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Isabel de Farnesio, la reina todoterreno: bailarina, cazadora, artista... y glotona

Su figura representa a una de las soberanas más cultas de la Europa del siglo XVIII. Por el contrario, sufrió los abusos de Felipe V y ella lo pagó con sus hijastros
Museo del Prado
La Razón
  • Isabel Cendoya Díaz

    Isabel Cendoya Díaz

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Aunque denostada por sus contemporáneos, esta poderosa reina del siglo XVIII esconde valores poco conocidos: no fue tan solo una de las mujeres más fuertes de su tiempo, sino, sobre todo, una de las madres más excepcionales. Isabel de Farnesio supuso un antes y un después en la vida de la corte. A pesar de ser la segunda mujer del rey Felipe V, no fue ninguna segundona. Nada más llegar, dejó claro que iba a tener el papel que merecía expulsando a la princesa de los Ursinos, agente de Luis XIV, de la corte madrileña. Su propósito en la vida fue colocar a sus hijos en diferentes reinos y territorios especialmente en Italia, su tierra natal, sobre la que tenía derechos en Parma y Toscana. Allí, España deseaba recuperar sus territorios perdidos por el Tratado de Utrecht, algo que Felipe V nunca olvidaría ni perdonaría.

«Alma mía»

Con estas palabras comenzaba las cartas dirigidas a sus seres más queridos, sus hijos, a los que les tenía un cariño inmenso, reflejado en los tiernos apodos que les ponía (como Carletto, Toton, Marianina, Amito...), en las numerosas referencias que hace de ellos en sus cartas cuando son pequeños, o en la enorme tristeza que sentía al tener que separarse de alguno de ellos. Al menos, para su consuelo, su hijo más pequeño, D. Luis, siempre se quedó a su lado.
Tuvo una gran relación con su marido, Felipe V: desde el primer momento fueron íntimos, lo hacían todo juntos, cosa inusual hasta entonces en la corte. Desafortunadamente, éste empezó a maltratarla debido a su decadente salud mental, llegando incluso a pegarle y como ella nos dice, «sufro mucho».
No fue una reina popular. Terminaron por no gustarle los españoles, ni siquiera los borbones –excepto su marido– y, cuando este murió, casi todos los nobles le dieron la espalda al ser desterrada a San Ildefonso. Se le achacaron varias desgracias, como la muerte de Luis I, hijo de la primera mujer de Felipe V, acusándola falsamente de haberle envenenado. Aunque, a pesar de que Isabel fue una madre excelente, no lo fue tanto con sus hijastros, Luis I y Fernando VI. A este último le mantuvo aislado de la corte y de sus hermanos, obligándole a vivir separadamente con su mujer y su séquito. Se encontraban tan separados, que los hermanastros solo se veían en la «toilette» de la reina. Fue adquiriendo más protagonismo, con lo que fueron aumentando en influencia los cargos de la Casa de la Reina, es decir, sus personas de confianza.
Su figura también representa a una de las soberanas más cultas de Europa, poseedora de una de las mejores series de escultura gracias a su herencia y adquisiciones, como la colección de la reina María de Suecia. Se sabe que no era ni muy fea ni muy guapa, aunque como era habitual en la época, tenía el rostro marcado por las viruelas. Era una gran bailarina, cazadora y artista (incluso se conserva alguna de sus obras en el Palacio Real de Aranjuez). Vestía adecuadamente a su cargo y tenía sentido del humor, riéndose incluso de ella misma.

Virtudes y defectos

Sus virtudes y defectos varían dependiendo de la fuente que leamos. Era religiosa, pero no excesivamente, sintiendo una especial devoción por la Virgen y San Antonio. A la reina le gustaba comer bien: ordenaba que le trajeran desde Parma, su tierra natal, queso parmesano y prosciutto. Además, sus hijos le enviaban vinos y cajas de cigarros puros dado que, aunque estuviera mal visto en la época, Isabel fumaba que daba gusto.
Su hijo favorito fue Carlos III. Este le consultó durante toda su vida, «como lo hago en todo, como debo por todos motivos», al igual lo hacía el resto de la familia. Según su hijo Felipe, «madre como ella no la hay». Demostró su valentía y resistencia toda su vida, siendo incluso nombrada reina gobernadora hasta que Carlos llegó a Madrid, no dejando jamás que nada obstaculizara el brillante futuro que deseaba para su familia.
No solo fue una madre excepcional, sino también una buena reina. Ella, junto al rey y un eficaz equipo de ministros, consiguieron sanear España después de una dura Guerra de Sucesión. Mejorando económica y militarmente la situación, propiciaron el mayor esplendor de su historia a la marina española, dando así lugar a una época a la que el hispanista Christopher Storrs, llamó nada menos que «el resurgir español».

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