Las cajas de Amsterdam: el archivo nunca visto de la Guerra Civil
Enmarcada dentro de PhotoEspaña, la Real Academia de Bellas Artes acoge una exposición con la que se rescata el material inédito de las fotorreporteras anarquistas Margaret Michaelis y Kati Horna
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Mujeres, extranjeras, anarquistas y judías. Margaret Michaelis (Dziedzice,1902-Melbourne,1985) y Kati Horna (Budapest, 1912-México, 2000) tenían todo de su parte para, pese a haber desarrollado de forma paralela una amplia, contundente e interesantísima trayectoria profesional como fotorreporteras durante el periodo más convulso de la Guerra Civil en España, quedar relegadas a un segundo plano del relato de la contienda o sustituidas directamente por toda esa narración de voces masculinas a las que históricamente se les ha adjudicado la escritura del discurso oficial de las cosas.
Durante mucho tiempo, la desaparición de sus fotografías sobre el conflicto, tamizadas con la perspectiva de la revolución social impulsada por los anarquistas y anarcosindicalistas de la CNT-FAI para los que pusieron a disposición el servicio de sus cámaras, se atribuyó a un posible aterrizaje forzoso en manos franquistas o a una inevitable desintegración entre las ruinas de los bombardeos, pero lejos de encontrarse la solución real al misterio en el centro de alguna de estas dos elucubraciones, lo cierto es que las imágenes todavía viven, se salvaron, resistieron.
“Estamos hablando de un legado que efectivamente, se creía perdido, cuando para nada lo estaba, simplemente se encontraba guardado en el archivo de las Oficinas de Propaganda Exterior de los anarquistas donde trabajaban estas dos fotógrafas: primero Margaret en el 36 y después Kati en el 37″, contextualiza Almudena Rubio, comisaria de la exposición “Las cajas de Ámsterdam” que estará hasta el próximo 24 de julio en la Calcografía Nacional de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y con la que se pretende, entre otras cosas, dar a conocer el trabajo inédito de dos importantes profesionales de la imagen y contribuir en modo alguno a la reconstrucción completa de lo sucedido en el transcurso de la lucha fratricida.
Para Rubio, la valía de estas instantáneas reside en el hecho de que “por un lado son imágenes que nos hablan de ellas, de su trayectoria y que incluso nos aclaran huecos biográficos como en el caso de Kati Horna, de la cual ya conocíamos previamente su archivo depositado en Salamanca, pero no sus siete primeros años de trabajo en Barcelona, cosa que ahora ya es posible. Nos permiten saber dónde han estado, por dónde han pasado”. Pero además, “nos cuentan la Guerra Civil desde un punto de vista poco narrado, la cara B”, amplificada hasta ahora con una estructura de “historia silenciada”. “Mientras se estaba combatiendo al fascismo en el frente, ellas fotografían lo que ocurre en la retaguardia: en las áreas colectivizadas de Barcelona, Valencia y Aragón. Se acercan a una clase obrera a la que no solo retratan, sino que además colocan como protagonista de la contienda”, añade.
Si uno piensa en nombres célebres con los que rellenar mentalmente el espacio de cobertura gráfica que tuvo el conflicto suenan de forma instantánea algunos como los de Capa, Centelles, Casariego, Compañy o los Hermanos Mayo, pero la referencia femenina prácticamente no existe. Por eso, otro de los puntos clave en los que incide esta suerte de archivo de la retaguardia, es en la capacidad que ambas tuvieron para ponerse en primera línea de manera no pretendida: “Aunque la CNT-FAI trataba de romper un poco con las desigualdades que había entre hombres y mujeres, tenían sus limitaciones y ellas fueron capaces de sobrevivir a todo eso y de reivindicar su trabajo y su voz en un mundo eminentemente masculino”.
Odisea visual
Cuenta además la comisaria, que el viaje emprendido por las imágenes y todo el extenuante proceso de rescate e identificación posterior, llegó a adquirir carácter de epopeya. “Es importante resaltar el interés que tenían los anarquistas por salvaguardar su memoria y su legado. Ya en plena Guerra Civil, ellos querían crear el Instituto de Documentación, que no era otra cosa más que un archivo para poner a disposición de la gente toda la información necesaria que les permitiera ubicar y conocer su papel en el conflicto. Ese proyecto no pudo llevarse a cabo o mejor dicho tuvo una vida muy corta de varios meses como consecuencia del final de la guerra“, señala antes de proseguir: “Justo antes de que acabe la guerra en el 39, los anarquistas empaquetan todos sus archivos en las famosas “Cajas de Ámsterdam” durante el transcurso de una noche con fuertes bombardeos. Con el objetivo de proteger el material, consiguen mandarlo al Instituto Holandés (lugar que tenía un fuerte legado anarquista con papeles de Marx, de Engels, de Bakunin…etc y además llevaban tiempo en contacto con los españoles). Pero el trayecto hasta allí fue complicado: pasaron la frontera, de ahí se enviaron a París, ciudad en la que el Instituto Holandés tenía una sede, de París se mandaron a Inglaterra en vista de que la ciudad ya preveía la ocupación de los nazis y en Inglaterra van a estar un tiempo hasta que pase la Segunda Guerra Mundial. Finalmente llegan a Ámsterdam en el 47 y no se abren hasta la muerte de Franco. Por fin se abren las cajas, se lleva a cabo un inventario y se gestiona el material. Pese a ello, el legado fotográfico quedó un en un segundo plano, porque se dio prioridad a los documentos”, describe.
Tras ello, y emplazando al lector a un obligatorio escenario presente, sucede que mientras Rubio estaba trabajando con un archivo fotográfico del anarquista Antonio Téllez, le ofrecen la posibilidad de gestionar una serie de fotografías originales de la guerra que resultan ser las de Kati y Margaret. “A partir de ahí se inicia un proceso de investigación que dura ocho años. El material fue apareciendo en diferentes fases, fuimos descubriendo los negativos de celuloide, las placas fotográficas y todo lo que en definitiva nos lleva ha llevado hasta la totalidad del material que hemos conseguido rescatar”. Es decir, un compendio de imágenes inéditas entre las que se pueden encontrar escenas que trasudan la belleza de lo cotidiano en mitad de un entorno plagado violencia y miseria, como esa de Margaret Michaelis en la que tres hombres sentados en unos sacos, bautizados por el sol, comparten tiempo, conversación y comida entre ellos con algunos perros recostados a sus pies en un remoto punto de Albalate de Cinca (Huesca). Imágenes, todas, realizadas por la mirada de dos mujeres, extranjeras, anarquistas y judías con las que intentar completar el relato siempre viciado y sesgado de la Guerra Civil.