Arte

El Prado se pone contemporáneo con Fernando Zóbel

El Museo clásico por excelencia inaugura la exposición del artista abstracto por «su diálogo constante» con los maestros clásicos de la pinacoteca

La exposición "Zóbel. El futuro del pasado", en el Museo del Prado de Madrid
La exposición "Zóbel. El futuro del pasado", en el Museo del Prado de MadridDaniel GonzalezAgencia EFE

En castellano, los dos significados de la palabra «sublimar» pueden aplicarse a la perfección a la obra de Fernando Zóbel. Tanto su primera acepción, «engrandecer, exaltar o elevar a un grado superior» como «pasar directamente del estado sólido al gaseoso» son significados que hacen justicia a la obra del pintor abstracto que es desde hoy protagonista de una exposición en el Museo del Prado. La primera, porque la obra el español nacido en Manila (Filipinas) engrandece y celebra la tradición artística, especialmente la que se expone en el propio museo, para traducirla a los códigos del arte contemporáneo. La segunda, porque nadie como Zóbel tomó el paisaje y las obras de los maestros, sólidas y corpóreas, y los llevó a un estado de etérea representación. Esa fascinación con Velázquez, Zurbarán o Rubens justifica además que el trabajo de un artista nacido en 1924 sea objeto de una muestra en el Prado. «El Museo del Prado no es de arte contemporáneo, que los hay y muy buenos en Madrid, pero lo que ni puede ni debe hacer es ignorar a aquellos artistas contemporáneos para los que el Prado y sus colecciones fueron importantes y determinan su forma de pensar y concebir su arte», dijo Miguel Falomir, director de la pinacoteca. Así, el museo sigue avanzando sin tapujos en la programación de artistas contemporáneos tras la simbólica incorporación de Picasso en 2021, quien será también protagonista de otra exposición («El futuro del pasado», ya inaugurada» en la que las obras del malagueño dialogarán con El Greco el año próximo.

La obra de Zóbel no es una cualquiera, sino la de una figura clave en el arte contemporáneo español. Falomir, que puso de ejemplos las actuales exposiciones de Lucien Freud en la National Gallery o de Miquel Barceló en el Louvre, aseguró que «nadie se plantea allí su pertinencia, pero, en España, la gente se escandalizó cuando anunciamos la de Fernando Zóbel. Y creo que no hay que hacerlo, sino al revés, porque este artista tomó como una fuerza motriz de su arte la reinterpretación del pasado y mantuvo una relación muy estrecha con el Prado, donde pasó horas y horas dibujando. Lo que reivindica esta exposición es que, aunque no tengamos artistas contemporáneos en el museo, tenemos la contemporaneidad. Si no dijéramos nada al público actual, nos convertiríamos en un museo muerto y tenemos claro que eso no puede ser». Y es que Fernando Zóbel de Ayala nació en Manila pero se formó en la Universidad de Harvard en 1946, donde se entregó al estudio de la literatura, especialmente la obra de Federico García Lorca. Allí también se deslumbró con el arte de George Grosz, Joan Miró o Mark Rothko y conoció a Jackson Polock sin olvidar nunca sus orígenes culturales filipinos y, por tanto, asiáticos, como su interés por la caligrafía japonesa. Así quedó establecido el triángulo de sus referencias, asentado en los tres continentes. Sin embargo, la mayor parte de su obra y la más importante la produjo cuando se instaló en España, adonde llega en 1960 con un alma cosmopolita y la cabeza llena de referencias.

Copista del Prado

Consiguió un carnet de copista en Prado: «Lo esencial es que me da derecho a silla. Se me están acabando los cuadros que por casualidad tienen asiento delante», escribió en sus diarios, donde dejó patente su admiración por los maestros como Goya o Velázquez cuyas obras dibujaba para «verlas». Esta admiración confesa es la que responde a la pregunta : «¿Qué hace un artista como tú un sitio como este?», que, parafraseando a Burning, se hizo uno de los comisarios de la muestra Manuel Fontán del Junco, director de museos y exposición de la Fundación Juan marcha, que ensalzó la «valentía» del Prado para programar la exposición. Zóbel viaja mucho y lo hace siempre con un estudio portátil, con sus cuadernos, con los que dibuja y conversa con la tradición. «Y a continuación, sublima todas sus influencias para llevarlas a su propio lenguaje», añadió el comisario. «Funcionan de manera mágica en esta exposición diferentes tiempos. Hablamos de un artista fallecido hace treinta años, que pasaba días y horas en el Prado viendo artistas de hace muchos siglos, y que ahora será vista por la mirada de 2022 que es la única que existe para acercarse al arte, algo que a su vez está cerca de la eternidad. Los museos son máquinas del tiempo y, si no son naves intergalácticas, sí que son naves intergeneracionales. Por eso creo que, con esta exposición, nuestro país le devuelve al menos una parte de lo que hizo por nosotros», añadió Fontán del Junco.

