El catedrático cancelado por falsa homofobia: «Cualquier discurso que no coincide con el suyo lo ven perverso»
El catedrático Manuel Gurpegui, de la Universidad de Granada, ha sido la nueva víctima de la alarmante «cultura de la cancelación» a través de «afirmaciones falsas» sobre su trabajo
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El veto ideológico, la corrección política y una hipersensibilización con las minorías identitarias ha desembocado en una corriente censora que ya se encuentra asentada desde hace años en las universidades americanas. El fenómeno se acentúa y recrudece, alcanzando ya, a los campus europeos. Ya en 2010 Rosa Díez era increpada, víctima de un escrache en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense (con presencia activa de un futuro vicepresidente, segundo de bastantes, del gobierno). Más recientemente, en diciembre de 2019 y en la Universidad Pompeu Fabra, era el profesor Pablo de Lora quien sufría un boicot por parte de un grupo de activistas que protestaban e impedían una ponencia cuyo contenido desconocían, pero con el que discrepaban encolerizados. Paradojas identitarias. Ahora, lejos de constituir casos aislados, empieza a extenderse, alarmantemente, lo que llamamos «cultura de la cancelación». En la Universidad de Granada, en el que sería el más reciente pero, previsiblemente, no el último de los casos, el profesor Manuel Gurpegui, catedrático jubilado de esa Universidad, ha sido rechazado por el consejo de la UGR para ser emérito, tras ser acusado por el Delegado General de Estudiantes de la Universidad, en representación de los delegados de estudiantes de Medicina, de «presuntamente» haber realizado «manifestaciones homófobas en sus clases».
«Las afirmaciones que han vertido sobre mis clases son falsas» afirma el profesor Gurpegui, «y tal vez tengan su origen en interpretaciones retorcidas que deforman los hechos, posiblemente desde una particular representación falsificadora de la realidad. Es probable que cualquier discurso que no coincida con el suyo lo encuentren perverso, incluso un discurso integrador que tiene en cuenta la dimensión biológica, psicológica y social de hombres y mujeres». La clase a la que aluden los delegados de estudiantes fue impartida por el profesor el 24 de mayo de 2017 y era, precisamente, la última del programa de la asignatura «Psiquiatría», que terminó con un aplauso por parte de los asistentes. Entonces, algunas personas no identificadas difundieron acusaciones hacia Gurpegui con afirmaciones «falsas, injuriosas y calumniosas» señalando que hacía «apología de corrientes que incitan al odio» e, incluso, «haciendo un uso ilícito de mi imagen (incluida mi cabeza seccionada)», explica el profesor. «Un catedrático de una universidad pública, funcionario, estaría en tal caso cometiendo un delito», aclara. «Deberían haber denunciado entonces ante la autoridad judicial. Pero no lo hicieron. Su afirmación era falsa y fui yo quien interpuso una querella criminal contra los autores». Tal y como declaró en sede judicial una alumna asistente a la clase, el profesor en ningún momento hizo «comentarios o manifestaciones que fuesen ofensivos o menospreciaran a alguna persona o grupo de personas», de ningún modo «se refirió al colectivo LGTBI de manera despreciativa», y negó que «se expresara en términos que incitase al odio hacia el colectivo o que apoyase corrientes que incitasen al odio». El profesor, declaró la alumna, «se limitó a exponer las diversas doctrinas científicas sobre los trastornos de las conductas sexuales sin inducir la opinión de los alumnos hacia ninguna de ellas» y «fue neutral». Sin que se le preguntase sobre este extremo, añadió que ella «se consideraba del colectivo LGTBI y no se sintió ofendida».
«La Inspección de Servicios me entrevistó entonces a mí y también a delegados estudiantiles, pero no llegó a abrir expediente alguno. La Inspección de Servicios no me juzgó en 2017, pero la Comisión Académica me condenó en 2021», decía Manuel Gurpegui en su discurso ante el Consejo de Gobierno de la Universidad de Granada del pasado 26 de noviembre, en el que afirmaba rotundamente que las acusaciones eran falsas y que «nunca he afirmado, dentro o fuera del aula, que la homosexualidad sea una enfermedad ni que yo la “cure”, como falsamente se me ha atribuido. En casi medio siglo de actividad clínica, en el sector público o en el privado, nunca he tenido una sola queja relativa a la subjetividad sexual de mis pacientes, que han sido de toda condición».
