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Gabriela Adameșteanu: «Durante el comunismo podías tener un informador en tu propia familia»

Publica «La Fontana de Trevi», que cuenta la vuelta de una exiliada a su país, marcado por la huella del régimen de Ceaușescu
La escritora Gabriela Adameșteanu
La escritora Gabriela AdameșteanuCatalina Flamanzeanu / Acantilado

Madrid Creada:

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Gabriela Adameșteanu cuenta que tendría entre 6 y 9 años y que creció en una una ciudad donde nunca sucedía nada. Pero que, al hacerse mayor, comprendió que había vivido equivocada y que en ese lugar tranquilo «se habían sucedido los juicios contra los partisanos de las montañas que estaban contra el régimen comunista y también el último proceso que se llevó a cabo contra los intelectuales rumanos que participaron en una revuelta».
La escritora, que publica «Fontana de Trevi», un impresionante relato sobre el exilio y las heridas que dejó el régimen de Ceaușescu que forma parte de una tetralogía –ya está preparando «voces en la distancia», su última propuesta narrativa–, habla de sus investigaciones en los archivos de la Securitate y del experimento de Pitesti, «la cárcel más terrible que hubo y donde se practicó la tortura de manera continua. Los prisioneros eran torturados no solo en el interrogatorio, también por sus compañeros de celda, que habían sido adiestrados y embrutecidos para maltratar a los que llegaban. La mayoría de ellos eran estudiantes con tendencias hacia la derecha o que estaban en contra del comunismo». La escritora, con una sensibilidad especial hacia las mujeres, sobre todo las procedentes de los estratos sociales más vulnerables, habla de los informes manipulados, de la vigilancia y de los delatores que existían.
Era un mundo donde se imponía el silencio.
Sí. Podías tener un informador en tu propia familia. La gente descubrió que ni siquiera en el seno familiar podía hablar con libertad. A mí me enseñaron a no confiar en la gente. Pero los individuos necesitamos hacerlo, hablar con gente cercana. También sucedía que había personas que todos consideraban que eran informadores y que no lo eran, que, incluso, se habían negado a colaborar con la Securitate.
No se podía fiar de nadie.
En efecto. Pero esto es lo que es una sociedad totalitaria, un lugar donde no sabes dónde está la realidad, porque lo que vivíamos no era la realidad. No sabíamos lo que había allí. Los informes consignaban una realidad que no existía. Pude ver los mecanismos de las altas instancias, personas de acero que daban órdenes para vigilar nuestra vida menuda. No podías confiar en nadie. Estaba la vida y esos dosieres. Descubrí que una amiga mía era informadora y que informaba sobre el último vestido que había comprado o el chico con el que salía. Me quedé destrozada al descubrirlo. Esto lo acabo de saber antes de venir a España. Ellos abrieron varias categorías de personas a las que había que vigilar. Intelectuales, profesores, maestros, militares, campesinos con formación. A mi padre lo vigilaron durante años sin que hubiera hecho nada. Pero continuaron estando encima de él. Los informadores decían que era el mejor profesor de historia de la ciudad y que los alumnos lo apreciaban, pero siguieron estando atentos a él. Creían que había participado en un manifiesto contra el comunismo que habían encontrado. Se conservan pruebas grafológicas para averiguar si había sido él. Yo estoy convencida de que no, porque estaba muy preocupado por su familia y su bienestar. Pero él se me aparece todos los días.
¿Cómo, después de haber vivido todo esto, la gente ha vuelto a los autoritarismos?
El discurso nacionalista rumano se retomó en los noventa y los dos mil. Disminuyó luego, pero ahora ha vuelto a aparecer, aunque más pálido. En el caso de Rumanía, el problema es la desinformación que llega por parte de los rusos. En mi país hay una zona mediatizada por ellos. Son canales en los que hay mucho dinero invertido. Lo sigo como periodista. Esos periodistas manifiestan un discurso antivacunas, antieuropeo, antiamericano, defienden que Rumanía se ha convertido en una colonia que destruyó toda la industria de Ceaușescu para convertirnos en esclavos de Occidente. Es un discurso poderoso que se emite por estas dos televisiones, que son privadas, pero muy populares. Es muy evidente su conexión con Rusia porque hablan de una manera particular de la guerra de Ucrania y, también, de Putin. Niegan las atrocidades cometidas en este país. Llaman a América con nombres de demonios y ponen apodos a políticos como Ursula von der Leyen. Es un discurso antioccidental, amistoso con los rusos. Se ha hecho, incluso, una película dirigida por un pope ortodoxo y que atacaba a la iglesia ortodoxa rumana porque es más prooccidental. En mi país hay mucha influencia rusa incluso por la vía de la religión.
¿Tanta influencia?
Muchas jubiladas han visto el filme al que me refiero y no se han dado cuenta de que había en ella una filtración rusa muy clara. Cuando la ves, al igual que esos canales de televisión, que ofrece información inversa de lo que sucede en Ucrania, es inevitable pensar que estamos ante unas elecciones complicadas en Europa. Hay mucha propaganda rusa. En Hungría, también. Existe un discurso fascista muy fuerte también. Esos discursos ultranacionalistas perduran hoy en día y no se han disuelto. Quedan presentes en las familias a través de recuerdos. Por eso prende el discurso de Viktor Orbán. Ahora él controla todas las redes culturales. Ha comprado editoriales famosas que reciben ahora dinero del Estado. Hay un control absoluto a través del dinero.
¿Ha crecido el discurso contra Occidente?
En cada país del Este es distinto. Polonia tiene problemas con los rusos. Nosotros teníamos el sentimiento más fuerte contra Rusia después de Polonia, porque Rusia nos ha ocupado y arrebatado provincias en el pasado. Rusia ha sido un país muy agresivo con nosotros. Peros estos discursos recientes atenúan ese sentimiento ahora. Existe antioccidentalismo. La economía va bien, pero hay muchos pobres y alcohólicos que no trabajan. Además de capitalistas que no quieren pagar. Las infraestructuras son malas. En este descontento es fácil que pueda arraigar cualquier discurso.
¿Eso viene porque, al caer el Muro de Berlín, muchos no se adecuaron a la nueva realidad?
Ahora está bien, pero los primeros diez años fueron muy duros porque la gente no estaba preparada para el capitalismo. Ahora ya se ven pequeñas empresas y hay multinacionales. Pero después se han sumado malos momentos, como la crisis de 2008, que destrozó parte de la economía, y la pandemia, que fue gestionada con dureza por el gobierno en mi país. Ahora está la guerra de Ucrania, que nos afecta de una manera o de otra. Ahora crecen las industrias armamentísticas, pero se invierte menos en el resto. Ahora, digamos que estamos en una época menos salvaje, aunque tenemos problemas de recursos humanos. Tenemos que traer mano de obra de Pakistán, de la India, porque hay una comunidad de unos siete millones de rumanos viviendo fuera. Falta mano de obra porque se ha ido a Occidente.