Cillian Murphy abre un Festival de Berlín más politizado que nunca: de la bomba de Oppenheimer a las malignas monjas de Irlanda
El actor protagoniza "Cosas pequeñas como esas", adaptación de la novela irlandesa de Claire Keegan y dirigida por Tim Mielants, el creador de "Peaky Blinders"
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“Cosas pequeñas como esas”, el título que inauguró ayer la 74ª edición de la Berlinale, parece imaginado para definir la trayectoria de este festival en los últimos cinco años, durante el breve y convulso mandato de su director artístico, Carlo Chatrian. ¿Qué certamen de categoría A se atrevería a programar en sección oficial tres películas africanas, una nepalí y otra dominicana sin que le temblara el pulso? Esas han sido las “cosas pequeñas” de Chatrian, que ha convertido la Berlinale en una osada versión extendida del Festival de Locarno, haciendo saltar las alarmas del gobierno y la industria del cine alemán, que han acelerado su salida del cargo, prevista para el próximo 1 de marzo. Es el peaje que hay que pagar cuando se atiende más a la periferia que a los grandes fastos. Habrá que esperar a Martin Scorsese, que recogerá un Oso de Oro honorífico el martes, para que nos recuerde que no hay cine pequeño.
Lo cierto es que Chatrian no lo ha tenido fácil. El anterior director artístico, Dieter Kosslick, le dejó en herencia un festival sin línea de programación, con la dura competencia con Cannes y Venecia, que acaparan todas las estrellas. De hecho, que una película tan menor como “Cosas pequeñas como esas” inaugure la Berlinale tiene más que ver con motivos extracinematográficos -está protagonizada por Cillian “Oppenheimer” Murphy y producida por Matt Damon, y ambos pisarán la alfombra roja- que por su calidad o su potencial comercial. Chatrian ha tenido que lidiar con la pandemia, la guerra de Ucrania y, ahora, con el conflicto en Gaza, cuestión delicadísima en un país como Alemania, que aún purga su culpa por el Holocausto, y el auge de la extrema derecha. No son precisamente “cosas pequeñas” para un festival que siempre se ha caracterizado por sus progresistas posicionamientos políticos.
Ayer, sin ir más lejos, en la movida rueda de prensa de presentación del jurado, presidido por Lupita N’Nyongo, salió a la luz la polémica sobre la retirada de la invitación a la gala de inauguración a cinco miembros de la AfD, el partido de extrema derecha que sube en las encuestas pero con el que nadie quiere pactar. El cineasta alemán Christian Petzold, miembro del jurado, declaró que le parecía un error que la Berlinale les hubiera “desinvitado”, porque es un gesto que no hace más que reafirmar un miedo que alimenta el ego de los extremistas. Visiblemente molesto, no quiso pronunciarse cuando se le preguntó por las quejas de algunos trabajadores de la Berlinale criticando la tibia posición del certamen sobre el conflicto de Gaza. Mientras tanto, el cineasta catalán Albert Serra, también parte del jurado internacional, se defendía de haber alabado a Putin hace unos años alegando que lo que dice a menudo no tiene la menor importancia.
¿Y el cine, esa “pequeña cosa”? En la adaptación de la novela breve de Claire Keegan, publicada en castellano por Eterna Cadencia, el belga Tim Mielants quiere apartarse voluntariamente de los efectismos de “Las hermanas Magdalena”, en la que Peter Mullan se sumergía en la denuncia sangrante de la orden de monjas católicas irlandesas que esclavizó y explotó a mujeres descarriadas en nombre de la moral divina. Lo hace a partir de un hombre de familia (Murphy) y repartidor de carbón que, en los alrededores de la Navidad de 1985, examina su pasado traumático a la luz de lo que descubre en un convento local, liderado por una madre superiora (Emily Watson) que parece un capo de la mafia. La película bascula entre el tono meditativo, que pretende ser casi lírico, a la hora de retratar a su protagonista, y la denuncia del absolutismo de la Iglesia católica a la hora de imponer la ley del silencio en pequeñas comunidades cerradas.
Mielants, que ya dirigió a Murphy en la serie “Peaky Blinders”, prefiere mantener un perfil bajo, contenido, al borde de lo poético, pero la película, indecisa, no sabe muy bien a qué atenerse cuando tiene que enfrentarse al dramatismo inflamable del material que se trae entre manos. “Cosas pequeñas como esas” reivindica la belleza del gesto por encima del fragor de la tormenta, pero da la impresión de que su atmósfera debe de funcionar mejor sobre el papel, desde lo evocador de la palabra, que en las imágenes un tanto planas de Mielants.