«Me sorprende mucho», explica el también profesor de la UGR Carlos Ruíz, pediatra, «que haya predominado una presunción sin demostración fehaciente de veracidad sobre lo que verdaderamente se debía valorar: los méritos académicos que, indudablemente, el profesor Gurpegui reúne. Era necesario dejar a un lado la ideología y juzgar esto de manera exclusivamente académica». Efectivamente, el profesor reúne todos los méritos académicos necesarios, además de contar con el apoyo a su candidatura de la directora del Instituto de Neurociencias Federico Olóriz, del director del Centro de Investigación Biomédica, el acuerdo unánime del Consejo de Departamento de Psiquiatría y el informe favorable de la Dirección de Evaluación y Acreditación de la Junta. «No hay una explicación académica a la decisión», asegura Ruíz.
Síntomas preocupantes
«El que yo no haya sido nombrado Profesor Emérito es un asunto menor», tercia el profesor Gurpegui, «pero no es asunto menor que el Consejo de Gobierno de la Universidad de Granada haya tomado tal decisión sobre acusaciones falsas». «En Medicina», señala Carlos Ruíz, «solemos decir que un síntoma no hace enfermedad, pero que la suma de muchos síntomas es preocupante. Y lo ocurrido, como síntoma, francamente lo es». El profesor Ruíz no duda en dar su nombre al posicionarse ante lo que considera una grave amenaza para el pensamiento crítico, el debate sano, la libertad de expresión y el avance del conocimiento, todo ello, precisamente, en el seno de la institución académica que debería velar por estos valores, sin ceder a presiones más cercanas a una pretensión de imponer un pensamiento único o de vetar manifestaciones incómodas o polémicas. Otros compañeros suyos (y compañeras. En este caso se me antoja necesario el desdoblamiento), sin embargo, piden preservar sus nombres por prudencia y temor. «Hoy en día y tal como están las cosas, ya no solo en la Universidad, hay temor. La muerte social es una amenaza real y en el ámbito académico puede conllevar señalamientos y represalias difícilmente asumibles por todos. No a todos se puede pedir heroicidad».
Algunas de esas fuentes que prefieren mantener su anonimato, profesores en la UGR todos, señalan que en la Universidad «hay cada vez menos libertad y más militancia y propaganda. Los campus anglosajones marcan tendencia, pero también en Cataluña podemos ver el resultado de estos procesos». «Es todo bastante delirante», añade uno de ellos, «porque los círculos de poder en casi todas las universidades de España son los mismos desde hace décadas. Esa victimización constante de estos grupos y la consigna ‘’falta mucho por hacer’', es algo casi patológico». «Empezamos con Granada-Laica buscando crucifijos por las facultades y despachos», añaden, «luego llegó el lenguaje inclusivo, que retrata a quienes no lo usan, y ahora existen “camarillas” de estudiantes y profesores que pretenden gestionar un mundo de discriminaciones que sólo existe en sus mentes».
«En una Universidad, ni las fuerzas de seguridad del Estado pueden entrar sin permiso del rector», explica el profesor Ruíz. «Y esa responsabilidad de autonomía y de independencia de la institución ha faltado en este caso. La Universidad debe amparar y fomentar el pensamiento crítico, predominar la ciencia por encima de otros criterios, y, sin embargo, se ha cedido a las presiones ejercidas por todos estos movimientos identitarios». Concluye un profesor de la UGR: «La irrupción de un programa ideológico tan potente nos ha llevado a otro nivel. La afinidad o distancia con el programa que podemos enmarcar en la ‘’cultura de la cancelación’' marca determinantemente una carrera y esto genera dinámicas muy perversas. No hay nada en la Universidad que no funcione como en la política».