Roberto Saviano recuerda a Falcone, asesinado por la mafia hace 30 años
El autor de «Gomorra», que vive amenazado por la Camorra, evoca en su último libro, que acaba de publicarse en Italia, al juez que emprendió una cruzada contra los mafiosos en su último libro
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«Cada año, a mediados de mayo, enormes bancos de atún eligen las templadas aguas de Sicilia para completar su “viaje de amor” y poner sus huevos. Desde hace siglos los atuneros lo saben y se preparan para la gran matanza que tiñe el mar y sus manos de rojo. Es precisamente para asistir al espectáculo de la matanza de Favignana que, en mayo de 1992, vuelven desde Roma a Sicilia Francesca Morvillo y Giovanni Falcone. Cincuenta años antes, en los campos de Corleone, un padre y sus hijos están reunidos en la cocina para desactivar una bomba de los Aliados, de la que sacarán explosivos para revenderlos a un alto precio; pero algo sale mal y toda la familia es exterminada por la explosión. Sólo se salva un niño: Salvatore “Totò” Riina».
Así arranca «Solo è il coraggio» , el último libro de Roberto Saviano, donde el escritor y periodista italiano recuerda al malogrado juez Giovanni Falcone en el 30 aniversario del brutal atentado que acabó con su vida. Casi medio siglo de historia comprimida entre dos explosiones. La primera, en 1943, en una vieja casa de Corleone, canceló a la familia de Totò Riina. La segunda, en 1992, en la autopista que une el aeropuerto de Palermo con el centro de la ciudad, poco antes del desvío de Capaci, mató a Giovanni Falcone, que dedicó su vida a perseguir a Riina, convertido en un criminal sin escrúpulos, autor de más de un centenar de asesinatos y reconocido como el «capo dei capi» de la Cosa Nostra siciliana.
Cuando el 15 de enero de 1993 la policía detuvo a Riina conduciendo por las calles de Palermo, el último padrino de Cosa Nostra intentó negar su identidad. «Se equivocan de hombre», dijo a los carabinieri. Durante los 24 años que había permanecido en paradero desconocido, huido de la justicia, se había casado por la Iglesia con Antonietta Bagarella y había tenido cuatro hijos en una clínica privada del centro de la ciudad. Había viajado en avión y en tren. El hombre más buscado de Italia no había tenido que huir lejos para buscar refugio. Había permanecido en Sicilia, protegido por la «omertà».
Una bomba de 500 kilos
Un año antes de su detención, Falcone había conseguido sentar en el banquillo a más de 400 mafiosos en un histórico macrojuicio y dictar condenas de más de 2.600 años de cárcel contra los jefes de la organización, incluidos Totò Riina, Bernardo Provenzano y Leoluca Bagarella –los tres en búsqueda y captura en ese momento–, gracias a la confesión de Tomasso Buscetta, pieza clave en el tráfico de drogas entre Sicilia y Estados Unidos, que se convirtió en el primer colaborador de justicia. La mafia nunca se lo perdonó. Y en 1992 una bomba con 500 kilos de explosivos hizo saltar por los aires a Falcone, a su mujer, Francesca Morvillo, y a tres miembros de su escolta: Rocco Dicillo, Vito Schifani y Antonio Montinaro. Ya se lo advirtió el propio Buscetta: «Usted se convertirá en una celebridad, pero intentarán destruirle».
La justicia sentenció que Totò Riina fue quien ordenó el asesinato y que Giovanni Brusca, uno de sus más fieles soldados, apretó el detonador. Dos meses más tarde, el juez Paolo Borsellino corrió la misma suerte. Aquellos brutales atentados marcaron un antes y un después en la sociedad italiana, que entendió que ya no era posible seguir permaneciendo indiferente. «Tras la muerte de Giovanni hubo un cambio radical. Antes se decía que la mafia no existía. De alguna manera, los italianos habían delegado en Giovanni y Paolo la lucha contra la mafia, pero después de su muerte, se hicieron portavoces», contó a este diario la hermana del magistrado, Maria Falcone.
