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“Oswald: el falsificador”: Kike Maíllo surfea en el carisma del pirata

El director de “Eva” y “Cosmética del enemigo” vuelve a cambiar de tercio con un revelador documental sobre Oswald Aulestia, artista enjuiciado en varios países como falsificador y marchante fraudulento
FILMIN
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Es algo inseparable, para bien o para mal, de la idiosincrasia mediterránea. Y, por extensión colonial, también de buena parte de Latinoamérica. La picaresca, ese género propio, chico y corto que nos define como sociedad mal que nos pese, tiene su germen en nuestro gusto por la validación instantánea. Qué bueno hacer el mal mientras yo esté bien, quizá. Ese elemento genético de nuestra cultura es la materia de estudio del director Kike Maíllo (”Cosmética del enemigo”) en su nuevo trabajo, “Oswald: el falsificador”, primer documental de producción propia de la plataforma Filmin. Huyendo una vez más de la zona de confort, “no es para mí” explica LA RAZÓN, el realizador catalán se vuelve cineasta de guerrilla para contarnos la vida y obra de Oswald Aulestia, un ciudadano español que durante casi cinco décadas ha operado como marchante de arte presuntamente fraudulento entre nuestro país, Italia y Estados Unidos.
La desconfianza del artista
“Esto empieza hace unos cuatro años, cuando estaba buscando ideas para un largometraje de ficción sobre timadores. Hay algo en la figura del pirata contemporáneo que me parece muy atractivo, interesante. Tiene esa cosa romántica de, pese a estar al margen de la ley, causar cierta simpatía. Hay algo en ese contraste que me parecía muy seductor”, explica Maíllo en la terraza capitalina de la productora El Terrat, también involucrada en el proyecto junto a TV3 y RTVE. Y sigue: “Investigando diferentes tipos de timos y falsificaciones fui asentando la idea de acercarme al mundo del arte. Me siento muy cercano a la pintura. Y leí un artículo en el que se mencionaba a este personaje, Oswald Aulestia, un barcelonés bastante entrado en años, muy escurridizo. Y nos ponemos manos a la obra para contactar con él”, añade el realizador, que solo pudo dar con el artista una vez habló con varios de sus familiares, como si hubiera tenido que pasar primero un filtro de allegados.
“Nos contactó y nos dijo que quería saber qué estábamos haciendo. Se acercó a nosotros con cierta desconfianza sobre el por qué. Con ganas de saber, sobre todo, que no teníamos que ver con nada legal. Es ahí cuando Marta-Libertad Castillo, guionista, y Ana Eiras me empujan hacia el documental. Según le íbamos conociendo, vimos que esa honestidad era muy cinematográfica. Ahí empezó a abrirse. Y así empezamos a surfear, que es de lo que va un documental, yo creo. Dejarte imbuir, tener una estructura de grabación, tener cierta agilidad en el equipo… Y empezar a darle forma”, confiesa un Maíllo que durante el rodaje, explica, se acostumbró a rodar de manera más elemental, quedándose, por ejemplo, tirado en pleno aeropuerto de Barcelona por un arrepentimiento de última hora de Aulestia a la hora de volver a Estados Unidos.
Un anecdotario increíble
Ante un personaje tan peculiar, que dice haber vendido cuadros falsos a Casa Real o haberse codeado con Sylvester Stallone y Ricky Martin, siempre cabe preguntarse: ¿Cómo no ser embaucados por un embaucador? “Esa duda existe desde el principio. Pero es una apuesta en la que dices: si me está mintiendo y puedo mostrar la mentira, tiene gracia. Y si no me está mintiendo, tiene todavía más interés. Esa apuesta nos hizo entrar en el juego”, aclara meridiano el director de “Oswald: el falsificador”. Y matiza, sobre el interés bigger-than-life del personajazo que resulta ser Aulestia: “A mí me interesa siempre el misterio. La vida es misterio. No sé si eso es exactamente el thriller, pero creo que todas las películas que hago buscan desenmascarar un enigma. Es verdad que este es el thriller más cercano a la comedia que he hecho, y eran notas que siempre estuvieron claras desde que pudimos conocer al personaje. Oswald se toma muy poco en serio a sí mismo, entonces no nos apetecía forzar una emoción que tuviera que ver con la seriedad, o con la trascendencia. No, para nada. Y el documental es él y su carisma”, completa.
Y, claro, después de desnudar en poco más de 100 minutos todo el mercado moderno del arte, cabe preguntarle a Maíllo cómo ha cambiado su percepción del mismo: “. Lo importante en el mercado del arte no es si un cuadro es de verdad o no, lo importante es lo que parece. No importa si es un Miró real, solo si me puedo tirar el rollo respecto a él. Lo importante es que el Rolex parezca un Rolex. Y eso nos atañe también a los cineastas, al márketing de los cineastas. Y es que, tan importante como la pieza es el cómo se vende la pieza. La leyenda que haya acerca del personaje, acerca de cómo se hizo, de dónde salió. Es más importante un cuadro falso colgado en las paredes del Rey que uno verdadero en tu casa. Nadie va a poner en duda un Miró en el Palacio Real. Y eso tiene que ver con nosotros, con la autoría, porque al final una película la hacemos 100 personas. Hay un falseamiento de la realidad para que sea más contundente, más directa. Construimos una historia para vender una obra”, se despide Maíllo, que firma un documental musculoso y bien cimentado, nada condescendiente con el espectador y, sobre todo, sorprendente en cada minuto de metraje que Aulestia nos roba, literalmente, la atención con su increíble anecdotario.