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“Mujeres de confort”: una tortura desconocida del Ejército Imperial de Japón

La mayoría tenían entre 12 y 20 años, y eran engañadas, secuestradas y sometidas a abusos y humillaciones sexuales por parte de los militares y en contra de sus voluntades
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Los horrores vividos en las diversas guerras son tan evidentes como la existencia misma de la contienda. Sin ser una peor que la otra, sino todas igualmente terribles, la Segunda Guerra Mundial es uno de esos episodios que hay que conocer para no volver nunca a repetir. Pero no todo lo negativo de aquellos años residió en el horror nazi -y con esto no se le quita ninguna importancia-, sino que los episodios de los que cabe arrepentirse se sucedieron en todos los ejércitos, destacando ahora el japonés. El de este país es, quizá, uno de los episodios más brutales de la guerra, refiriéndonos a los abusos cometidos por el Ejército Imperial hacia las mujeres niponas o de países ocupados, muchas de las cuales fueron víctimas de maltrato y torturas cometidas contra su físico, su dignidad y su humanidad.
Fue una situación tan generalizada que hasta contó con un nombre para referirse a estas víctimas: se les llamaba “Mujeres de consuelo” o “Mujeres de confort” -en japón, “ianfu”-, a todas aquellas miles de mujeres y niñas, procedentes de países asiáticos como China, Corea o el propio nipón, que fueron secuestradas y esclavizadas. Fueron obligadas a vivir como siervas sexuales para el ejército, frecuentando los prostíbulos militares durante los largos años de la guerra. Incluso antes, pues este término no nació entonces, sino mucho antes: la figura de las “Mujeres de confort” ya existía en la Edad Media, y su “labor” era indignante. Se seleccionaba a dichas féminas para dicho propósito, y así evitar que los soldados, durante las conquistas y batallas, evitaran violar sistemáticamente a la población civil femenina de los lugares asaltados. Un cruel antídoto para un problema que ni siquiera se sabe si es solucionable.
Con esto, el tráfico organizado de mujeres comenzó en 1870, pero no fue hasta 1919 cuando, tras la abolición de la prostitución por parte del gobierno japonés, dicha práctica comenzó a convertirse en un verdadero problema. De hecho, antes del conflicto, según Bernd Stöver, el número de mujeres secuestradas para ser sometidas a abusos sexuales pudo ser de 200.000, alcanzando incluso las 400.000 si se cuentan los años de la Segunda Guerra Mundial. Unas víctimas, en su mayoría, de entre 12 y 20 años, procedentes de Taiwán, Malasia o Filipinas, y que eran engañadas, subidas a barcos y destinadas a pasar el resto de sus días torturadas en burdeles.

“Eran mataderos”

Estos macabros prostíbulos se descontrolaron, así como la imagen del ejército nipón resultó gravemente dañada, por lo que los altos mandos tomaron una decisión que nadie podría acatar en su sano juicio: aquellas mujeres de los países ocupados podían ser convertidas en esclavas sociales. Es decir, obligadas a ser prostituidas de por vida, contra su voluntad, con sus vidas anuladas y ninguna escapatoria. Y es que era, o eso, o morir. De hecho, de las miles de víctimas que sufrieron aquellos abusos, hubo pocas que salieran con vida, entre ellas la coreana Ok-Seon Lee, quien tuvo la fortaleza de hacer visible su historia, arrojando luz así a las atrocidades que tantas sufrieron. Fue contundente: aquellos prostíbulos “no eran lugares para humanos, eran mataderos”.
Al menos, esta situación, aunque desconocida dentro del periplo de historias que se han estudiado y difundido sobre la Segunda Guerra Mundial, intentó ser ajusticiada. Tras la contienda, fue uno de los episodios llevados al conocido como Juicio de Tokio, así como décadas más tarde fue denunciado por numerosas organizaciones defensoras de los derechos humanos. Con esto, la pesadilla, si carece de posibilidad de curar las heridas, se hace aún más inabarcable teniendo en cuenta que a día de hoy aún se desconoce el número real de víctimas. De hecho, el 28 de diciembre de 2015, los ministros de Relaciones Exteriores de Japón acordaron con Corea del Sur entregarles mil millones de yenes (unos 7,5 millones de euros) para la creación de un fondo, destinado a las víctimas de la esclavitud sexual. Como si estas humillaciones y sufrimientos pudieran pagarse de alguna manera.