Arte
El Prado se pone contemporáneo con Fernando Zóbel
El Museo clásico por excelencia inaugura la exposición del artista abstracto por «su diálogo constante» con los maestros clásicos de la pinacoteca
En castellano, los dos significados de la palabra «sublimar» pueden aplicarse a la perfección a la obra de Fernando Zóbel. Tanto su primera acepción, «engrandecer, exaltar o elevar a un grado superior» como «pasar directamente del estado sólido al gaseoso» son significados que hacen justicia a la obra del pintor abstracto que es desde hoy protagonista de una exposición en el Museo del Prado. La primera, porque la obra el español nacido en Manila (Filipinas) engrandece y celebra la tradición artística, especialmente la que se expone en el propio museo, para traducirla a los códigos del arte contemporáneo. La segunda, porque nadie como Zóbel tomó el paisaje y las obras de los maestros, sólidas y corpóreas, y los llevó a un estado de etérea representación. Esa fascinación con Velázquez, Zurbarán o Rubens justifica además que el trabajo de un artista nacido en 1924 sea objeto de una muestra en el Prado. «El Museo del Prado no es de arte contemporáneo, que los hay y muy buenos en Madrid, pero lo que ni puede ni debe hacer es ignorar a aquellos artistas contemporáneos para los que el Prado y sus colecciones fueron importantes y determinan su forma de pensar y concebir su arte», dijo Miguel Falomir, director de la pinacoteca. Así, el museo sigue avanzando sin tapujos en la programación de artistas contemporáneos tras la simbólica incorporación de Picasso en 2021, quien será también protagonista de otra exposición («El futuro del pasado», ya inaugurada» en la que las obras del malagueño dialogarán con El Greco el año próximo.
La obra de Zóbel no es una cualquiera, sino la de una figura clave en el arte contemporáneo español. Falomir, que puso de ejemplos las actuales exposiciones de Lucien Freud en la National Gallery o de Miquel Barceló en el Louvre, aseguró que «nadie se plantea allí su pertinencia, pero, en España, la gente se escandalizó cuando anunciamos la de Fernando Zóbel. Y creo que no hay que hacerlo, sino al revés, porque este artista tomó como una fuerza motriz de su arte la reinterpretación del pasado y mantuvo una relación muy estrecha con el Prado, donde pasó horas y horas dibujando. Lo que reivindica esta exposición es que, aunque no tengamos artistas contemporáneos en el museo, tenemos la contemporaneidad. Si no dijéramos nada al público actual, nos convertiríamos en un museo muerto y tenemos claro que eso no puede ser». Y es que Fernando Zóbel de Ayala nació en Manila pero se formó en la Universidad de Harvard en 1946, donde se entregó al estudio de la literatura, especialmente la obra de Federico García Lorca. Allí también se deslumbró con el arte de George Grosz, Joan Miró o Mark Rothko y conoció a Jackson Polock sin olvidar nunca sus orígenes culturales filipinos y, por tanto, asiáticos, como su interés por la caligrafía japonesa. Así quedó establecido el triángulo de sus referencias, asentado en los tres continentes. Sin embargo, la mayor parte de su obra y la más importante la produjo cuando se instaló en España, adonde llega en 1960 con un alma cosmopolita y la cabeza llena de referencias.
Copista del Prado
Consiguió un carnet de copista en Prado: «Lo esencial es que me da derecho a silla. Se me están acabando los cuadros que por casualidad tienen asiento delante», escribió en sus diarios, donde dejó patente su admiración por los maestros como Goya o Velázquez cuyas obras dibujaba para «verlas». Esta admiración confesa es la que responde a la pregunta : «¿Qué hace un artista como tú un sitio como este?», que, parafraseando a Burning, se hizo uno de los comisarios de la muestra Manuel Fontán del Junco, director de museos y exposición de la Fundación Juan marcha, que ensalzó la «valentía» del Prado para programar la exposición. Zóbel viaja mucho y lo hace siempre con un estudio portátil, con sus cuadernos, con los que dibuja y conversa con la tradición. «Y a continuación, sublima todas sus influencias para llevarlas a su propio lenguaje», añadió el comisario. «Funcionan de manera mágica en esta exposición diferentes tiempos. Hablamos de un artista fallecido hace treinta años, que pasaba días y horas en el Prado viendo artistas de hace muchos siglos, y que ahora será vista por la mirada de 2022 que es la única que existe para acercarse al arte, algo que a su vez está cerca de la eternidad. Los museos son máquinas del tiempo y, si no son naves intergalácticas, sí que son naves intergeneracionales. Por eso creo que, con esta exposición, nuestro país le devuelve al menos una parte de lo que hizo por nosotros», añadió Fontán del Junco.
En 1966, Zóbel, abrió por su cuenta (en el sentido literal de su cuenta corriente) un Museo de Arte contemporáneo en las Casas Colgantes de Cuenca, al margen de la cultura oficial del régimen, un gesto ya de por sí heroico pero que aún lo fue más. «Dice mucho de su generosidad que en ese museo solo coloca tres obras suyas y el resto pertenecen a otros artistas que él considera interesantes. ¿Quién haría algo semejante?», se preguntó Felipe Pereda, profesor de la Universidad de Harvard y también comisario de la muestra, que cree que con ella «se salda una deuda que había que pagar. Zóbel presenta una obra extraordinaria que desarrolló una originalísima propuesta sobre cómo entender la modernidad, no como la ruptura de la tradición a través de la vanguardia, sino como forma de reinvención. No como olvido, sino para volver a imaginarlo», dijo este experto. «Hay una forma personalísima de mirar. Es una forma en la que la vanguardia y la tradición se reconcilian, se dan la mano». Buen ejemplo de ello es no solo el diálogo que establece con los maestros occidentales sino, especialmente, cómo transforma el lenguaje de la caligrafía japonesa, de hermosos trazos, en los perfiles de los paisajes o de sus reinterpretaciones líricas de los clásicos. La muestra, compuesta de 42 pinturas, 51 cuadernos de apuntes y 85 dibujos, intercala las propias obras de Zobel con los artistas antiguos en los que se inspiró. En el itinerario se puede ver como las horas que pasó ante «Alegoría de la castidad» del renacentista Lorenzo Lotto en la National Gallery de Londres es el claro punto de partida de dos de sus obras: «Sueño de la doncella» y «Sueño de la doncella II». Arte antiguo y contemporáneo «se iluminan mutuamente».
Miguel Falomir consideró que el público del Museo del Prado va a entender perfectamente la exposición: «Aquí viene gente muy formada y versada que sin duda va a disfrutarla. Si será un éxito o no, lo podremos responder dentro de cuatro meses». La presencia de Zóbel, amante de la tradición, abre, en efecto, la puerta a casi todos los artistas contemporáneos. «Bueno, ha habido entre los modernos quienes han hecho ostentación de la originalidad y pedían el desconocimiento del pasado», añadió Falomir. «Zóbel no es uno más con respecto a la tradición, es alguien que formula toda una teoría sobre el pasado artístico».
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