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“Utama”, o la consciencia del cóndor según Alejandro Loayza Grisi

El director boliviano estrena su ópera prima en España tras triunfar con ella el pasado Festival de Málaga y ser seleccionada por su país para competir en los Oscars y los Goya
La Razón
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  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Unos meses después de triunfar en el Festival de Málaga, donde ganó el premio a la Mejor Película Iberoamericana, y tras confirmar su candidatura por Bolivia en los próximos Premios Oscar y Goya, la «Utama» de Alejandro Loayza Grisi por fin se estrena en nuestro país. Y así, en su ópera prima, el realizador viaja hasta los confines andinos de su tierra para trazar un relato etnográfico y emocional de sus habitantes.
La historia, quizá la hemos visto antes, en ese choque entre el mundo viejo y el que quiere romperse en olvido generacional, pero ni la forma de narrar ni la zona, una ajena casi a la historia misma del séptimo arte, dejan de ser frescas. «Era importante situar la película ahí, porque son lugares que están en el olvido y de alguna manera la ficción nos permite es entenderlos y entendernos a nosotros mismos como país», explica el director, por teléfono, a LA RAZÓN. Y sigue: «Si nadie cuenta las historias se corre el riesgo de perderlas cuando se apague la última voz local, esa tradición oral tan rica».
-¿Fue complicado levantar la película a nivel industrial?
-Fue un inicio mucho más fácil de lo que uno podría pensar con una película así. Le presenté varias ideas a mi hermano, que es el productor de la película, y esta de “Utama” fue la que le gustó más. Así que la comenzamos a desarrollar juntos, quizá más como una historia de amor, entre una pareja que solo se tienen el uno al otro y no necesitan nada más. Teníamos un presupuesto ajustado, y cualquier complicación u olvido nos hubiera hecho retrasarnos una semana como mínimo, pero por suerte todo salió bien.
-¿Cómo encontró a sus actores?
-Hicimos todo un barrido por toda la región, porque en realidad es muy grande. Y fuimos comunidad por comunidad, preguntando por las personas mayores y haciéndoles pruebas de actuación. Obviamente, preguntando también si estaban interesados. Los dos ancianos con los que dimos, por suerte, son también pareja en la vida real, así que eso también facilitó mucho las cosas. No solo la química en pantalla, pero también el proceso de ensayos y de trabajo, porque estaban siempre juntos. Siempre se apoyaban, así que eso creo que facilitó mucho todo. Hay una gran naturalidad en la intencionalidad de la película, pero creo que eso lo han aportado sobre todo ellos. Con muchísima frescura, en esta, su primera experiencia trabajando ante una cámara.
Loayza Grisi, que cree que «por fin Latinoamérica se está encontrando a sí misma en términos narrativos», reconciliándose con los pueblos originarios y llevándolos al cine, firma aquí una tesis a medio camino entre lo terrenal y lo mitológico que se puede leer en dos direcciones: desde la de la despoblación por causas climáticas y políticas del altiplano boliviano, y también desde la de la consciencia casi crepuscular del cóndor, en una metáfora que se vuelve carne desde el verbo para elevar la película en su último tramo. En «Utama», además de la historia de unos abuelos y su nieto, también hay un choque de mundos y perspectivas y, por supuesto, una película extraordinaria.
-¿Cómo funcionó el proceso de documentación?
-Hubo muchas reuniones con expertos a nivel ambiental, porque yo conozco mucho, pero no tenía datos concretos. No soy un ambientalista, y eso lo teníamos claro. Del mismo modo, hablé con expertos en lenguas originarias, en el quechua. Una experiencia realmente enriquecedora, la verdad, más allá incluso de la película. Creo que ahí está parte del éxito de la película, en que hay muchos temas y muy ricos, que no se han tratado demasiado en el cine contemporáneo.