La España antigua en el cubo de la basura
Eliminar del Bachillerato la Historia anterior a 1812 es formar un país de ignorantes y narcisistas
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El penúltimo proyecto de ley educativa con el que nos sorprende el gobierno actual propone que se continúe impartiendo Historia de España en el Bachillerato, sí, pero sólo a partir del año 1812. Si este proyecto de ley prospera, a partir de ahora casi nada sabrá un estudiante de bachillerato sobre España en América o sobre España en Europa. Y ni poco ni mucho sobre el Al-Andalus islámico ni sobre la Sefarad judía. A la porra con la Spania bizantina, que no hace falta para nada, y fuera también los reinos hispánicos y la Europa de Cluny o del Císter. La Hispania romana, la Hispania céltica o la Ispanya fenicia ni se olerán tampoco, pues también tienen asignados sus lugares en el cubo de la basura. Por supuesto, de Marcial el de Bílbilis o de San Isidoro de Sevilla, ni «flowers». Sólo se hablará, aunque sospecho que poco y mal, de la España posterior a la Constitución de Cádiz, de esa ensimismada en sí misma en la que aún nos encontramos.
Menos casticismo
Proclamamos desde hace muchas décadas –siglos, en verdad– que este país necesita de más Europa y de menos casticismo. O que España y las naciones iberoamericanas son hermanas. Y que España es el país occidental mejor visto en el mundo árabo-musulmán, y si no, que pregunten a alguien por qué se organizó en 1991 en Madrid una conferencia de paz sobre Oriente Medio. ¿Saben nuestras autoridades educativas que la historia inmediata deriva de la más antigua? Y si lo saben, porque es de perogrullo, ¿por qué quieren hurtársela a nuestros estudiantes de bachillerato?
Como individuos pensantes que somos, nos forjamos en gran medida en el bachillerato. Y la suma de todos hace de nosotros esos «animales políticos» de los que hablaban los griegos. Esto es, de seres racionales que se ocupan no sólo de sus asuntos privados, sino también de aquellos que atañen a la comunidad política a la que pertenecen. Sin embargo, ¿saben ustedes lo que pasa cuando un individuo pierde consciencia de sí mismo y oculta partes significativas de su «yo» a su psique? Pues sucede que se desarrollan invariablemente todo tipo de perturbaciones mentales, desde la paranoia a la esquizofrenia pasando por el extendidísimo narcisismo. Y este narcisismo, el trastorno de personalidad más común en nuestra sociedad, resulta casi siempre de la necesidad de crear una personalidad inventada y falsa, una que irremediablemente no concuerda con la real a la que se destesta y la que se quiere ahogar. Lo malo, y esto sucede siempre sin excepción, es que la personalidad ahogada pugna por salir a la superficie y crea individuos disfuncionales. Y aquí la disfuncionalidad colectiva que se nos quiere imponer no es otra que la de la ocultación del 90% de nuestra historia. Esto es, de toda la acaecida entre el desembarco en Ampurias de Cornelio Escipión en el año 218 a. C. y la redacción de la primera constitución española en 1812.
Winston Churchill, el mejor político británico del siglo XX, conocía a fondo tanto la historia británica como la clásica gecorromana. Y por ello no se acobardó y tuvo altura de miras cuando las circunstancias se lo requirieron. Sus arengas más brillantes, entre ellas la famosísima de sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor están directamente inspiradas en los geniales discursos del mejor historiador de todos los tiempos, Tucídides. Y en él se basó también para tener perspectiva histórica uno de los más influyentes historiadores del siglo XX, el francés Fernand Braudel. Así, y cuando Braudel nos habla de la historia de larga o de corta duración no hace sino aplicar las distintas perspectivas que el ateniense otorga a la comprensión del pasado. Braudel o Tucídides sabían que la perspectivas inmediatas y cortas son incapaces de proporcionarnos una visión ajustada, no ya del pasado, sino del presente. Por eso siempre valoraron a la historia antigua. Y también a la historia que les incumbía más de cerca: la correspondiente a los lugares en donde habían crecido.
Aquí pasa lo de siempre, nos diría García Lorca, esto es, que han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses y que proyectos de ley como éste con el que nos amenazan han sucedido o sucederán siempre. Quizá, pero el país en el que vivimos, con una forma de pensar a la vez anarcoide y católica, es producto directo de un pasado que hunde sus raíces mucho más allá de 1812. Y no seremos más libres ni sabremos más eliminando a Aníbal, a Séneca o a Leovigildo de nuestra historia y de nuestro bachillerato. Al contrario, seremos sólo más ignorantes y más esclavos. ¿Por qué se pretende entonces aprobar esta ley? La respuesta se encuentra en el narcisismo. A él debemos la mayor parte de nuestros males.