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Historia de la Ñ: de cuando la Unión Europea quiso “atentar” contra la Ñ

A diferencia de lo que se suele creer, el español no es el único idioma que usa la Ñ
La Razón
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Sin la Ñ, “Spain is not different”. Si se perdiese la letra más característica de nuestro idioma, los españoles no podrían referirse a sí mismos como españoles, no podrían irse de cañas y no podrían demostrar su enfado con esa palabra que usted y yo sabemos.
Hubo un momento en los años 90 en el se corría un serio peligro de no haber podido escribir (ni leer) este artículo. La Comunidad Económica Europea, en un arrebato de arrogancia y desprecio cultural, estuvo a punto de conseguir que los fabricantes de ordenadores eliminasen nuestra querida Ñ del teclado.
Una tentativa que la mismísima RAE calificó de “atentado”. Al fin y al cabo, en torno a 500 millones de personas en el planeta tienen el español como primera lengua, sólo por detrás del chino mandarín (y desde luego más hablantes que el inglés, el francés o el alemán).
Gracias a la intervención de personajes de reconocido prestigio como Mario Vargas Llosa, Fernando Lázaro Carreter o Gabriel García Márquez, la iniciativa europea se acabó viendo frustrada.
De hecho, fue el escritor colombiano, Gabriel García Márquez, quién explicó: “Es escandaloso que la CE se haya atrevido a proponer a España la eliminación de la eñe solo por razones de comodidad comercial” (...) “los autores de semejante abuso y tamaña arrogancia deberían saber que la eñe no es una antigualla arquitectónica, sino todo lo contrario, un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras letras sigue expresándose con dos”.
Y así es. Si bien el fonema es común a otras lenguas romances, la “n” con virgulilla es la solución elegante que encontraron los monjes castellanos para darle una representación gráfica a un sonido que en otros idiomas se siguió expresando con dígrafos, es decir, con dos letras para un sólo sonido. Pura picaresca española.
Finalmente, la solución definitiva al conflicto llegó en 1993 con un Real Decreto de artículo único que, basándose en el artículo 107 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (que contempla imponer excepciones a las normas por “excepción cultural”) consiguió blindar a la Ñ de este “atentado”.
“Todos los aparatos de funcionamiento mecánico, eléctrico o electrónico, que se utilicen para la escritura, grabación, impresión, retransmisión de información y transmisión de datos, y que se vendan en España, deberán incorporar la letra Ñ y los signos de apertura de interrogación y de exclamación” (Real Decreto 564/1993, de 16 de abril de 1993).
Origen de la Ñ
El fonema que representa la letra “ñ” es el sonido nasal palatal. Es decir, el sonido que se produce cuando el aire sale por la nariz y el dorso de la lengua se apoya contra el paladar.
Este es un sonido que no existía en el latín. Pero con la evolución del mismo surgieron las lenguas romances, que sí utilizaban este fonema; pero no había una grafía ni una norma concreta para dejarlo por escrito. Esto derivó en una situación caótica en la que cada cuál elegía de qué formas quería escribirlo. Era fre
cuente -incluso- encontrarse diferentes formas gramaticales para el mismo sonido en un mismo texto.
Los usos más aceptados era la n acompañada por otros signos, como la “I”, la “G” o la “Y”. Pero en el caso de la lengua de Castilla, la práctica más extendida era escribir la “n” geminada. Es decir, con una doble “ene”.
Los monjes encargados de copiar los textos y de dejarlo todo por escrito comenzaron a hacer una cosa que pronto se convertiría en tendencia: Para ahorrar pergamino (era muy caro) empezaron a abreviar la grafía colocando una pequeña “n” sobre la otra.
Pero cómo suele pasar, al repetir varias veces un mismo comportamiento, este se hace cada vez más eficiente. De esta forma, la pequeña “n” pronto se convertiría en la virgulilla de la “ñ”.
Este es el motivo por el que fonema nasal palatal existe en todas las lenguas romance, pero en cada una se escribe de forma diferente... es porque en cada región se encontró una solución distinta a este problema. Así -por ejemplo- lo que en latín se conocía como Hispania; en castellano se escribe España; en italiano, Spagna; en portugués, Espanha; en Catalán, Espanya y en rumano, Spania. Diferentes grafías para un mismo fonema.
En el siglo XIII, Alfonso X el Sabio, viendo la anarquía a la que tenían que hacer frente los escribanos y los lectores, estableció el uso preferente de la Ñ para el castellano. Pero no fue hasta que Antonio de Nebrija la incluyó en la primera gramática del castellano en el año 1492, cuando la Ñ quedaría anclada para siempre a nuestro idioma.
El español no es el único
A diferencia de lo que se suele creer, el español no es el único idioma que usa la Ñ. Sólo en la Península Ibérica (además del castellano) también la utilizan el asturiano, el euskera y el gallego.
A medida que el Imperio Hispánico se expandió a lo largo del mundo, también dejó su poso en las lenguas indígenas que se encontraba. Muchas de estas lenguas utilizaban el fonema “eñe”, pero no tenían lenguaje escrito. Y cuando los sacerdotes españoles escribieron sus gramáticas, lo hicieron con la grafía que les era familiar.
Por este motivo, podemos encontrar cómo se utiliza la Ñ en lenguas y lugares tan remotos cómo en el guaraní de Paraguay, el bubi de Bioko (Guinea Ecuatorial), en el mapuche de Chile; en el otomí o en mixteco de México; en el tagalo de Filipinas, en el aimara de Bolivia, Perú, Chile (...) o en el chamorro de Guam.

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