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Crítica de teatro

Casa de muñecos

El director Àlex Rigola no acierta a sacar lo mejor de los personajes en esta versión de "Hedda Gabler", de Ibsen

Hedda Gabler tendrá el rostro de Nausicaa Bonnín, a quien acompañará un elenco formado por Miranda Gas, Pol López, Marc Rodríguez y Joan Solé
Hedda Gabler tiene el rostro de Nausicaa BonnínTeatre Lliure

Obra: "Hedda Gabler". Autor: Henrik Ibsen. Dramaturgia y dirección: Àlex Rigola. Interpretación: Nausicaa Bonnín, Miranda Gas, Pol López - en las funciones del 22 NOV al 3 DIC, y del 12 al 14 DIC -, Marc Rodríguez, Xavi Sáez - en las funciones del 5 al 10 DIC, y del 15 al 30 DIC - y Joan Solé. Teatro Valle-Inclán. Desde el 22 de noviembre hasta el 30 de diciembre de 2023.

El director Àlex Rigola sigue empeñado en sacar partido a la pequeña caja de madera –mide 7 por 9 metros y puede albergar solo a 80 espectadores- que ideó hace ya años como espacio escénico para algunos de sus montajes. Parece obvio, después de haber visto las distintas propuestas en las que la ha empleado, que la intención es aumentar la cercanía con el espectador y favorecer así que este pueda participar más, casi como un testigo directo en un suceso real, de los hechos y conflictos dramáticos que guían los diferentes argumentos. El problema es que esa mayor cercanía no siempre trae consigo una mayor hondura a la hora de indagar en los personajes ni una verdad expresiva mayor a la hora de justificarlos.

Y eso es lo que pasa con "Hedda Gabler". Por muy complejos que sean en motivaciones, actos y decisiones, los personajes de Ibsen ya están dibujados anímicamente sobre el papel de manera muy clara. Al contrario de lo que podía ocurrir con el Vania de Chéjov, que Rigola dirigió en esta misma cajita propiciando una lectura más íntima del mundo interior de unos protagonistas que estaban sometidos por el autor ruso a un ambiguo y poético tedio existencial, aquí el espectador no necesita desnudarlos para entenderlos, porque ya están analizados con exhaustivo psicologismo en cada una de sus acciones. Lo que el público necesita aquí es casi lo contrario: ver cómo los actores son capaces de abrigar las conductas de sus personajes en los nuevos e igualmente engañosos ropajes mentales del ser humano de hoy. Sin embargo, nada de eso se produce; y no porque los intérpretes sean malos, sino porque están desprovistos de cualquier arma en ese código de extrema y coloquial languidez que establece el director y que poco o nada puede ayudar a ver el sucio combate de pulsiones e intereses que caracteriza a esta obra.

Lo mejor:

Aunque no estén bien aprovechados, siempre es estimulante ver trabajar de cerca a un grupo de buenos actores.

Lo peor:

Sin que nadie pusiese una clara objeción a nada, la palabra más repetida entre el público a la salida fue ‘aburrimiento