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¿Qué relación tenían Blasco Ibáñez, Alfonso XIII, Franco y la masonería?

Nadie antes había atacado de forma tan virulenta al rey, ni siquiera Valle-Inclán, como lo hizo el autor valenciano
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El célebre escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) redactó en el exilio de París su libelo contra Alfonso XIII en 1924, que tituló «Por España y contra la Monarquía» o, como se conoce en la traducción francesa, «Alfonso XIII desenmascarado». Blasco Ibáñez, el escritor más leído con mucho en España durante el reinado de Alfonso XIII, e incluso en Estados Unidos, donde su novela «Los cuatro jinetes del Apocalipsis» batió records de ventas en 1919, acusaba al monarca poco menos que de ser un espía alemán, un despilfarrador e incluso un vulgar ladrón. Pero lo cierto es que lo hacía sin pruebas. Y por si fuera poco, quiso hacer partícipes a los españoles de su afrenta real arrojando cientos de ejemplares de su folleto desde una avioneta que sobrevoló la Península Ibérica.
Su librito, publicado en inglés, francés y alemán, tuvo enorme repercusión en Europa y Estados Unidos, donde se asegura que se publicaron varios millones de ejemplares. Durante el franquismo, la censura impidió que apareciese en castellano dentro de las obras completas de Blasco Ibáñez editadas por Aguilar. Sólo años después de la muerte de Franco, los lectores españoles pudieron encontrar al fin el polémico folleto en una edición ampliada.
El pecado más grave
Y es que el escritor valenciano jamás fue santo de la devoción de Franco, sino más bien una especie de «anticristo» condenado a los infiernos por cometer el pecado más grave del régimen: pertenecer a la masonería. Ingresó en la Logia Unión número 14 de Valencia en febrero de 1887, con sólo veinte años, cuando ya había publicado novelas como «Los talismanes» o «La espada del templario».
En la masonería adoptó el nombre de Danton, en recuerdo de Georges-Jacques Danton, uno de los insignes masones defensores de que Luis XVI, rey de Francia, fuese guillotinado. Pero más de un siglo después, su correligionario Blasco Ibáñez se proponía «guillotinar» con su afilada pluma a otro monarca, Alfonso XIII, que había rehusado ingresar en la masonería, de lo que daba fe el corresponsal italiano de «Il Tempo de Roma», Cesare Guiullino, a principios de los años cincuenta: «Se sabía que el rey Alfonso XIII había sido invitado a afiliarse a la Masonería y que había declinado la invitación, pero sin asumir una posición decididamente antimasónica. Más tarde, cuando desde el exilio de Roma se percató de cuánto había contribuido la Masonería internacional a destronarle, solía decir que, si se hubiera afiliado, probablemente habría conservado el trono; pero que tal actitud era contraria a sus convicciones religiosas». El comentario del periodista italiano enfureció a su colega español Julián Cortés Cavanillas, que salió como un rayo en defensa de la actitud antimasónica de su rey, asegurando que éste le dijo en una ocasión: «Todos los cables que la masonería me ha tendido los he roto siempre de un manotazo».
Nadie como Blasco Ibáñez había osado atacar entonces al monarca de forma tan virulenta durante su reinado. Ni siquiera Ramón María del Valle-Inclán, que en una entrevista en México, en 1921, había declarado: «El rey es un cobarde vergonzoso. ¿Qué haría en el caso de una revolución? Huir. Eso es lo único que saben hacer los reyes». La verdad es que el autor de las «Sonatas» no se equivocó. Diez años después, Alfonso XIII abandonó España y entonces Valle-Inclán sí que fue más lejos: «Los españoles han echado al último de los Borbones, no por rey, sino por ladrón», aseguró ya bajo la República. Pero a Blasco Ibáñez, aun hallándose en París, su osadía a punto estuvo de costarle muy cara. Quién sabe si se hubiera obtenido su extradición de no haber mediado el propio rey, acusado por el novelista de traidor y delincuente. La querella por presunto delito de lesa Majestad se presentó a principios de enero de 1925. Días después, el magistrado Díaz Cañabate dictó auto de procesamiento decretando la prisión incondicional para Blasco Ibáñez y exigiéndole una fianza por responsabilidad civil de 10.000 pesetas (más de 3,5 millones de las antiguas pesetas en la actualidad).
Al mismo tiempo, el magistrado se apresuró a incoar expediente de extradición y ordenó el embargo de todos los bienes que tuviera el novelista. Igual hizo el juez militar que instruyó otra querella contra el escritor por presunto delito de tentativa contra el orden público. El nombre de Vicente Blasco Ibáñez fue borrado de todas las calles y plazas que lo llevaban, como si fuese un apestado, y hasta los amigos del rey proyectaron quemar solemnemente sus obras literarias en uno de los paseos de Madrid, emulando a la Inquisición.

Pena de cárcel

La temeridad de Blasco Ibáñez le hubiese podido costar una pena de entre seis y doce años de cárcel, pero Alfonso XIII le perdonó. En una carta al obispo de Coria, el monarca recapacitaba así, aludiendo al escritor tras leer su ofensivo folleto: «Estoy recibiendo protestas y manifestaciones de adhesión que me confortan y me animan. A mí nadie me preguntó si quería ser Rey. Aquí me colocaron y aquí tengo que seguir procurando hacer el bien, prescindiendo de las flaquezas que algunas veces sienten los hombres a quienes todos habíamos admirado antes, porque, indudablemente, no son ellos los que tienen la culpa…».
¿Fue el espíritu altruista y abnegado de Alfonso XIII el que hizo posible la anulación del proceso judicial contra el difamador republicano? El 20 de enero de 1925, cuando en la Cámara francesa el presidente del Gobierno, monsieur Herriot, anunció el real gesto, los diputados aplaudieron calurosamente.