El fabuloso orgasmo cinematográfico de Nicole Kidman
La consagrada actriz realiza una de las interpretaciones más expuestas de su carrera en el thriller erótico "Babygirl" por el que podría optar al Oscar


Madrid Creada:
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No es la primera vez que vemos a Nicole Kidman utilizar con una desenvoltura magnética todo su arsenal interpretativo para estructurar una exploración del deseo femenino a través de la erotización del cuerpo y su proyección como elemento íntimo de placer, ni la primera vez que la escuchamos gemir en la pantalla, ni mostrar su cuerpo, ni entregarse al explícito juego de la seducción provocativa.
Pero tal vez «Babygirl», el nuevo y excitante trabajo de la cineasta holandesa Halina Reijn que Kidman protagoniza –y lo hace tan bien que se alzó con la Copa Volpi en la pasada edición del Festival de Venecia– sí que sea uno de los primeros en los que vemos a la actriz de «Birth» exponiéndose de manera tan kamikaze a la problemática dialéctica del sexo como herramienta de control y nivelador de las jerarquías en plena época post #MeToo y a la encarnación de una interesantísima inversión de roles en donde ella –¡por fin!– es una mujer madura de cincuenta años y considerablemente más mayor que su amante.
Arrebatada en su registro de ejecutiva con ansias de liberación, Kidman se presenta como un retrato roto e inusual de una mujer en conflicto con el escarbado proceder de sus propios deseos: una poderosa, estresada y sofisticada neoyorquina que recuerda a sus personajes en «Eyes Wide Shut» y «Reencarnación». Confrontar y verbalizar lo que quiere Romy (Kidman) significa aquí romper su idea de la imagen que desea proyectar, en un mundo donde el deseo sexual femenino se considera tabú, incluso perverso. La configuración de su complejidad parte de lo prohibido, de todo aquello que socialmente está mal visto, de lo que en teoría no puede hacer: una CEO y mujer casada no debería tener una aventura con su joven becario –a quien da vida un explosivo Harris Dickinson– y ella misma saberlo y reconocerlo constantemente.
Sin embargo, su conciencia de este hecho, en un momento en que nuestro foco cultural sobre la sexualidad y el poder está más sobredimensionado que nunca, se convierte en lo que alimenta su pasión y en el eje central sobre el cual descansa su juego.
Roles masculinos invertidos
Mientras Dickinson encarna al joven juguetón, incitador y estimulante, Antonio Banderas interpreta a Jacob, un director de teatro y el marido devoto y cornudo, un papel que podría resultar totalmente opuesto al arco de personajes que interpretativamente han representado siempre los hombres dominantes y peligrosos de sus aclamadas películas con Almodóvar –recordemos por ejemplo al inflamable Ricki de «¡Átame!» o al enajenado doctor Robert Ledgard de «La piel que habito». Reijn reconocía en una entrevista que quería a alguien que no fuera «tímido o explícitamente intelectual» sino más bien alguien particularmente masculino, incluso si «no era un rol obvio para hombres masculinos interpretar al marido de este personaje muy fuerte y poderoso».
Si la también directora de «Bodies, bodies, bodies» se enfrentó a la contradicción de la sexualidad impuesta a las mujeres en la sociedad –es decir ser constantemente sexualizadas y, sin embargo, nunca tener ocasión de ejercer su poder–, fue porque encontró reivindicación y consuelo, aunque de forma conflictiva, en la representación cinematográfica de mujeres obteniendo lo que desean. «Cuando vi esas películas pensé, ‘‘Oh, en realidad, no es tan loco todo lo que está pasando por mi cabeza!’’. Me encantan estas películas pero, por supuesto, casi todas están dirigidas por hombres, todas escritas por hombres», reconoce en clara alusión a nombres representativos del thriller erótico como Adrian Lyne, Paul Verhoeven o Michael Haneke.
«Realmente lo decidí desde el principio, quería hacer una película sexual, tan erótica como todas estas películas que siempre he admirado, pero ahora lo haré completamente a través de ojos femeninos. ¿Qué significa eso y cómo se ve?». En manos de la cineasta, esa transgresión deliberada de las normas sexuales del género se convierte en algo profundamente humano y mordazmente lúdico, en un thriller erótico concebido para una época en la que todo está permitido, pero los impulsos morales, puritanos y americanos aún son en exceso profundos. Cuando aterrizó en Venecia el pasado mes de septiembre en el marco de la celebración del certamen, Nicole Kidman no pudo recoger el premio porque horas después de llegar se enteró del fallecimiento de su madre.
Hace tan solo unos días, reconocida con el galardón International Star Award en el Festival Internacional de Cine de Palm Springs, la intérprete pronunciaba visiblemente emocionada un discurso de agradecimiento dedicado a ella: «Siento a mi madre conmigo en este momento. Esto es para ti, mamá». Una culminación intergeneracional, de mujer a mujer, de madre a hija, que entronca en cierto modo con la intencionalidad revolucionaria de la cinta y que sienta las bases para el último peldaño de éxito y de poder que debería subir la actriz el próximo 3 de marzo: el de los Oscar.