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El Festival de Venecia recupera las memorias

Los filmes de Joanna Hogg, Aldo Braibanti y Budd Boetticher sumergen al certamen en el territorio de los recuerdos
ETTORE FERRARIEFE
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Ayer, en la Mostra veneciana, el cine visitó la memoria, esa tierra de espectros. La británica Joanna Hogg lo hizo literalmente: en «The Eternal Daughter», la directora de la espléndida «The Souvenir» retoma el sesgo autobiográfico de su obra para reflexionar sobre la relación con su difunta madre en una película de fantasmas en la que la culpa y el olvido toman cuerpo en los ruidos y sombras de un hotel sombrío. Cuenta Hogg que en 2008 empezó a trabajar en un proyecto que, a través de los vínculos afectivos con su madre, retratara a las mujeres de su generación, las que experimentaron pérdidas y duelos en la Segunda Guerra Mundial, y se pasaron toda la vida escondiéndoselo a sí mismas. Años después ese proyecto ha adquirido la forma de un cuento gótico, que empieza como una novela de Wilkie Colins o una película de la Hammer, con una banda sonora ominosa y un taxi surcando un bosque bañado por la niebla.

Entre lo histórico y lo íntimo

En él viajan una madre y una hija, ambas interpretadas por Tilda Swinton, hasta un hotel donde son las únicas clientas. La sutileza con que Hogg introduce lo fantástico es finísima: el ruido de una ventana en medio de la noche, la imagen borrosa de su doble, el viento resquebrajando las paredes y, sobre todo, una singular anomalía en la puesta en escena –los saltos de eje que desubican la posición de madre e hija en su dormitorio son elementos retóricos que perturban la mirada del espectador–. Hogg evita que las dos Swinton compartan plano hasta el final, sugiriéndonos que habitan universos distintos.
Los fantasmas más aterradores son los que recordamos, y el espacio del hotel evoca en la madre imágenes que habría preferido ocultar para siempre. El fantástico es un disfraz para lo autobiográfico, que se desdobla entre lo histórico y lo íntimo. Es una excelente idea, aunque parece que en su planteamiento no quede resuelto el clímax dramático. Hogg parece recrearse demasiado en trabajar una atmósfera de tiempo suspendido hasta que la película pesa lo mismo que un banco de niebla.
Gianni Amelio («Lamerica», «El ladrón de niños») también ha musculado la memoria histórica para que no olvidemos que en la Italia del milagro económico la homofobia era moneda común, incluso en la izquierda más ortodoxa (por ejemplo, la del diario «L’unità»). «El señor de las hormigas», también a concurso, se basa en el caso de Aldo Braibanti, condenado a nueve años de cárcel a finales de los años sesenta por lo que los italianos llamaban «plagio», es decir, por haber sometido a otra persona, física y psicológicamente, a su voluntad.
Amelio denuncia la intolerancia de una sociedad donde la familia es la antesala de la opresión institucionalizada de un sistema judicial y mediático donde nadie se atreve a pronunciar la palabra «homosexualidad». Lo hace a la manera clásica, con una serenidad precisa y empática, a pesar de que no siempre retrata a Braibanti con simpatía –es prepotente y temperamental–. Las escenas que el profesor, que podría ser un Pasolini de tercera, comparte con el amor de su vida, un joven aspirante a pintor que pasará años en un manicomio para «curarse» de sus pecados, resultan conmovedoras, especialmente un final que es pura melancolía. Walter Hill hace memoria, y le dedica su última película, «Dead for a Dollar», programada fuera de concurso, a Budd Boetticher. Es toda una declaración de intenciones para el director de «Forajidos de leyenda», que, a los ochenta años, vuelve al western después de un largo paréntesis creativo. Por desgracia, los westerns secos, sintéticos y antisentimentales de Boetticher poco tienen que ver con la historia de este cazarecompensas (que interpreta Christoph Waltz) que recibe el encargo de rescatar a una mujer que ha sido secuestrada por un desertor del ejército.
Nada es lo que parece en una revisión del género más bien pobre, en la que resulta difícil advertir la sabiduría narrativa del Hill de las películas «La presa» o «The Warriors», con los duelos más anticlimáticos y peor rodados de su filmografía, y que intenta introducir, con más torpeza que pericia, temas actuales (racismo, feminismo) en una trama de lo más clásica. Eso sí, siempre es un placer ver a Willem Dafoe, aquí interpretando a un tahúr que tiene más de una cuenta pendiente con Waltz, que está más rígido que una escoba.
Penélope Cruz y Juan Diego Botto intentan parar los desahucios
Fue Penélope Cruz (en la imagen) la que le sugirió a Juan Diego Botto el proyecto de «En los márgenes», crónica de las 24 horas de la vida de tres personajes marcada por los desahucios, con la que el actor debuta en la dirección y que ayer se presentó en la sección Orizzonti. Cruz, que produce y co-protagoniza el filme, considera que «hacer cine también debe servir para activar debates en la sociedad». El objetivo es analizar los desahucios desde una óptica plural, dar voz a las víctimas pero también mostrar la iniciativa de aquellos que, desde el activismo, luchan por resolver un problema que afectó a 400.000 familias en los últimos diez años.