ARCO

Sicilia, el divorcio como arte contemporáneo

La Justicia ha embargado los cuadros que exponía José María Sicilia en ARCO por impagos en su acuerdo con su ex pareja

Jose Maria Sicilia y sus obras embargadas en Arco
La obra de Sicilia en ARCOArcoLa Razón

Matrimonios de artistas los ha habido muchos y muy célebres en la historia del arte del último siglo: ahí están los casos de Helen Frankentaler y Robert Motherwell, Frida Kahlo y Diego, Rivera, Picasso y Dora Maar, Lee Krasner y Jackson Pollock o Sonia y Robert Delaunay –por citar unos pocos–. Las parejas se rompen y los divorcios siempre han estado a la orden del día –como en cualquier otro ámbito de la vida–. Pero pocas rupturas están dando que hablar tanto como la que implica al pintor José María Sicilia y a la que ha sido su segunda esposa, la francesa Elisabeth Marie de Bezalaire de Boucheporn. El último episodio de este tormentoso divorcio se ha producido durante la última edición de ARCO, que finalizó ayer. Un juzgado de Madrid ordenó el embargo de cuatro obras de la serie «Raconte-toi», expuestas en el estand de la galería Chantal Crousel –piezas realizadas en papel, impresión digital, acuarela, témpera y seda–. Las obras se vendían por parejas, y cada una de ellas valía 100.000 euros.

La razón de este embargo hay que buscarla en la sentencia de divorcio dictada por la Audiencia Provincial de París el 4 de junio de 2019, por la que se obligaba al artista español a abonar a su ex mujer 800.000 euros, que se elevan por encima de millón por intereses legales. Casi cuatro años después de esta sentencia, Elisabeth Marie de Bezalaire solo ha recibido 3.476 euros, como consecuencia del bloqueo de una de las cuentas del pintor. Habida cuenta de que José María Sicilia ha hecho oídos sordos de los diferentes requerimientos para abonar el total de la cantidad adeudada, la justicia española lo ha imputado por alzamiento de bienes. La historia del arte contemporáneo está trufada de situaciones en las que obras con un elevado contenido controvertido han sido retiradas –por cuestiones políticas– del lugar en el que exhibían. Pero no suele ser tan frecuente que un divorcio desencadene una cascada de embargos de piezas expuestas. Además, este no es el primero que sufre José María Sicilia. El pasado año, un juez belga ordenó la retirada de 12 cuadros del museo de Messen De Clerq por el mismo motivo.

Como tantas veces ha demostrado el arte contemporáneo, todo cuanto sucede en su perímetro –estuviera o no previsto por el artista– pasa a convertirse en parte de la propia obra. Y sin pretenderlo, José María Sicilia ha puesto las bases de un nuevo género de experiencia artística: la de la incautación de obras expuestas por orden judicial. La justicia solo pretende cumplir con su deber, pero, involuntariamente, termina por convertirse en parte del proceso artístico. Algo parecido sucede, mutatis mutandis, en las performances del ruso Piotr Pavlenski, en las que la intervención policial constituye una parte esencial de los trabajos –aunque, en este caso, la participación de las fuerzas del orden sí que está prevista por el artista–. Un divorcio puede adquirir tintes performativos e influir notablemente en el devenir ordinario del arte. Aquí tenemos un caso paradigmático.