El caso Stella Goldschlag: la rocambolesca vida de la judía que trabajó para los nazis
El director Killian Riedhof se acerca en "Stella. Víctima y culpable" a la tormentosa vida de Stella Goldschlag, la judía que espió para la Gestapo
Madrid / Málaga Creada:
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Escribir que Stella Goldschlag vivió una vida ajetreada es, como poco, un pobre resumen de una de las biografías más complicadas del siglo XX. Nacida en 1922 en Berlín, en el seno de una familia judía medianamente acomodada, vio cómo su vida se transformaba de la noche a la mañana por el acoso racista al que el régimen nazi comenzó a someter a los suyos a finales de la década de los treinta, lo que la llevó a realizar trabajos forzados con la estrella amarilla bordada al pecho. Pero Goldschlag, que se había labrado cierta fama en la ciudad, con nocturnidad, alevosía y cantando aquellos medios tiempos que venían en discos de acento americano, no estaba dispuesta a que la historia le pasara por encima.
Esa es la pulsión a la que se agarra «Stella. Víctima y culpable», dirigida por el alemán Kilian Riedhof y que pasó por el último Festival de Málaga, dentro de las películas de panorama internacional que se exhiben en el certamen. «Es una vida apasionante. Estamos hablando de una judía que acabó ejerciendo de espía para la Gestapo. Durante años e involucrando a miembros de su propia familia», se adelanta al relato el realizador para LA RAZÓN, analizando el núcleo de una película que, a través de varias décadas, nos narra la transición de su protagonista desde el sujeto al objeto de la opresión.
El filme, generoso con su metraje y espectacular en cuanto al diseño de producción se refiere, nos lleva de la mano de Stella (aquí la Paula Beer descubierta en «El cielo rojo», que llegará a nuestros cines en abril) en su camino por el alambre, traicionando a todo aquel tan incauto como para confiar en ella y deshaciendo, en realidad, cualquier apego con la moralidad. Es interesante, de hecho, como «Stella. Víctima y culpable» se abstiene de volver a juzgar a una mujer ya condenada a varios años de cárcel por sus abominables crímenes de chivatazo, limitándose a intentar contener lo impresionante de la historia real. «Cuando estás optando por la empatía para narrar la vida de un personaje, importa poco lo malo o bueno que fuera en vida, lo que tienes que conseguir es que el espectador entienda, aunque deteste, sus decisiones en la película». explica meridiano Riedhof.
Aunque por momentos pueda resultar caótica en sus saltos temporales, la gran virtud del filme pasa por sintetizar como desde una perspectiva moderna la culpa constante en la que vive la ciudadanía alemana desde la época en la que comienza el relato. «No sé si es posible que eso cambie nunca. Es algo ya intrínseco a lo que significa ser alemán», apunta el director, como dando en el clavo alrededor de esos grises que lo impregnan todo y que a punto estuvieron de cargarse el último Festival de Berlín. «Es triste que pedir la paz se tome como una declaración política o como dar la razón a uno de los dos bandos», reflexiona Riedhof, antes de despedirse, sobre cómo los bombardeos de Israel sobre la población civil en la Franja de Gaza le han removido las entrañas a su país, ese mismo en el que seis millones de judíos fueron asesinados por el Estado y gracias a la colaboración de personajes infames como Stella Goldschlag.