Crítica de "El sol del futuro": el cine como utopía ★★★ 1/2
Dirección: Nanni Moretti. Guion: Francesca Marciano, Nanni Moretti y Federica Pontremoli. Intérpretes: Nanni Moretti, Margherita Buy, Silvio Orlando, Mathieu Amalric. Italia-Francia, 2023. Duración: 95 minutos. Comedia dramática.
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Más que con “Caro Diario”, “El sol del futuro” parece iluminarse cuando pensamos en la hermosa “Abril”, en la que Nanni Moretti reflexionaba sobre la paternidad mientras aparcaba temporalmente el proyecto de rodar un musical sobre un pastelero trostkista para filmar un documental sobre las elecciones italianas. A los 44 años, le asustaba el implacable reloj biológico: ¿cómo enfrentarse a la muerte cuando acabas de tener a tu primer hijo? Y mientras tanto, el desencanto con el comunismo, con el anquilosamiento de la izquierda, que “Palombella rossa” ya había escenificado en el inestable, mercurial escenario de una piscina, en el transcurso de un partido de waterpolo.
Y, con todo, “Abril” parecía una película optimista, esperanzada: en el sentimiento de comunidad, en la celebración coral de un rodaje o un baile, ese autárquico de libro demostraba que lo que más detesta y lo que más teme es la soledad. Su utopía, que es también la de “El sol del futuro”, es la de la fiesta colectiva. Giovanni es, también, un director de cine, pero, 25 años después de “Abril”, su mujer está a punto de abandonarle y sigue metido en su permanente crisis creativa. Sus enemigos han cambiado -antes eran “Henry, retrato de un asesino” o “Días extraños”, ahora es el capitalismo de plataformas- pero sus dilemas como artista siguen siendo los mismos: siempre entre la espada y la pared, o entre la necesidad de cumplir con su conciencia política -el rodaje de una película ambientada en la Italia de los años cincuenta, cuando el partido comunista recibe a un circo húngaro en el momento en que Hungría es invadida por los tanques rusos- o con sus deseos más románticos, más ligeros, como amante de un cine liberado de mensajes ideológicos.
Ese conflicto interno, que atraviesa toda la filmografía de Moretti, tensiona la película con una energía que reconocemos: el cineasta que aspira al control del universo, quejumbroso, exigente y susceptible, atrapado en su ceguera narcisista, en su papel de Pepito Grillo de la izquierda italiana, y el cineasta libre, anárquico, cuya única religión es la creación colectiva. No puede decirse, pues, que a Nanni Moretti le falte capacidad autocrítica. Una de las diferencias entre “Abril” y “El sol del futuro” es la radicalidad en que Moretti pone en cuestión el solipsismo -esa autarquía que proclamó desde el título de su ópera prima- de su persona, no tanto de su posición como cineasta. Hay algo de nostalgia en “El sol del futuro”, inevitable cuando un autor repasa su carrera, o aspira a hacer una película-compendio sobre su escritura y sus obsesiones. Moretti no ha cambiado su opinión sobre el mundo, aunque es muy consciente de que el mundo está cambiando demasiado deprisa para su inmovilismo.
También da la impresión de que, a veces, la película es víctima del conflicto que centra su narrativa terapéutica. Es decir, a “El sol del futuro” le gustaría ser más deslavazada, más caótica, más libre, más “Abril”. Aquí la nostalgia se torna melancolía por el Moretti perdido, como si todo lo que ha aprendido como cineasta clásico en películas que no lo tenían como objeto de estudio -desde la modélica “La habitación del hijo” hasta la notable “Tres pisos”- fuera un estorbo cuando vuelve a su disfraz autoficcional. “El sol del futuro” sigue teniendo una estructura episódica, pero las interferencias que se producen entre los distintos niveles del relato no siempre discurren con la fluidez de “Abril” o “Palombella rossa”, que era una fluidez impregnada de una contagiosa levedad. Tal vez su condición de obra de madurez juegue, en ese sentido, en su contra, aunque hay que aplaudir que Moretti sugiera que, en el fondo, el principal problema de su último filme es él mismo, la guerra encarnizada entre el cineasta que es por naturaleza y el cineasta que le gustaría ser. Al final, y ahí está la belleza de las contradicciones de “El sol del futuro”, hay un deseo, un sueño, y es precioso que Moretti tenga la fuerza para seguir persiguiéndolo.
Lo mejor:
Encontrarnos a un Moretti más autocrítico que narcisista, que aún cree en la utopía del cine como creación colectiva.
Lo peor:
No siempre logra ser tan libre y anárquica como necesitaría ser.