Hallazgos arqueológicos
La cría caballar en la frontera romana
Una reciente investigación que analiza el esmalte de molares de caballos encontrados en la civitas Batavorum, busca confirmar la finalidad de su crianza
Aunque Jenofonte continuase la obra de Tucídides, es unánimemente reconocido como uno de los grandes historiadores de la antigüedad. Al igual que el estratego ateniense, fue un hábil militar que se ejercitó en los últimos años de la Guerra del Peloponeso y que, además, combatió en Persia como mercenario en defensa de su admirado Ciro, dejando para la historia su apasionante “Anábasis”, el relato de este servicio y la vuelta desde Mesopotamia de los diez mil griegos que perdieron su empleo tras la muerte de su patrón. Aparte de esta obra y de las “Helénicas”, escribió muchos más escritos como dos estupendos tratados: “El jefe de caballería” y “De la equitación”. Estas obritas, nacidas de su propia experiencia como jinete y comandante de caballería, son una delicia para los sentidos y reflejan elocuentemente el grado de maestría alcanzado en el manejo del caballo después de que la cultura de Sintashta lo domesticara en la pradera euroasiática hacía el III/IV milenio a.C.
Su aparición supuso una auténtica revolución para el transporte y la guerra conforme sus innegables virtudes en comparación con otros equinos como onagros, asnos o mulas. Desde un comienzo fueron empleados como animales de tracción de carros, apareciendo poco después los carros de combate que dominaron los campos de batalla de la Edad del Bronce. Habría que esperar a comienzos del primer milenio a.C. para que, tras miles de años de perfeccionamiento de su crianza, se obtuvieran rocines lo suficientemente fuertes como para manejarse sin estar uncidos a un carro, aportando de este modo una enorme flexibilidad en su uso, con importantes ventajas para las comunicaciones y el ejercicio de la violencia. Así nació la caballería, el arma suprema de combate terrestre hasta la Primera Guerra Mundial.
En el caso de Roma hubo una evolución. Si durante la República, Roma confiaba prioritariamente en la infantería y contrataba como caballería a auxiliares foráneos, su peso aumentó con el Imperio y más en sus últimos siglos, puesto que se pasó de una concepción estática de la frontera a otra más móvil donde la caballería alcanzó más peso. Consecuentemente, no extraña que, debido a la perentoria necesidad de brutos para abastecer a las fuerzas armadas, al correo imperial o a la administración en general, Roma plantease desde un inicio limitaciones al libre comercio de caballos, aunque la sociedad civil también los necesitase. En especial para el mayor espectáculo de Roma: el circo, para el que fueron ampliamente utilizados los caballos hispanos y, en especial, los celebrados asturcones.
En torno al caballo, su crianza y el ejército romano en una zona de frontera versa “The economic importance and mobility of horses in the Roman Netherlands”, una investigación colectiva encabezada por Maaike Groot, arqueóloga de la Freie Universität de Berlín y publicada en el «Journal of Roman Archaeology». En este sugestivo estudio se procura verificar si la crianza de caballos de este territorio estaba enfocada al abastecimiento de la enorme guarnición imperial que guarnecía este sector del limes renano. No en vano, como bien se indica en el artículo, donde se asentaba el ejército imperial solía cambiar el modelo económico de su inmediato entorno y, en especial, de la producción agropecuaria puesto que “no producían su propio alimento o lo hacían de forma limitada”. De este modo, se pasaba de una economía de subsistencia a otra fundamentada en el excedente y la creación de redes de abastecimiento.
Para ello esta investigación ha analizado el esmalte de molares de caballos encontrados en contexto arqueológico de la civitas Batavorum, una zona conocida por producir jinetes que servían en el ejército romano, como la Cohors VIII Batavorum que estuvo acantonada en la britana Vindolanda, datados entre los años 40-140 d.C., mediante el uso de isótopos estables de estroncio, que permite trazar la comida consumida por estos brutos y su origen, así como el Log Size Index (LSI) a partir de sus huesos para medir su tamaño, pues también se busca analizar si hubo un influjo de caballos foráneos que se mezclaron con los nativos para producir equinos más grandes y adaptados a la guerra.
Aunque la muestra utilizada es muy pequeña, los resultados confirman esta hipótesis, demostrando como los caballos progresivamente se hicieron más robustos, posiblemente debido a la citada llegada de brutos de otros territorios, lo que avala una explotación consciente y dirigida de este recurso animal. En directo correlato, este estudio ha constatado un significativo aumento de la cría caballar en las explotaciones rurales del interior de la provincia de Germania Inferior sin que se pueda vincular con un cambio de hábitos alimenticios de sus habitantes. En consecuencia, esta investigación verifica lo que la historiografía tradicionalmente ha supuesto para las regiones fronterizas imperiales: que la presencia del ejército modificaba el modelo económico vigente de esos territorios en directo correlato con sus necesidades militares.