Entre las dos explosiones, la que acabó con la vida del magistrado y la que 50 años antes había exterminado a la familia de su verdugo, hay más de cinco décadas de historia de Italia y de Sicilia. Saviano recuerda en el libro el nacimiento del movimiento de la lucha contra la mafia que surgió a raíz de los brutales asesinatos de Falcone y Borsellino, pero también décadas de terror, de atentados, de corrupción y de chanchullos entre la criminalidad organizada y la política aún sin esclarecer. Y la férrea voluntad para acabar con todo ello de un sólo hombre, que también era un hombre solo, abandonado por las instituciones que luchaba por defender y ninguneado por muchos compañeros, que veían con envidia como el magistrado se había convertido a su pesar en un símbolo de la lucha contra la criminalidad en unos años en los que la palabra mafia era un tabú.
Es la historia de Giovanni Falcone la que ha querido contar Roberto Saviano en su último libro, publicado en Italia en primavera, coincidiendo con el 30 aniversario del brutal atentado. El escritor rinde un homenaje a la memoria del magistrado tratando de reconstruir uno a uno los pasos de un hombre que nunca quiso ser un icono, sino hacer justicia. A lo largo de casi 600 páginas, Saviano, que vive bajo protección oficial desde 2006 amenazado por la Camorra, la mafia napolitana, reconstruye la vida profesional y personal de Falcone; su profunda admiración hacia su esposa Francesca, con quien compartía profesión; y su amistad desde la infancia con Paolo Borsellino, su mano derecha, casi un hermano, que no pudo escapar a un destino común.
«Tenía los días contados»
«Giovanni Falcone era el hombre más odiado de Italia, no por el pueblo sino por los poderes: el político y luego la mafia. El primero lo aisló y el segundo lo mató», aseguró el autor de «Gomorra» y «ZeroZeroZero» durante la presentación del volumen en Roma.
Después del atentado que mató a Falcone, Borsellino sabía que tenía los días contados. «Tengo que darme prisa, ahora me toca a mí», confesó a un íntimo colaborador. Apenas dos meses después de estas palabras, la mafia hizo saltar por los aires al juez y a cinco miembros de su escolta con un coche bomba cargado con 100 kilos de dinamita quee estaba aparcado justo delante de la casa de su madre.
El libro no es una crónica de los sucesos de sobra conocidos ni una biografía del malogrado juez, sino un espléndido homenaje a otros tantos «héroes» que pagaron con su vida su defensa de la legalidad, como el general Carlo Alberto Della Chiesa; el presidente de la región de Sicilia, Piersanti Mattarella, hermano del actual presidente de la República, Sergio Mattarella; o los jueces Cesare Terranova, Gaetano Costa y Rocco Chinnici.
Fue precisamente la intuición de Chinnici la que puso en pie los cimientos de la que más tarde sería la Dirección Nacional Antimafia, un equipo de policías y jueces dedicados exclusivamente a la lucha contra la criminalidad organizada. Una quimera en aquellos años en los que Totó Riina y su mano derecha, Bernardo Provenzano, sembraron el terror con atentados en Roma, Milán o Florencia. Cuando Rocco Chinnici muere asesinado en el verano de 1983, Falcone estaba fuera de Italia investigando los vínculos entre el narcotráfico que unían Estados Unidos con Sicilia, y que tres años después servirían para sentar en el banquillo a más de 400 mafiosos. Ahí comenzó el célebre «método Falcone», que consistió en seguir los rastros de las cuentas bancarias y las finanzas para llegar hasta los criminales. «Sigue el dinero y encontrarás a la mafia», solía repetir.
«El verdadero talón de Aquiles de las organizaciones mafiosas son las huellas que dejan tras de sí los grandes movimientos de dinero vinculados a las actividades delictivas más lucrativas. El desarrollo de estas huellas, a través de una investigación patrimonial que sigue el flujo de dinero proveniente del tráfico ilícito, es por lo tanto el camino principal en las investigaciones sobre la mafia», defendía el magistrado.
La eficacia del «método Falcone», que consiguió demostrar la relación entre la mafia italiana y la que existía en los Estados Unidos en la llamada operación «Pizza Connection», fue reconocida antes por los norteamericanos que en la propia Italia, y se convirtió en emblema de una forma de investigar aún vigente capaz de socavar los cimientos de un fenómeno humano que, aseguraba, «como todos los fenómenos humanos ha tenido un principio y tendrá un final».