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Los fantasmas de Goya reviven en un filme

El artista Phillippe Parreno evoca la Quinta del Sordo, donde el creador español realizó el ciclo de “las pinturas negras” en una película que exhibe el Museo del Prado
Otero Herranz, AlbertoMuseo del Prado

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La palabra «arte» es sediciosa y suele resistirse a que la encajen en una casilla o la ciñan a los estrechos miriñaques de una definición. Phillippe Parreno ha roto con la idea preconcebida de que una obra es el resultado de una emoción labrada en piedra o volcada en óleo. El artista se ha separado de los senderos habituales y se ha desmarcado con un trabajo que tiene mucho de arqueología sensitiva y emocional. En una película de metraje corto, cuarenta minutos, recupera el espacio de la Quinta del Sordo, donde, entre 1819 y 1824, Francisco de Goya acometió una ardua y valiente tarea personal, y ejecutó el ciclo de las «Pinturas negras», unas obras que, al contrario de otras, que menguan en relevancia, estas crecen y aumentan en simbolismos y sugerencias. El edificio original donde vivió Goya fue demolido, en un acto de descuido patrimonial, por decirlo de una manera suave y poco molesta, en el distante año de 1909. Las obras se salvaron y se exhiben en la actualidad en la sala 67 del edificio de Villanueva del Museo del Prado. Y desde ahí aún siguen repiqueteando en nuestras conciencias con sus elaboradas sugerencias.
Parreno, con el apoyo de Acciona y la colaboración de la Fundación Beyeler, que estrenó este filme durante la muestra que dedicaron al artista español la temporada pasada, ha erigido de nuevo sus muros y paredes. Durante dos días grabó en la pinacoteca los murales de Goya en alta definición para adentrarse en cosmogonía de significados y referencias que esconden sus brochazos. «Estuvimos escaneando cada una de ellas. Siempre de noche, para que hubiera silencio, y fue una experiencia similar a grabar un vinilo. Cuando observé estas composiciones tan cerca, lo que me pareció ver, lo que surgieron, fueron fantasmas, que me hablaban, espectros que me poseían», confiesa casi en un murmullo, como si tuviera miedo invocar a mismas apariciones con el sonido de su voz. Después se precipita a aclarar su respuesta y señala que «cuando Goya hizo estas obras, el mundo estaba en un proceso de cambio. Solo hay que pensar que fue en estos mismos años cuando Mary Shelley escribió su Frankenstein. Fue un instante en que estábamos creando mitos que luego van a afectarnos a todos nosotros».

Espectros

El Museo del Prado, que comparte bastantes más vínculos con el arte contemporáneo y las concepciones del hombre actual de lo que a algunos les gusta reconocer a las claras, trae la expresión por antonomasia del siglo XX, el séptimo arte, a sus instalaciones, y ha habilitado un espacio, con sus butacas de cine, su suelo alfombrado, con una gran pantalla en blanco, para que el público pueda completar su visita a las «Pinturas negras» con esta proyección, que viene preludiada por una pieza musical de tres minutos.
A lo largo del día se realizarán varios pases y cualquier visitante puede adentrarse a través de sus imágenes en cómo era la Quinta del Sordo, pero, sobre todo, en sus penumbras (hay que pensar que cuando Goya las hizo no existía electricidad) y sonidos. Este Goya final, este Goya pleno en oscuridades y arte, ya estaba sordo, lo que supone una brillante paradoja por parte de Parreno. «La primera parte de la película se hizo en Nueva York con unas cámaras que captaban un millón de frames por segundo. Lo que más me interesa era captar la luz que desprenden estas obras. Nos acercamos mucho porque queríamos captar el diálogo que existían entre ellas. Después procedimos a construir en tres dimensiones la Quinta del Sordo para poder captar el sonido del espacio. Eso me llevó mucho tiempo. Fui meticuloso con los diferentes ruidos de la madera, el mobiliario. Así teníamos una huella acústica de la obra». Por eso, Parreno insiste en un asunto: «Todo el mundo debe tener auriculares. De esta forma te encuentras aislado y solo puedes escuchar el sonido que emitía esta casa. El sonido se encuentra en tu cabeza y no es lo que percibes a tu alrededor».
Una de las partes más complejas fue reconstruir esta casa. Para eso, Parreno tuvo que documentarse , acudir a archivos y revisar fotografías que todavía se conservan. «El largometraje se centra en el espacio donde estaban colocadas estas piezas y así puedes observar mejor las relaciones que existían entre ellas. La intención de la película es reconstruir este espacio a través de la ficción, que podamos escuchar nuevo los pasos de Goya en el suelo. Es una forma de ficción, no es un documental, una recreación de un lugar que ha desaparecido y ver las obras que están aquí al lado y luego comprender en qué sitio estaban. Y eso es interesante porque esta ubicación ya no existe».