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El Museo Guggenheim de Bilbao enfrenta los dibujos de Seurat y Richard Serra

Una muestra recoge la obra gráfica de los dos maestros: veintidós obras del pintor puntillista y, por primera vez, una amplia selección de las famosas “Ramble” del escultor.
Miguel ToñaEFE

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Seurat comprendió que el dibujo también era el papel que lo sustentaba y que, al igual que la línea, el trazo o el pulso, la gravedad que manda en un esbozo o en un apunte está marcada por el carácter y el peso de su soporte. Seurat, sin percibirlo, descubría este valor «escultórico» invisible que, hasta que reparo en él, había permanecido desconocido, ignorado o yacía, de una manera discreta, en un prudente segundo plano.
Con esa curiosidad impulsora que anida en los grandes artistas, que de alguna manera, son también exploradores de nuevas maneras de expresión, empezó a evaluar las inmensas posibilidades que le abría este hallazgo. Pronto dedujo que las características de los distintos tipos de papel añadían una dimensión inédita y reveladora a su obra gráfica.
Muchas décadas después, Richard Serra entendió bien el pensamiento de este maestro del puntillismo y se convirtió en un rápido entusiasta de él y del sendero que había abierto. El Museo Guggenheim de Bilbao acoge desde hoy una exposición, comisariada por Lucía Aguirre y Judith Benhamou, que enfrenta a estos dos nombres referenciales del arte, con tantos puntos en común como estilizaciones opuestas. Una exposición delicada, que apela a mayores abstracciones y que supone un contraste total con la vibrante y enérgica «Motion. Autos, Art, Architecture», la otra gran muestra que acogen estas salas, comisariada por Norman Foster, y que exhibe grandes modelos icónicos del motor.

Admirado

Este «Serra/Seurat» circula por aristas y cornisas de distinto vuelo. Recoge ochenta y un dibujos del primero, denominados «Ramble» (es la primera vez que se enseña al público semejante número de obras procedentes de esta serie, datada en 2015), y veintidós del artista impresionista, que dan cuenta de su carácter pionero y emprendedor. De hecho, la obra en papel de Seurat no pasó desapercibida. Desde el principio fue valorada y apreciada, y no solo en su tiempo, sino mucho después. La demostración es que varios de los trabajos suyos que se exponen aquí tuvieron notables propietarios y pertenecieron a las colecciones de otros creadores, algunos de la talla de Picasso, Signac, Matisse, Henry Moore y el propio Serra.
Seurat fue un artista de una profunda influencia, pero con una vida de corto aliento. Su prometedora existencia quedó truncada a los 31 años de edad por la difteria. Después de tres días de padecimientos, falleció y con él se perdió uno de los porvenires más prometedores que se reservaba el arte. Dejó detrás, aparte de sus célebres cuadros formados por puntos de colores, todo un legado en papel que desde el principio causó admiración y que se pueden ver ahora en esta exposición.
El pintor, que nació con la pulsión de encontrar caminos nuevos, desafió lo que había aprendido o le habían enseñado, decidió emanciparse de las lecciones limitadoras de los maestros y emprender el sendero autónomo de los autodidactas. Durante un trienio se dedicó a moldear en el dibujo un estilo propio que acabó plasmándose en una fascinante colección de obras. Eligió un papel hecho a mano, el «Michallet», que tiene una identidad particular por sus atractivas irregularidades. Su textura de carácter pesado y sus ondulaciones, que apenas se aprecian a simple vista, sí que las notaba la barra de conté que Seurat deslizaba por su superficie y que terminaban sacando a la luz estas particularidades hoy tan apreciadas.

Papel japonés

Alumbró un estilo inesperado, de mucho realce, trabado por toda la variedad cromática que esconde el blanco y negro. «Somete el dibujo a nuestras técnicas, formatos, materiales, para convertir el dibujo en un lenguaje autónomo. Para él no existen fronteras. Los grandes creadores lo son en todas las épocas», explica Judith Benhamou. Seurat sacrificó la expresión, la definición y los rasgos fisiológicos. Concedió relevancia a la atmósfera de sus composiciones y a la actitud de los personajes. Dio mayor envergadura al blanco y negro, al volumen y las sombras.
Es en este último punto donde se encuentra con Serra, creador con el que se carea y que ha participado en la sección de su obra junto a los comisarios. La naturaleza del escultor norteamericano proviene de otras raíces. Él imprime a sus dibujos un perfil distinto, donde se ha prescindido de la figura. Tiene aristas más experimentales, trabaja con papel japonés donde resulta muy sencillo percibir sus accidentes. «Son dos artistas que trabajan la materia, en este caso el papel, de una manera muy distinta. Para la mayoría, la parte gráfica de un artista es un asunto menor, pero para ellos dos, no lo es en absoluto. Juntos demuestran que más bien es todo lo contrario. De hecho, en el caso particular de Serra, sus dibujos son una parte imprescindible para comprenderlo bien. Responde a la necesidad urgente de hacer algo que le dé un resultado inmediato, porque una escultura, en su caso, es un proceso infinitamente más largo», explica Lucía Aguirre.
Pero Serra, al contrario que el artista francés, prescinde de la figura. Su trabajo, en realidad, viene predeterminado por una vocación más experimental. Está conducido en realidad por la investigación, que es donde puede subrayar todos los matices, cromatismos y estelas que reúne el blanco y negro, que es un blanco y negro muy diferente al de Seurat. Su obra requiere una mayor concentración que la del pintor, donde las presencias y los paisajes aligeran la observación. En Serra, en cambio, sus dibujos están orientados desde el inicio por una intención más indagadora, lo que recuerda, de manera inevitable, a sus esculturas.