En 1966, Zóbel, abrió por su cuenta (en el sentido literal de su cuenta corriente) un Museo de Arte contemporáneo en las Casas Colgantes de Cuenca, al margen de la cultura oficial del régimen, un gesto ya de por sí heroico pero que aún lo fue más. «Dice mucho de su generosidad que en ese museo solo coloca tres obras suyas y el resto pertenecen a otros artistas que él considera interesantes. ¿Quién haría algo semejante?», se preguntó Felipe Pereda, profesor de la Universidad de Harvard y también comisario de la muestra, que cree que con ella «se salda una deuda que había que pagar. Zóbel presenta una obra extraordinaria que desarrolló una originalísima propuesta sobre cómo entender la modernidad, no como la ruptura de la tradición a través de la vanguardia, sino como forma de reinvención. No como olvido, sino para volver a imaginarlo», dijo este experto. «Hay una forma personalísima de mirar. Es una forma en la que la vanguardia y la tradición se reconcilian, se dan la mano». Buen ejemplo de ello es no solo el diálogo que establece con los maestros occidentales sino, especialmente, cómo transforma el lenguaje de la caligrafía japonesa, de hermosos trazos, en los perfiles de los paisajes o de sus reinterpretaciones líricas de los clásicos. La muestra, compuesta de 42 pinturas, 51 cuadernos de apuntes y 85 dibujos, intercala las propias obras de Zobel con los artistas antiguos en los que se inspiró. En el itinerario se puede ver como las horas que pasó ante «Alegoría de la castidad» del renacentista Lorenzo Lotto en la National Gallery de Londres es el claro punto de partida de dos de sus obras: «Sueño de la doncella» y «Sueño de la doncella II». Arte antiguo y contemporáneo «se iluminan mutuamente».

Miguel Falomir consideró que el público del Museo del Prado va a entender perfectamente la exposición: «Aquí viene gente muy formada y versada que sin duda va a disfrutarla. Si será un éxito o no, lo podremos responder dentro de cuatro meses». La presencia de Zóbel, amante de la tradición, abre, en efecto, la puerta a casi todos los artistas contemporáneos. «Bueno, ha habido entre los modernos quienes han hecho ostentación de la originalidad y pedían el desconocimiento del pasado», añadió Falomir. «Zóbel no es uno más con respecto a la tradición, es alguien que formula toda una teoría sobre el pasado artístico».

La modernidad de los maestros

Fernando Zóbel (Manila, 1924) falleció súbitamente en 1984 cuando todavía no había cumplido los 60 años. Se encontraba en su madurez artística y, como imperecedero legado, dejaba una obra que, analizada en perspectiva, constituye una de las grandes raras avis de la modernidad española. Frente al desgarro expresivo y material que caracterizó al grupo El Paso, la pintura de Zóbel se singulariza por una insobornable elegancia e ingravidez. A poco de cumplirse el cuarenta aniversario de su muerte, el Museo del Prado acoge en sus salas una gran exposición sobre su obra. Un hecho excepcional. El único artista moderno que hasta el momento había expuesto en la pinacoteca madrileña era Picasso. Que la segunda excepción que el gran museo español hace en su natural línea expositiva sea uno de los grandes exponentes de la abstracción española de la segunda mitad del siglo XX pone de manifiesto la envergadura y –lo que resulta igual de importante– la especificidad de su obra.
Bajo el título de «Zóbel. El futuro del pasado», y comisariada por Felipe Pereda y Manuel Fontán del Junco, El Prado propone una muestra en la que se pretenden alumbrar las múltiples conexiones del arte de Zóbel con los grandes maestros del pasado. 42 pinturas, 51 cuadernos de apuntes y 85 dibujos y obra sobre papel construyen un recorrido a través del cual se desentrañan las raíces clásicas de un arte innovador. Velázquez, Greco, Goya y Zurbarán constituyeron continuos lugares de retorno desde los que cimentar una idea de modernidad identitaria del arte español. De hecho, mientras que gran parte de las vanguardias europeas intentaron fundar un nuevo origen para el arte –olvidando así todo cuanto había sucedido antes–, la modernidad española se caracterizó siempre por su transitividad, por su proclividad a dialogar con la tradición y llegar a un punto de equilibrio con ella. Introducir a Zóbel en el Museo del Prado no supone una estrategia encaminada tanto a generar una «asincronía» cuanto a visualizar la materia clásica e imperecedera de la que estaban hechas sus abstracciones.
Es evidente que, entre las dos formas genéricas de abstracción que se han definido desde principios del siglo XX –la que implica una simplificación de la realidad y la que, a partir de criterios no-objetivos, no parte de ningún referente concreto–, Zóbel pertenece a la nómina de artistas que ejercitaron la primera. En sus cuadernos de apuntes, es posible percibir cómo las copias e interpretaciones que realizaba de las grandes obras que cuelgan en El Prado –ahí está el ejemplo paradigmático de «Las Hilanderas»–, servían como ideas de partida de sus pinturas. La realidad abstraída era pasada por el filtro de una gestualidad influida por la caligrafía japonesa. Antes de que Roland Barthes reflejara en «El imperio de los signos» el impacto que le produjo la materialidad y sensualidad de la escritura japonesa, Zóbel ya había explotado la ritualidad y el sentido estético que la acompañaban. A diferencia de una buena parte de la modernidad –surgida del deseo de ruptura, de quiebra y de olvido–, la obra de este conquense de adopción se articula como un puente entre tiempos –la vanguardia y la tradición– y entre culturas –occidente y oriente–. Hasta el próximo 5 de marzo, los visitantes al Museo del Prado podrán apreciar la profundidad histórica de una obra como la de Zóbel que, desde sus ojos de artista moderno, no contempló a los maestros clásicos como un pasado cerrado y concluido, sino como un proyecto artístico con futuro. Desde su prisma, la modernidad no fue sino el futuro de un pasado que todavía no había dicho la última palabra.
Pedro Alberto Cruz Sánchez