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Todos los galardonados: Cómo no desperdiciar a las personas

En sus discursos, premiados el escritor Emmanuel Carrére o el chef José Andrés, denunciaron el terrorismo y el hambre, y pidieron más libertad y Justicia

Emmanuel Carrère inició su discurso refiriéndose al lugar que ocupa el español en su biblioteca, ordenada por idiomas, para confesar que el nuestro está justo «detrás del inglés y delante del ruso», y admitir que «acercarse a esos estantes es saludar a viejos amigos. Un abuelo más joven que todos los jóvenes: Cervantes. Dos tíos irónicos y enigmáticos: Borges y Bioy Casares». No dejó fuera de la nómina de referencias a Cortázar ni a Bolaño, y tuvo palabras para los que llamó «compañeros de ruta, más o menos de mi edad: Enrique Vila-Matas, Javier Cercas, Juan Gabriel Vázquez. Mi querida Rosa Montero...».

El escritor no tardó sin embargo en sorprender a la audiencia del Teatro Campoamor con un cambio de guion y sus palabras festivas se tornaron serias cuando sacó a colación el terrorismo: «El pasado 8 de septiembre se inició en París el juicio por los atentados cometidos, también en París, el 13 de noviembre de 2015 en las terrazas y en la sala de conciertos del teatro Bataclan. Estos atentados causaron 131 muertos. Ustedes, españoles, tuvieron que llorar a más víctimas el 11 de marzo de 2004, cuando hubo 61 fallecidos más». El novelista, inmerso en la cobertura de este macrojuicio, aseguró que «los catorce canallas sentados en el banquillo de los acusados son comparsas, protagonistas secundarios, lo cual invalida la comparación que se hace a menudo con los juicios de Nuremberg», donde se juzgaron a líderes nazis, pero, a pesar de ello, vio concomitancias: «El juicio de París tiene en común con los de Nuremberg su ambición histórica, sus enormes recursos y, en primer lugar, su duración: nueve meses».

Las heridas y las muertes

El escritor reconoció que él y los periodistas que asisten al tribunal «día tras día chapoteamos en la sangre, las heridas físicas y morales, las muertes atroces y las vidas truncadas. Es un baño de horror en el que a veces nos preguntamos por qué nos lo infligimos». Para Carrère existe una respuesta: a pesar del dolor que supone escuchar las declaraciones de «esos supervivientes heridos en sus cuerpos y en sus almas se mantienen de pie. Nos hablan desde muy lejos, desde lugares de la experiencia humana que la mayoría de nosotros no conocemos». Carrère, que citó asimismo a León Bloy y Simone Weil, aseguró que «las historias de catástrofes y naufragios, del sálvese quien pueda generalizado, suelen revelar lo peor del ser humano. La cobardía, el cada cual a lo suyo, el canibalismo. Allí no hubo nada de eso». Y subraya: «Solo se nos han descrito ejemplos de ayuda mutua, de solidaridad, gestos a menudo heroicos».

José Andrés también mostró un lado fieramente reivindicativo. No se entretuvo en retórica, es hombre que detesta las palabras que no van a ninguna parte, y se centró en lo importante. Afirmó tajante que «las personas sin voz necesitan que se las trate como personas. No quieren nuestra limosna, quieren nuestro respeto y su dignidad». Recordó, sin vacilar, que «desperdiciar comida está mal, pero lo que realmente está mal es desperdiciar la vida de las personas». Y contó sus inicios, cómo reciclaba alimentos y se los daba a los indigentes, y cómo decidió extender ese gesto y convertirlo en ayuda. Desde entonces acude a los lugares más afectados para auxiliar a los damnificados por las tragedias, desde Puerto Rico hasta La Palma. José Andrés contó además cómo una reunión de diez amigos se ha convertido en 25.00 voluntarios. «Hemos actuado en huracanes, tsunamis, incendios, terremotos, volcanes y en la pandemia, proporcionando más de 60 millones de comidas». Aprovechó la ocasión para explicar que «me siento como un inmigrante del mundo. Los inmigrantes construimos puentes porque tenemos que hacerlo». Luego enumeró los desafíos que nos aguardan: «Hambre en nuestras comunidades, un clima en proceso de cambio, un número creciente de refugiados y una pandemia global que ha hundido las economías». Por eso apeló a la responsabilidad: «Debemos salvar el medio ambiente y acabar con el hambre», para lo que, señaló, se tiene que dejar de desperdiciar «el 40 por ciento de los alimentos que producimos».

Por otro lado, José Andrés destacó que hay que «mejorar la salud y ahorrar dinero si proporcionamos a nuestros niños y personas mayores comidas nutritivas y sanas. Podemos llevar estabilidad y paz». Y concluyó reclamando «un mundo en el que la comida sea la solución, no el problema». Asimismo, Gloria Steinem declaró que «no existen inmigrantes, todos somos pasajeros en esta nave espacial terrestre». Explicó cómo con la pandemia «las fronteras nacionales comenzaron a parecer más artificiales», y se refirió a un efecto de la cuarentena: muchos padres se han involucrado en «el cuidado completo de los niños» y ha «liberado a las personas de las ataduras de los roles de géneros». Y subrayó lo negativo: «La violencia doméstica contra las mujeres aumentó durante el confinamiento». Steinem, que entró con una mascarilla con los colores dela bandera de España, respaldó el movimiento Black Lives Matter, criticó el auge del racismo en EE. UU., acusó a Trump de ser el «presidente menos cualificado y que más ha dividido el país» y, de manera inesperada, reivindicó la risa para salir adelante ahora y vencer el miedo. «Es una prueba de libertad. Al dar valor a libertades como la risa espontánea, preservamos la libertad para siempre».