardíes obligados a abrazar el catolicismo tras los edictos de expulsión en España (1492) y Portugal (1497). Como tantos otros, los Mendes-Nasí vivían en un delicado equilibrio: asistían a misa, se casaban bajo ritos cristianos y aparentaban devoción, pero en la intimidad mantenían prácticas judías, siempre bajo la amenaza de la Inquisición.
Le cambiaron el nombre a Beatriz de Luna Miques. Sin embargo, no solo se la conoce por este nombre de cristiana conversa, sino también por otros: Gracia Mendes (como mujer casada), Gracia Nasí (adoptando el apellido de su sobrino) y los tratamientos honoríficos de «La Señora» o «Doña Gracia».
En 1528 se casa con Francisco Mendes, miembro de una de las familias más ricas de la Europa renacentista. Eran rivales de los Medici florentinos y desde Amberes, el clan controlaba el lucrativo comercio de especias que llegaban desde Oriente.
En 1538, la muerte de su marido dejó a Nasí al frente de un imperio financiero que se extendía desde Lisboa hasta Venecia. Con apenas 28 años, se convirtió en la mujer empresaria más rica del continente, porque prestaba dinero a los monarcas y a la Iglesia.
Tanto la Inquisición española como la portuguesa intentaron presionarla para quedarse con sus bienes. Nasí respondió con lo que mejor sabía hacer: mover capitales, ocultar transferencias, negociar favores y huir cuando era necesario. Lisboa, Amberes, Venecia, Ferrara y finalmente Constantinopla fueron escenarios de sus exilios y estrategias.
Pero su dinero no se usaba solo en salvarse a sí misma. Nasí desplegó una red clandestina de apoyo a judíos perseguidos en toda Europa. Los judíos perseguidos se ocultaban con el cargamento de pimienta en sus barcos, que iban a parar a Amberes. De ahí, cruzaban los Alpes hasta Venecia, y de nuevo se escondían en las rutas marítimas de la Casa Mendes-Benveniste, donde paraban en Grecia, y cuyo destino final era Turquía.
Todo este entramado fue financiado por la propia Nasí, que permitió a miles de familias huir de la Inquisición hacia territorios más seguros, como el Imperio otomano.
En Ferrara, donde encontró temporal refugio en 1549, patrocinó la impresión de la Biblia en ladino –lengua judía medieval de los sefardíes, conocida como «judeoespañol»– para que los exiliados pudieran conservar su fe y su lengua.
Una vida aventurera
Su vida fue una aventura: en Venecia estuvo a punto de ser encarcelada, acusada de herejía. En Roma, el papa Pablo IV la consideró una enemiga personal. Quizás el episodio más sorprendente de su vida fue su intento de fundar un asentamiento judío autónomo en Tiberíades, en la actual Galilea.
Con apoyo del sultán otomano Solimán el Magnífico, Nasí promovió el desarrollo agrícola y la repoblación de esa ciudad con refugiados sefardíes. Aunque el proyecto nunca alcanzó la escala que ella soñó, ha sido considerado un antecedente remoto del sionismo moderno: la idea de un retorno colectivo a la tierra de Israel siglos antes de Herzl.
La niña que nació en Lisboa bajo la amenaza de la Inquisición murió en Constantinopla en 1569 como la mujer judía más poderosa de su tiempo. Para entonces, ya era recordada como «La Señora» o «Reina de los Judíos».
Hoy, su nombre permanece menos conocido que el de otros banqueros renacentistas como los Fugger o los Medici. Sin embargo, su influencia fue igual de decisiva. No solo sostuvo redes financieras que lubricaban las economías de reinos enteros, sino que las utilizó para salvar vidas. Porque si algo demostró Gracia Nasí es que la riqueza podía servir para algo más que engordar tesoros: podía salvar pueblos enteros de los horrores.