"Bird": una poética historia de suburbios y marginalidad demasiado real para ti
Acercando la cámara hasta las entrañas de la clase trabajadora y los márgenes sociales ingleses, Andrea Arnold propone una punzante disección de las familias imperfectas
Madrid Creada:
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Como una fiebre desesperada que sube rápida y paralela a una extraña y adictiva aceleración progresiva del cuerpo, los acordes punkarras de una canción del grupo irlandés de Fontaines D.C. no son lo único que se introduce martilleante en los oídos del joven Bug (un tatuadísimo y sensacional Barry Keoghan) mientras se desplaza acompañado de un altavoz, subido en un patinete, anárquico, tierno, infantil, aligerado, con su hija como copiloto por las castigadas calles del noroeste de Kent: también el mensaje. "No one can pull the passion loose from youth’s ungrateful hands" ("Nadie puede soltar la pasión de las manos desagradecidas de los jóvenes"), grita inicialmente contenido este padre prematuro, figura referencial del seno de una familia desestructurada en la que los pequeños conatos de felicidad tienen la misma intensidad y dimensión que un milagro. Por escasos, no por divinos.
"I’m about to make a lot of money" ("Estoy a punto de ganar mucho dinero"), prosigue alzando más el volumen segundos antes de estallar con un estribillo definitorio del tono y la graduación de la lupa del último y emocional viaje de realismo mágico a las entrañas de la clase obrera británica de Andrea Arnold, "Bird". "Is it too real for you?" "¿Es demasiado real para ti?", explota desafiante, personalizando una frase de una canción y arrojándosela al espectador en forma de excitante prolegómeno.
Y es que si nos atenemos solo al nivel de crudeza desnuda que la también directora de "Fish Tank" o "Red Road" decanta en esta sensibilísima historia de familias desestructuradas protagonizada por Bailey, una niña de 12 años cuya etapa de transición de la inocencia se ve injustamente atropellada por realidades adultas conflictivas, "Bird", es en efecto, demasiado real. Hasta que aparece la figura que da nombre al título, encarnada por un hipnótico y gravitatorio Franz Rowoski, que es a la vez ángel y a la vez despertar afectivo, mitad salvador, mitad pájaro. El que te dice que todo va a estar bien justo en el momento en el que creías con desesperanzada convicción que nada podría estarlo nunca.
"Soy muy consciente de que la mayor parte de lo que conforma la identidad de una persona tiene que ver con su entorno, con su familia, con su infancia"Andrea Arnold
Preguntada por su forma tan particular de acercarse con detalle a realidades que se desarrollan en los márgenes sin un ápice de condescendencia, Arnold asegura en entrevista con LA RAZÓN que no hay nada como hablar el mismo idioma social que sus personajes: "verás, trato siempre de no juzgar a ninguno de los personajes que integran mis películas. Crecí en una zona, Kent, en un barrio obrero de clase trabajadora como el que sale en la película así que ante todo conozco muy bien al tipo de personas que lo habitan. Es mi mundo y eso me permite trasladar una mirada particularmente empática. No estoy haciendo ni este caso ni en casi ningún otro una película sobre un universo que desconozco. Probablemente ese es el motivo por el que da la sensación como bien dices de que estamos tan cerca, tan aproximados. Soy muy consciente de que la mayor parte de lo que conforma la identidad de una persona tiene que ver con su entorno, con su familia, con su infancia, con el trato que recibieron cuando eran pequeños. Siento que en ese sentido todos somos un poco un resultado: de nuestro pasado, de nuestras circunstancias particulares al nacer", asegura convencida.
Y prosigue sobre la importancia de tener en consideración las circunstancias de cualquiera: "generalmente en la vida, tendemos a condenar un poco a las personas en términos generales y por ejemplo un porcentaje muy alto de las personas que están que en las cárceles en Reino Unido, tiene problemas mentales. Si hubieran nacido sin una pierna tal vez tendríamos más empatía hacia ellos pero creo que de alguna forma tenemos mucha menos tolerancia con los problemas de salud mental y sus circunstancias. Creo que fue Gandhi quien dijo esto de que hay que tener en cuenta el pecado y no el pecador y estoy de acuerdo. Soy comprensiva con las motivaciones de alguien. No entiendo cómo un director puede hacer una película sin intentar comprender un mínimo de por qué le sucede lo que le sucede a sus personajes".
Descartando lo modélico
A través de una multiplicación consciente de la mirada de Bailey por mediación de las pantallas de los teléfonos, de la perspectiva distorsionada de la contemplación de abajo hacia arriba, Arnold nivela la cámara y la sitúa a la altura de los ojos de la protagonista para apostar por una desmitificación de la familia modélica porque tal y como ella misma reconoce, "me interesaba especialmente mostrar el retrato de una familia bastante complicada porque me parece que en realidad hay muchas familias que lo son. Crecí con libros en donde aparecían el padre, la madre y dos chicos (niña y niño) en medio de una enorme casa, con un jardín y los correspondientes animales. Si lo piensas crecemos leyendo libros que no son nada realistas con la vida que pretenden reflejar", señala antes de despedirse al otro lado de la pantalla.
"Las familias se componen de todo tipo de escenarios y combinaciones distintas de parejas que se divorcian, de los que ni siquiera se casan o tienen hijos con diferentes parejas, se mudan, se encuentran con hermanos que no sabían que tenían...Conozco tantísimas familias así que me parecía lógico dibujar una parecida aquí. Quería que se entendiera que la familia de Bailey es complicada, pero una familia al fin y al cabo". Aunque a veces no lo parezca, aunque cueste presenciar sus códigos de supervivencia embrutecidos. Hasta que suena "Yellow" de Coldplay en el interior de una casa ocupada, hasta que estamos dentro de una boda y Bailey sonríe y entiende y asume y crece y entonces una, de repente, parece entenderlo todo.